Un día sobrevolé Santo Domingo en helicóptero. Me impresionaron dos cosas: los inmensos centros comerciales en construcción y el caótico y creciente mar de ranchos que arropa la capital.
Los entendidos podrán mostrar que nuestro desarrollo consumista, ni satisface a nadie, ni vence la pobreza. No satisface, porque los que consumen siempre necesitan nuevos y más exquisitos entretenimientos, alcohol, alucinógenos, experiencias chulas. No derrota la pobreza, porque ese consumo no desarrolla puestos de trabajo. No hay más que mirar los campos vacíos, y el avejonear de los motoconchos, moscas ruidosas sobre el cadáver maloliente de las ilusiones perdidas de muchos “campitaleños” y «monumentados».
En el Evangelio de hoy, (Juan 6, 24 – 35) Jesús enseña: “trabajen, no por el alimento que perece, sino por el que perdura y da vida eterna”.
¿Cuál será el alimento que perdura? Jesús enseño: el hacer la voluntad de Dios es el verdadero alimento (Juan 4, 34). Es decir, cuando hacemos el bien, cuando creamos oportunidades para que otros vivan y se ganen la vida, cuando trabajamos, porque nosotros y los que nos rodean pongamos a rendir los talentos que Dios nos ha dado, ¡eso es lo que llena y perdura!
Da pena ver a gente de talento y poder hambreando satisfacciones y gusticos para sus vidas vacías. ¡Qué país tendríamos, si el talento y recursos, que algunos emplean en fabricarse vidas exquisitas, se empleasen en poner a rendir este pueblo y su naturaleza paradisíaca!
Jesús se atrevió a enseñar: “el que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”.
Hambre y sed simbolizan las aspiraciones humanas. Esa hambre y sed que sentimos de ver a los dominicanos ganándose la vida honestamente, se colmará, si acogiendo la propuesta de Jesús caminamos la ruta de la solidaridad inteligente que respeta, empodera, exige y organiza.