“El crédito” con suficiente solvencia actoral

“El crédito” con suficiente solvencia actoral

En el año 2009 fue presentada por primera vez en nuestro país, una obra del dramaturgo español Jordi Galcerán: “El método Grönholm”, y luego ese mismo año “Palabras encadenadas”, dirigidas por Mario Lebrón y Enrique Chao, respectivamente.
La tercera obra de Galcerán, “El crédito”, llega a la sala Ravelo de la mano del director Ramón Santana, protagonizada por Irving Alberti y Orestes Amador.
El teatro de Galcerán privilegia la comedia, siendo la sorpresa, la intriga y el suspenso, elementos esenciales. Sus personajes complejos, tienen el propósito primario de entretener, pero también llevar a cierta reflexión. En “El Crédito”, una comedia de enredo, están presentes todos estos recursos, y sus dos protagonistas a un mismo nivel, a través de diálogos hilarantes cargados de un fino humor negro, logran la risa contagiosa, y el suspenso en pequeñas dosis, mantiene atento al espectador.
La trama inteligente, simple en apariencia, aunque con poca consistencia dramática, presenta una situación muy particular: un hombre, -el cliente- se presenta en un banco para solicitar un crédito o un préstamo, -dicho de una manera más popular- para poder continuar con su vida, aunque nunca sabremos qué realmente lo motiva.

El gerente le exige un aval, solvencia, pero él solo posee su “palabra de honor” -como si eso importara- , y por supuesto el préstamo le es denegado. Ante la negativa, el cliente le hace una insólita amenaza personal al gerente, la cual no develaremos para mantener intrigado a los posibles espectadores.
El gerente y el cliente se enfrentan, inicia un combate desigual, al parecer el uno no tiene nada que perder, el otro desde su altura; sin embargo, se siente frágil, temeroso, lo que deviene en un vínculo de dependencia, el uno del otro.

El primer diálogo se alarga, vueltas y vueltas sobre el mismo tema, pero soportable por la excelente química lograda por los actores; luego la trama va creciendo, surge el conflicto, la obra toma giros insospechados.

La puesta en escena dirigida por Ramón Santana, es efectiva, sitúa la acción en nuestro país, con sus consecuentes localismos idiomáticos. Irving Alberti como el “gerente” logra una interpretación pletórica de matices, su paulatino cambio, muestra su gran versatilidad, consigue hacer reír. Sin duda, Alberti es un excelente comediante.

“El cliente”, el director lo identifica como un cubano, por lo que Orestes Amador como decimos los dominicanos, “va en coche”, pero eso es solo una apariencia. Orestes, recrea el enigmático e ingenioso personaje, plegado de sí mismo, con un histrionismo desbordante, patético por momentos, y con una expresividad corporal decantada en la maleabilidad de su cuerpo.
Tras los enredos y recovecos en que transita la obra, el final inesperado es toda una paradoja, los distantes personajes terminan cercanos, y nosotros sorprendidos aun más.

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