El arte de una vida feliz

El arte de una vida feliz

José Miguel Gómez

Preguntarle a una persona: ¿usted es feliz? o ¿se siente satisfecho con lo que hace, cómo vive o siente que su trabajo o profesión es su orgullo? De verdad, ¿siente pasión y armonía con su estilo de vida? A cada persona le produce una pausa, silencio o una reflexión. Pocas personas se detienen a buscar el sentido de vida, lo que es significativo y lo que verdaderamente le conquista y le reproduce la armonía entre el interior y el exterior. Aun sabiendo de que la vida es corta, de que nos distraen demasiadas cosas y que a veces bailamos la música que nos tocan los demás o, hacemos lo que los demás hacen, no vestimos como otros dicen, ingerimos y bebemos lo que está de moda. A muchas personas les dirige la vida el consumo, el mercado, la publicidad, las redes sociales, etc. Otros acuden a una iglesia por presión, por influencia, por búsqueda de estatus o por huir de la soledad. La identidad y la militancia política ya no se sabe a ciencia cierta que la motiva: el dinero, el estatus, la acumulación, el narcicismo, el logro, el miedo, la vanidad, el altruismo, la vocación al servicio etc.
Hace muchos años que Séneca dijo “si vives conforme a la naturaleza, nunca serás pobres; si lo haces conforme a la opinión nunca serás rico”. La comprensión de ser feliz y de alcanzar la felicidad se la asignaron a la auto-gratificación inmediata, a la conquista de placer, a la belleza construida, al músculo inflado y a la idolatría de un cuerpo que adora de forma narcisista la juventud. Es decir, se vive confundido asumiendo los momentos felices como felicidad: el sexo sin amor pero con pastilla, a la falsa percepción que produce las drogas, al aumento de la euforia que dan los alucinantes y los estimulantes. En conclusión, si no se dominan las pasiones, el descontrol de los hábitos y ser prisioneros de la “felicidad” en el auto-engaño de los comportamientos adictivos, no se puede hablar de la vida feliz. Para alcanzar el arte de una vida feliz hay que asumir la vida sin tener que pagar cualquier precio, o vivir la despersonalización, la crisis de identidad, o la traición al propio ser. El éxito, la conquista de la felicidad lo han relacionado con lo tangible, con el logro, con la opulencia y el confort. De esa vida auto-engañada, le ha puesto diagnóstico el mercado, y la solución es tener que usar una pastilla para cada respuesta, o un ungüento o remedios para una soledad en compañía o una vida solidarizada con desconocido dentro o fuera de la casa, en la religión, en el partido, en el trabajo, o en la sociedad.
Pienso que desde ese enfoque no se puede ser feliz, ni conquistar el arte de la felicidad, ni una existencia felizmente armonizada. Esa felicidad no la mide ni la valora el PIB. Los indicadores económicos establecen el consumo, el ingreso, el ahorro y la capacidad de endeudamiento, entre otras; pero no puede valorar la conquista de la libertad, la compasión, la empatía, el altruismo, la pasión y la armonía que se practica en el arte de vivir a través del ser, de las actitudes emocionales positivas y de la elección de un proyecto de vida basado en hacer lo correcto, del no dañar y no dañarse. Sé que es altamente desafiante y difícil vivir y fluir en sociedades globalizadas, sin Identidad, desvalorizadas y atrapada en la cultura de la prisa y la deshumanización. A pesar de todo, es mejor la elección de tomar el timón de su vida, desarrollar la fortaleza emocional y la resiliencia social para aprender a gestionar los riegos, las trampas y los viejos hábitos de un mercado desigual. El aprendizaje es cuidar el cuerpo y el alma, el cerebro y las emociones. Buscar hábitos saludables, espacios saludables y personas nutrientes y oxigenantes que le agreguen a la existencia paz, armonía, calidad y calidez de vida. Es una pena asumir o terminar una vida sin conocerse, sin saber para qué se vive, o cómo quiere que te recuerden o quienes serán tus compañeros de viajes. Ese es el arte de una vida que se asume de forma responsable, inteligente, para vivirla con la intensidad de una pasión que le ponga razones existenciales y trascendentales a lo que llamamos vida, como expresara el maestro Zygmunt.

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