El arte es parte de las fiestas navideñas en París

El arte es parte de las fiestas navideñas en París

Marianne de Tolentino

Siempre sorprenden la paciencia y la pasión de los parisinos esperando para entrar a las exposiciones y los museos.
La época navideña continúa siendo la predilecta, ya que las vacaciones y la reducción de trabajo aumentan los momentos libres. No importaarrow que llueva o el frío amenace, la gente aguarda de pie estoicamente afuera; luego, dentro de los monumentos, ¡y los rostros cambian cuando se admite el próximo grupo! Hay solamente dos días de cierre: el 25 de diciembre y el primero de enero, pero no faltan los inconformes… y el famoso Centro Pompidou sigue abierto. Ahora bien, se temía que mermase esta afluencia por el miedo al terrorismo y el hecho de que, por esa misma razón, hasta en el Louvre la cantidad de visitantes había bajado de un 30 por ciento. Sin embargo, en el fin de año, la multitud había recobrado su fuerza, mayor aun… ante la sorpresa de ejecutivos del primer museo de Francia.
Y el “hambre” de arte –clásico, moderno y contemporáneo aun– se manifestaba en todas partes: un público tupido obligaba a detenerse… y acechar un “turno” para ver las obras maestras de Magritte, o descubrir aventuras y desventuras de Óscar Wilde, o conseguir audífonos en la formidable exposición “El mito Beethoven”.
Pues la oferta de exposiciones abarca no solo las artes visuales, sino la arquitectura, la literatura, la música, la historia, las ciencias, y otras que se dirigen más a los niños –así “la Petite Galerie” del Louvre con su nueva muestra sobre el movimiento y la danza–.
Además, están las colecciones permanentes y las instituciones museales situadas en la cercanía de Paris. Hasta en los barrios más retirados y, cuando no hay cola en la calle, como en el Museo Marmottan –dedicado principalmente al impresionismo y a Claude Monet–, desde la entrada encontramos abundancia de visitantes: a menudo ellos vienen con los niños, y tampoco faltan adultos de edad muy avanzada.
Exposiciones especiales. Las exposiciones, internacionales se caracterizan, en su mayoría, por una gran diversidad, hasta dentro de una misma institución.
Si tomamos el ejemplo del Centro Pompidou –que lleva el nombre de su fundador el presidente Pompidou, aunque todavía llamado popularmente “Beaubourg” por la meseta donde se construyó–, la programación propone varias muestras simultáneas, aparte del vasto museo de arte moderno, permanente y enriquecido con arte contemporáneo, ¡al fin! Y allí había otra fila interminable en la plataforma exterior…
Entre seis propuestas, dos exposiciones estelares congregaban a millares de personas diarias, una del belga René Magritte –titulada “Magritte, la traición de las imágenes”– y la otra, una retrospectiva del norteamericano Cy Twombly. La primera, con su belleza casi tradicional pese a un surrealismo amable, era ciertamente la más frecuentada. Pero preferimos la segunda, con una increíble “sustancia” gráfica y pictórica. Su arte de ruptura, de expresión singular y siempre en evolución, hace vibrar una superficie luminosa con ritmos y escritura, trazos y manchas. Aquí reina la abstracción hasta dimensiones de mural, siendo la dedicación a los dioses de la antigüedad y las alusiones figurativas casi un pretexto para un más intenso lenguaje del color o un garabato genial. Señalaremos que los signos vehementes de Twombly han seducido a más de un joven artista dominicano.
Maurizio Cattelan. Ahora bien, la exposición tal vez más excepcional e inesperada era “Not Afraid of Love” del artista italiano Maurizio Cattelan en el Hotel de la Monedaarrow, mansión secular y marco (¡el artista fue quien lo eligió!) paradójicamente acorde con una obra, a la vez tan neoclásica, contemporánea y provocativa siempre.
Se conoce universalmente por la “Nona Ora” (título proviniendo de la hora de la muerte de Cristo en la cruz), contundente estatua del papa Juan Pablo Segundo, alcanzado por un meteorito, alegoría aludiendo al peso del destino y el sufrimiento. Por supuesto figuraba en la muestra como una de las piezas principales, aunque, en nuestro criterio, otras eran tan dramáticas y más fascinantes.
Christophe Beaux, presidente de la institución, define excelentemente la exposición: “Maurizio Cattelan nos despierta y agudiza nuestro pensamiento: las obras maestras reunidas aquí son sus creaciones emblemáticas, las más fuertes y las más llamativas: imágenes que no dejan de perturbarnos, deslumbrarnos, hacernos reflexionar.” Esta obra tridimensional –donde alternan humanos y animales, el compromiso abarca la vida y la muerte, el autorretrato dialoga con la colectividad y el humor acompaña el dolor–, deja a todos atónitos.
Los yacentes envueltos en sus mortajas, la duplicidad formal de Hitler o el caballo colgante quedan en la memoria… ¡Y qué decir de la cabecita mirona –¿Cattelan?– que surge desde un piso histórico ahuecado! Pensamos en nuestro Jorge Pineda y cuánto le hubiera gustado ver reunidos estos íconos de la contemporaneidad.
Una vez no basta. Una exposición museográfica hoy no se limita a la presentación de obras, se acompaña de textos, documentos, percepciones varias, y el público acoge masivamente estas informaciones que completan, orientan y divierten.
Así, la magnífica y emocionante exposición sobre Beethoven en el Museo de la Música y Filarmónica de París, era pluridisciplinaria, debiendo visitarse dos y tres veces para poder disfrutar todos sus elementos: pinturas, esculturas, grabados, partituras, extractos de filmes, originales manuscritos y, sobre todo, fragmentos de composiciones de un creador –símbolo del genio y del sufrimiento–.
A cada segmento de la exposición correspondían no solamente un audio que comentaba el período, sino varias piezas musicales con una muy fácil referencia e identificación. ¡Una joya de homenaje… y el espectador salía más ‘beethoveniano’ que nunca!
Nuestra reseña ha sido muy pobre, comparada con los eventos y espectáculos que ofrece París en la Navidad, pero una cosa es segura: ¡allí, arte y cultura forman parte del consumo en el fin de año!

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