Hay quienes entienden que en los partidos políticos deberían producirse sacudimientos internos capaces de transformarlos o incluso que desaparezcan. Sin embargo, se toma más en cuenta lo relativo a su composición y funcionamiento interno, que los planteamientos institucionales con relación a los diversos temas nacionales.
La realidad es que no hay mucha diferencia entre lo que plantean unos y otros. Lo poco que los diferencia es lo que dice algún dirigente, o los candidatos a alguna posición electiva, especialmente a la presidencia.
Lamentablemente los partidos no tienen planteamientos institucionales específicos ni diferenciados en ninguno de los temas fundamentales. Casi todos giran en torno a los mismos discursos. Pueden estar a favor o en contra de algún proyecto, criticándolo o defendiéndolo, dependiendo de si están en el gobierno o en la oposición, pero no le dicen al país lo que piensan concretamente con relación a los aspectos esenciales. Comenzando por las estructuras económicas.
Los temas en los que más énfasis ponen, son los puntuales o de moda: corrupción, impunidad, seguridad ciudadana, composición de la Junta y Altas Cortes, etc. En el caso de la corrupción, casi todos los partidos, incluyendo el de gobierno, lo tratan como un mal general sin soluciones, y sin establecer metodologías claras y precisas para evitarla. La personalizan como si se tratara de un mal que, con el sólo hecho de sacar del medio a un paciente aquejado de dicha enfermedad, se acaba la epidemia.
Lo mismo ocurre con la composición de los partidos. Nunca se han preocupado por poner valladares para evitar que dirigentes o personas que han tenido pasado oscuro o con conductas políticas y personales reprochables san impedidos de entrar o separados. Si consideran que les conviene, los aceptan. Les lavan la cara y los liberan de toda culpa. Si eran opositores los aceptan los gobiernistas, y viceversa.
Esa actitud puede pasar desapercibida para algunos. Pero el pueblo las observa y valora, aunque le crean confusión. Al extremo de que, aún pensando popularmente que casi todos los políticos, dirigentes o funcionarios son iguales o parecidos, y a pesar de ser tan poco valorados, la mayoría quiere estar cerca de los políticos y de los funcionarios. Pobres y ricos. Porque les brindan oportunidades de hacer lo mismo: tratar de mantener o mejorar su situación.
Pero por el simple hecho de que en los partidos se produzcan sacudimientos, divisiones o inconformidades, no se soluciona el problema.
Menos si siguen trillando los mismos caminos que mueven a las mismas indefiniciones e inconformidades. Se hace necesario que haya diferenciación en los planteamientos, que cambie la conducta humana.
Cambiar la dirigencia de un partido podría, de cierto modo, contribuir a cambiar su imagen, pero creer que por el sólo hecho de hacerlo con uno u otro dirigente se soluciona el problema, es un error. Si lo es, porque si para la mayoría de los ciudadanos todos son iguales o parecidos, tienen que mostrar las diferencias de fondo, no solo de cara.