El aguardiente medido

El aguardiente medido

–La frazada parece que calentó a Ladislao; a los quince minutos abrió los ojos y comenzó a respirar normalmente. Entonces le sequé los dedos de los pies, que los tenía helados. Ya bastante tarde, bien entrada la noche, decidí meterme en la cama. La situación era tan imprevista y loca que empezamos a reírnos los dos al mismo tiempo. Nos abrazamos, me besó, perdí la bata. No hice otra cosa que apretar mi cuerpo contra el del húngaro desnudo que la vida había llevado a mi casa. Sentí mareos, flojera en el cuello… un desmadejamiento. Al recibir el húngaro sobre mi persona me pareció flotar.

–Siempre me gustó Ladislao, Azuceno; ahora no lo quiero perder. Soy mujer, coqueta y bailadora, oye bien, pero nunca pensé que podría vivir algo tan extraño y tan inesperado. Estoy revolcada e inquieta; con un contentamiento inexplicable. Te lo he contado para desahogarme; todavía siento el peso del húngaro encima de mí. Desde esa noche no he vuelto a ver a Ladislao. Ni siquiera lo he llamado por teléfono. Desde luego, “lo espero con ansias”, como si fuera el indio Siboney. Y sé que sufriré cuando él quiera regresar a su país. Dicen que la dicha viene de donde menos se la espera. La dicha mía, ya lo sabes, vino a través del ron y de tu lengua suelta de chismoso.

–Sin tu quererlo, sin darte cuenta, me metiste de lleno en la vida de Ladislao-cara cuadrada. ¿Por qué me miras así, con esos ojos de cordero degollado? –Es que te envidio, Lidia, porque eres feliz, como lo predijo el babalao. -¿Y cómo sabes tú eso? –Oí al propio Ladislao referir al señor Medialibra lo de la consulta al babalao. Lo contó riendo, con incredulidad. Él no se dio cuenta de que yo lo escuchaba.

–Ladislao consumía las bebidas con sorbos decididos, entre resignados y rabiosos. –Lidia, sírveme otro trago de ron. –Bebe despacio, Ladislao, no vayas a coger un guarapete, como dicen en Santiago. –Sirve el trago, mujer, no demores las cosas inevitables; tengo que ventilar el corazón y la cabeza. –Ese vasito es la medida que usamos en Cuba, desde Pinar del Río hasta Baracoa. (Ubres de Novelastra; 2008).

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