Ya sé que la palabra no existe, pero en unas cuantas líneas mas comprenderán de qué estoy hablando y eso dejará de tener importancia. Igor Rusorosov, un ciudadano ruso (¿de qué otra parte podía ser con ese apellido?) acusado de introducir al país doce ejemplares de cucarachas gigantes — seis hembras y seis machos de la especie Madagascar–, está a punto de sufrir los rigores (es un decir) de nuestras  leyes. El Ministerio de Medio Ambiente acaba de solicitar  a la Procuraduría General de Medio Ambiente que investigue y someta a la justicia a Rusorosov por violar la Ley de Sanidad Vegetal, dado que  esas cucarachas representan un seria amenaza para la salud y la agricultura. El “cuerpo del delito”, mientras tanto, fue donado al Museo de Historia Natural para que lo utilice en sus investigaciones, pero ojalá se sepa, antes de que el tema  se lo lleve la ventolera de la política y sus ruidosas garatas, qué pretendía hacer ese ruso con esas cucarachas, pues todo lo que se nos ha dicho es que las utilizaría para “competencias”. Y como no se han dado mas detalles, han quedado en el aire demasiadas preguntas sin respuestas. ¿De qué clase de competencias se trata? ¿Dónde se realizan y quienes participan? ¿Hay otras “competidoras” que sí pudieron burlar la vigilancia de las autoridades? Tratándose de rusos y la mala fama que tienen puede asegurarse que en esas competencias se apuesta mucho dinero,  y no duden ustedes  que en algún discreto lugar de esta media isla exista un “cucarachómetro”  donde se realizan. Tal vez me he pasado un poco, lo reconozco, pero reconozca usted también que si es verdad, como dice Vincho, que en el país opera desde hace tiempo   la temible  mafia rusa aquí puede pasar cualquier cosa, sobre todo si se mezcla con la criolla. Pero volvamos a la realidad, que es donde queremos saber si al ruso Rusorosov (valga la redundancia)   se le aplicará todo el peso de la ley, o si todo este alboroto al final se volverá sal y agua.. ¡o vodka!