El consumo del arroz y el efecto Trujillo

El consumo del arroz y el efecto Trujillo

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN

Segundo, también podemos inferir que la mayor parte del arroz que se consumía era importado, de manera que la cifra del cereal comprado del extranjero era de 13,076 toneladas, con un valor de tres millones 194,011 pesos. También notamos en el censo que existían los terrenos para el cultivo, pero que no se había desarrollado esta actividad suficientemente. Solo menciona a Matanzas y a Valverde como lugares donde se producía el grano, es decir, en las actuales provincias de Valverde y María Trinidad Sánchez. Durante la década del veinte, el consumo de arroz es ascendente y con él aumenta la dependencia del mercado exterior.
Trujillo parece ser el que posibilita su cultivo y la difusión de su uso en las mesas dominicanas, por un lado, gracias al deseo de sustituir las importaciones, acción capital luego de huracán de San Zenón y el inicio de la gran depresión de la economía mundial de la década del treinta. La historia económica del país muestra el aumento del consumo del arroz que, poco a poco, fue desplazando al plátano en las mesas dominicanas. Yo podría afirmar que lo desplaza en la comida del mediodía, aunque el plátano sigue muy presente en el desayuno en forma de mangú. Apreciación que podría cambiar de acuerdo a la zona en la que se ubique el lector.
Tanto Orlando Inoa (“Estado y campesinos”, 1994) como Pedro San Miguel (“Los campesinos del Cibao”, 1997) muestran los cambios en la producción de alimentos en las dos primeras décadas del Gobierno de Trujillo. Estos impactaron, estamos seguro, la dieta del dominicano. Pero fueron parte de dispositivos que cambiaron la tenencia de la tierra, la inversión estatal en canales de riego, ayudado por las nuevas formas de comunicación que fueron cambiando la forma en que circulaban las mercancías.
Estas las primeras tres décadas, se pueden ver como parte de un largo proceso de modernización, que unas veces fue muy lento y otras muy rápido. Y que no dejó de establecer nuevas formas de control que impactaron el discurso sobre el presente y dieron la sensación de que una fuerza heroica individual nos había colocado de lleno en la tan anhelada modernidad, simbolizada en el progreso. Este ‘discurso de deseo’ lo propalaron nuestros letrados desde que fuera concluida la restauración de la República en 1865.
El discurso se justifica en la representación sígnica de las cosas. Él crea una falsa conciencia como lo fue la ideología trujillista del nacionalismo o del progreso o, la idea misma de Patria Nueva. La literatura como medio de expresión de lo real recoge en pequeños trozos esa presencia y una arqueología del sentido nos es pertinente para leer esos cambios.
Entonces cabe pensar que el locrio, es decir, el plato de arroz con pollo o, en el tiempo de mis abuelos, el arroz con carne de cerdo oloroso a manteca, es el plato que debe desfilar dentro de las delicias que identifican al colectivo de dominicanos. Ese plato, tan parecido a la paella española, no pudo haber tenido un reinado en toda la geografía nacional anterior al siglo XX. Y si bien en sus orígenes son más remotos, no hay razones para que su suculenta digestión estuviera muy difundida en la República Dominicana. El arroz es muy zonal y, en las condiciones en que se dan las relaciones comerciales en los siglos anteriores al XX, no hay la posibilidad para que el arroz se comercializara en tanta cantidad como para constituirse en un plato que le diera la vuelta a la isla y que, además, se consumiera, como hoy prácticamente, todos los días. Otras razones tienen que ver con nuestras relaciones precapitalistas de producción y la existencia de una sociedad de sobrevivencia.
La inmovilidad social de la República fue muy prolongada en el tiempo. Pedro Henríquez Ureña, en una conferencia que dio en Buenos Aires en los años treinta, configura el tiempo en el que vino a la vida. Solo la lucha de independencia de Cuba y Puerto Rico dieron ciertos cambios a la vida dominicana a fines del siglo XIX. De ello habla Hoetink en “El pueblo Dominicano” y Moya Pons en varias de sus obras, pero cito “El pasado dominicano” (1986).
Ya hemos citado a don Emiliano Tejera sorprenderse de la cantidad de arroz importado para la ciudad de Santo Domingo a fines del siglo XIX. En “La sangre”(1913) Tulio M. Cestero hace una crónica sobre la vida dominicana en tiempos de Lilís y habla del sancocho, del arroz, pero no del locrio. Moscoso Puello en “Cañas y bueyes” (1935) menciona el cereal: “Es la bodega un punto de reunión. Por las tardes, cuando la peonada regresa del trabajo, se forman grupos por delante del mostrador de dos, de cuatro, de seis, de más. Los dependientes van y vienen, pasando arroz, pasando azúcar, envolviendo arenques, cortando bacalao. Entregan dulces, despachan tragos, andullo, tabacos, cigarrillos” (16). Luego, entra un cliente y pide una libra de arroz.

El médico dominicanista también describe los artículos alimenticios a propósito del conuco de Nano: “Y Nano habló con entusiasmo de su conuco. Tenía de todo. Tres clases de plátanos. Machiembras, machos, dominicos. Como trescientas matas. ¡Guineos, no se diga! Muchos de los finos, y de dame más.

—Eso si son guineos. Por aquí todo se da ruin. Y también tenía rabo e mulo, de rosa. Arroz de tres clases: del comunero, del cariaco y del fortuna. En cuestiones de vituallas de todo. Unas batatas Vacó que daban gusto. De las Gil y hasta de la Panchita” (138-139).

En todas las referencias a la alimentación que aparecen en esta obra se encuentra el arroz. Como también aparece el locrio. Dice un preocupado hombre en familia: “—Tengo chavos, —dice— y no encuentro que darles a estos barrigones. ¡No comen locrios, figúrese!”. Lo que marca el locrio como una comida distinguida para el campesino, aunque no cultiva el arroz. Más adelante se encarga de decir lo que ocurría con la alimentación en los años veinte: la falta de bastimentos en las tiendas: “Por las mañanas entran a La Inocencia dos o tres vendedores de leche y un panadero que trae el pan a la bodega. Viene en su mulo bayo. Cuando los caminos están malos, no llega o lo hace tarde. Los víveres son vendidos en las puertas de las casas. Tres o cuatro campesinos entran diariamente con sus cargas. Venden plátanos, batatas, a veces frutas…”

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