El debilitamiento de los Partidos no garantiza la democracia institucional

El debilitamiento de los Partidos no garantiza la democracia institucional

Hay quienes entienden que en los partidos políticos deberían producirse sacudimientos internos capaces de transformarlos o incluso que desaparezcan. Sin embargo, se toma más en cuenta lo relativo a su composición y funcionamiento interno, que los planteamientos institucionales con relación a los diversos temas nacionales.
La realidad es que no hay mucha diferencia entre lo que plantean unos y otros. Lo poco que los diferencia es lo que dice algún dirigente, o los candidatos a alguna posición electiva, especialmente a la presidencia.
Lamentablemente los partidos no tienen planteamientos institucionales específicos ni diferenciados en ninguno de los temas fundamentales. Casi todos giran en torno a los mismos discursos. Pueden estar a favor o en contra de algún proyecto, criticándolo o defendiéndolo, dependiendo de si están en el gobierno o en la oposición, pero no le dicen al país lo que piensan concretamente con relación a los aspectos esenciales. Comenzando por las estructuras económicas.
Los temas en los que más énfasis ponen, son los puntuales o de moda: corrupción, impunidad, seguridad ciudadana, composición de la Junta y Altas Cortes, etc. En el caso de la corrupción, casi todos los partidos, incluyendo el de gobierno, lo tratan como un mal general sin soluciones, y sin establecer metodologías claras y precisas para evitarla. La personalizan como si se tratara de un mal que, con el sólo hecho de sacar del medio a un paciente aquejado de dicha enfermedad, se acaba la epidemia.
Lo mismo ocurre con la composición de los partidos. Nunca se han preocupado por poner valladares para evitar que dirigentes o personas que han tenido pasado oscuro o con conductas políticas y personales reprochables san impedidos de entrar o separados. Si consideran que les conviene, los aceptan. Les lavan la cara y los liberan de toda culpa. Si eran opositores los aceptan los gobiernistas, y viceversa.
Esa actitud puede pasar desapercibida para algunos. Pero el pueblo las observa y valora, aunque le crean confusión. Al extremo de que, aún pensando popularmente que casi todos los políticos, dirigentes o funcionarios son iguales o parecidos, y a pesar de ser tan poco valorados, la mayoría quiere estar cerca de los políticos y de los funcionarios. Pobres y ricos. Porque les brindan oportunidades de hacer lo mismo: tratar de mantener o mejorar su situación.
Pero por el simple hecho de que en los partidos se produzcan sacudimientos, divisiones o inconformidades, no se soluciona el problema.
Menos si siguen trillando los mismos caminos que mueven a las mismas indefiniciones e inconformidades. Se hace necesario que haya diferenciación en los planteamientos, que cambie la conducta humana.
Cambiar la dirigencia de un partido podría, de cierto modo, contribuir a cambiar su imagen, pero creer que por el sólo hecho de hacerlo con uno u otro dirigente se soluciona el problema, es un error. Si lo es, porque si para la mayoría de los ciudadanos todos son iguales o parecidos, tienen que mostrar las diferencias de fondo, no solo de cara.

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