Diría un poeta: De tanto llorar llenamos los ríos y se formaron lagunas, pero se nos secaron las lágrimas, como si se agotaran los sentimientos y nada nos importe. Las denuncias impactan y son noticias por apenas horas o unos días y seguimos viviendo entre corruptos genéticos y sinvergüenzas de moda, que se regodean riéndose de los protestantes calificándolos como inadaptados, frustrados o perdedores que no saben entrar a la realidad.
El senador Wilton Guerrero hizo dramáticas revelaciones y denuncias relacionadas con el asesinato del coronel Daniel Ramos Álvarez, de la Policía Nacional. Repitió informaciones sobre el andamiaje del narcotráfico y los numerosos “puntos” de drogas en su pueblo, Baní. Habló del contubernio entre policías y responsables del negocio y mencionó nombres de cobradores de “peajes” para permitir los intercambios, casi todo dicho con anterioridad, pero… ¿para qué o para quiénes? Tal vez, sin que fuera su propósito real, para que las autoridades conocieran al monstruo y actuaran en consecuencia o terminaran de convencerse de que no pueden contra él y, peor aún, para que los dominicanos nos resignemos a seguir siendo cautivos de diabólicas criaturas capaces de provocar grandes heridas a la sociedad como la representada por el asesinato de un oficial calificado como honesto por quienes le conocían.
No hay dudas de que son muchas las heridas que la corrupción ha infligido a nuestra nación y el narcotráfico aporta un importante porcentaje reflejado en los numerosos “puntos” de drogas y parece redundante replantear que necesitamos autoridades que sean verdaderos cirujanos sociales, que sepan cómo dar verdaderos “puntos” para cerrar esas heridas y lograr una auténtica y definitiva recuperación.