El arte dominicano vivió horas de éxitos y pérdidas

El arte dominicano vivió horas de éxitos y pérdidas

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En el 2013, al igual que todos los años, el arte dominicano estuvo en continua actividad, a distintos niveles de notoriedad y calidad, tanto en instituciones públicas como privadas, y los eventos de siempre –exposiciones, premiaciones, certámenes, charlas, encuentros– se han celebrado, alternando los modos de expresión y sobresaliendo la Bienal de Artes Visuales, mientras la crisis del mercado siguió vigente y los creadores enfrentaron una situación difícil.

Ahora bien, lo que identifica ese período e, increíblemente, lo prolonga en términos dolorosos, ha sido la partida de grandes artistas, valiosísimos por sus obras y su entrega altruista: Domingo Liz, Fernando Ureña Rib, Soucy de Pellerano. Tres personalidades, dos generaciones, una sola misión: el arte. Muy queridos, muy admirados, muy esperados por sus proyectos, ellos han dejado, en la escena artística nacional, un vacío que se hará más sensible a medida que pasen los días.

Felizmente, nos quedan la perennidad de sus obras y sus ejemplos que, a falta de consuelo, iremos recordando.

Soucy, la “gran maga del arte dominicano”. Así la llamó cariñosamente Tony Capellán, y ciertamente ella lo ha sido… Soucy de Pellerano nos ha privado de su magia al nacer el 2014. Inolvidable fue, en Casa de Teatro, su reciente “performance” como cosmonauta –que simbolizó una consonancia epocal de su autora–: entonces, la “capsula espacial” sustituía a aquella anticuada nevera… de la cual ella también salía, en otra actuación, memorable y descomunal, entre muchas.

Soucy de Pellerano significa más de medio siglo de creación, audaz y utópica, volcada hacia el porvenir. En todos los formatos, dibujos, pinturas, “collages”, esculturas, instalaciones y las mismas como “imágenes” mecánicas y en movimiento, se han sucedido y coproducido de manera insólita, gracias a fantasía y fantasmagoría inagotables, a la juventud creadora de quien fue pionera de la contemporaneidad nacional. Llegó a construir una de las más bellas e impactantes escenografías dominicanas para “Sueños de una noche de verano” de Shakespeare.

Si nos abocamos a reflexionar retrospectivamente, “doña Soucy” –su apodo de cariño– , que desde los 70 traspasó la envoltura corporal de la criatura humana y reveló sus interiores encolando placas radiográficas, fue una vidente, en busca de la dimensión desconocida, pero, al mismo tiempo, capaz de volver a la pintura, a su estilo expresionista particular e irrepetible, válido siempre en concepto y aspectos formales.

También está la Soucy de Pellerano, excelente profesora, adorada por sus discípulos, que les explicaba las vanguardias y les impulsaba a conocer, superar e innovar. La artista quería una actitud distinta del alumnado, como la quiso del espectador para que todos se impliquen.

Por cierto, quién más se implicó fue don Federico, compañero y permanente apoyo. Hoy están juntos de nuevo, en una dimensión desconocida que finalmente triunfó de la entrañable amiga y maestra.

Fernando Ureña Rib, un gran talento plural. Nadie hubiera podido pensar que ese artista generoso, a la vez tranquilo y entusiasta, vigoroso y todavía joven, inmerso en proyectos para sí mismo y para la proyección de otros artistas, iba a fallecer. Aun cuando se supo que estaba quebrantado, se le (pre) veía pronto en salud y en actividad, pero la realidad es otra…

Siempre tratamos a Fernando Ureña Rib como artista plástico, pero él mantuvo el privilegio de un talento polifacético. El escribía muy bien –tanto en la forma como en el fondo de sus textos–, trátese de la narrativa como de la crítica de arte –nadie como él ha trazado un perfil de los artistas dominicanos, referencia digital bienvenida y muy consultada–. Últimamente, él agregó a ese caudal artístico-literario, las funciones de agregado cultural que ejerció con la misma convicción.

Formado profesionalmente en Santo Domingo y en España, desde la década de los 80, Fernando compartió su residencia y sus talleres entre Santo Domingo, Montreal y Miami. Artista de mucho éxito, se ha distinguido por un magnífico dibujo y una virtuosidad en la forma, tanto humana como de la flora y la fauna, tanto en el realismo como en lo fantástico e imaginario. Incontables han sido los seguidores de sus cuadros, una coreografía de criaturas hermosas, de anatomía perfecta, cuyos ritmos se convertían en “lenguaje” óptico.

Dominando el color y la luz, la paleta es sutil y modulada. Otra parte de su creación pictórica –la más original y singular– es la expresión figurativa libre, orgánica y fecunda en elementos de referencia a un mundo vegetal, carnal, perturbador aun. Esa vertiente enriquece y metaforiza su pintura: es poesía, un encuentro en pinceladas con quien también compuso versos. Analizar a Fernando Ureña Rib no significa olvidar su notable creatividad y oficio en escultura. Policromada y mayormente en pequeños tamaños, sigue formalmente los esquemas de la obra surrealizante… Se fue un creador completo y un ser humano a quien siempre atesoraremos en el recuerdo.

Domingo Liz, merecedor de todos los premios. Apenas tuvo la oportunidad de disfrutar la atribución del Premio Nacional de Artes Plásticas, que nunca ha sido atribuido de una manera más justa a una personalidad excepcional del arte dominicano, del mismo modo que se le dedicó por consenso la última bienal. Trabajador incansable, Domingo Liz ha probado una polivalencia admirable, sino precursora en su generación, demostrando igual inspiración, creatividad y oficio en el dibujo y la gráfica, la pintura y la escultura –¡abandonándola a destiempo, hizo falta su genio!–.

Pocas veces hubo en Bellas Artes –donde se graduó y enseñó– como en la Universidad, un profesor tan entregado, competente y querido por los estudiantes.

Ideólogo y ensayista –sin que pretendiera serlo–, escribía y teorizaba, progresista e implacable en juicios siempre plausibles. A veces no se interpretó correctamente su posición: para Liz, en el arte –eterno retorno–, desde siempre germinó lo que hoy llaman contemporaneidad. Además, era un ferviente adepto y defensor del dibujo y, hombre de vasta cultura, le apasionaba la música clásica. En incontables e indisociables pinturas y dibujos de personajes adultos e infantiles, aparecen el juego, el humor, la sonrisa, pero, si observamos mejor la impronta lúdica y el goce de la contemplación ceden ante la meditación, sicológica y sociológica, nacionalista, dominicana y universal. Afirmamos pues que ese mundo “liziano” del Ozama, nutrido de vivencias locales y ribereñas, tiene y tendrá siempre dimensiones de cosmogonía… como el Macondo del colombiano Gabriel García Márquez.

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