Los bancos centrales alcanzan su mayor potencial cuando tienen una visión correcta y clara de los acontecimientos y las perspectivas económicos, así como las herramientas para lograr buenos resultados, ya sea que actúen de forma independiente o junto con otras autoridades.
El testimonio de la presidenta de la Fed, Janet Yellen, ante el Congreso estadounidense la semana pasada sugiere que estas cualidades le son esquivas al banco central estadounidense. Y lo que es peor, los retos políticos a los que se enfrentan las autoridades de la Fed no son nada en comparación con los de sus homólogos europeos.
En el caso del Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo, una significativa incertidumbre estructural acaba de sumarse a las dificultades que presentan la fluidez de las economías y unas condiciones financieras peculiares. Esta combinación inusual reduce la eficacia de los bancos centrales y, como demuestra la experiencia del Banco de Japón, los acerca a la línea que separa las medidas eficaces de las ineficaces e incluso contraproducentes.
En su testimonio bianual sobre política monetaria, Yellen enfatizó que la economía de Estados Unidos debe hacer frente a “una incertidumbre considerable”.
Las razones de esto son tanto internas como internacionales y no se limitan a acontecimientos inesperados de corto plazo como el referéndum del Brexit o el decepcionante dato del empleo estadounidense en mayo. Yellen también señaló factores estructurales como el débil crecimiento de la productividad y de las inversiones empresariales.
En Europa se están dando unas circunstancias similares, pero en una medida mucho mayor. Las dificultades estructurales se han visto profundizadas en la última semana por la auténtica incertidumbre que siguió al referéndum por el Brexit: en concreto, el futuro incierto de las relaciones económicas y financieras entre la Unión Europa -la mayor zona económica del mundo- y el Reino Unido, la quinta economía del mundo en tamaño.
Esta situación dificulta enormemente la concreción de una visión económica de los bancos centrales (y de otros agentes) con convicción y fundamentos suficientes, dejando su política sin unos cimientos sólidos a largo plazo.
Como resultado de ello, las instituciones se vuelven inevitablemente más “dependientes de los datos”, lo que, a su vez, se suma a sus dificultades de comunicación. Las fluctuaciones resultantes en las señales que envían a los mercados exponen a los bancos centrales a críticas por su perjudicial falta de coherencia.
Esto ocurre en un momento especialmente difícil para los bancos centrales de todo el mundo. Como expuse en mi libro “The Only Game in Town”, los bancos centrales han asumido responsabilidades políticas sin precedentes en los últimos años. Esto no fue por elección propia sino por necesidad, ya que otras instituciones nacionales de política económica han quedado marginadas por la polarización política.