El desafío de un duelo navideño

“Todo lo que ocurre viene del mismo movimiento. ¿De dónde podría venir si no?”

Bert Hellinger

Hace una semana, mi amiga Miosoti y yo estábamos felices en el retiro de la abuela Margarita. Cantamos junto al fuego, celebramos la luna, reconectamos con la alegría del origen de la vida, sonamos la maraca y tocamos el tambor junto a otros hermanos del camino. El domingo, de retorno a la ciudad entramos a su casa en Palenque para rendir honor a su padre, que celebraba 69 años de nacimiento.

Este fin de semana, un grupo de amigos regresamos a Palenque, para acompañarla a llevar el cuerpo de su padre a su morada final. ¡Todo fue tan repentino! El jueves lo trajeron de emergencia al médico y el viernes en la tarde había muerto. Un violento y silencioso ACV había dañado todas sus funciones.

Perder algo amado es parte natural de las lecciones que experimentamos en la travesía que hacemos por la vida. Sin embargo, con frecuencia nos sorprende la incapacidad que tenemos de manejarlas. Vivenciamos sentimientos de confusión e inseguridad que nos hacen aún más difícil llevar el dolor.

No saber gestionar el pesar termina desbordándonos, y en ocasiones hasta destrozándonos. Sabiendo que la muerte acompaña cada paso que damos, su llegada sigue siendo devastadora. Cuando el dolor que ocasiona la pérdida de un ser amado nos asalta, nos desestabilizamos y acabamos rotos poco por dentro. Parece una paradoja pero el dolor es la mejor cura del duelo.

Un duelo es el proceso de recoger las piezas rotas del corazón, para reconstruirnos de nuevo. Abarca una amplia gama de experiencias que incluyen la partida por muerte de un ser querido, el abandono, la disolución de un matrimonio, la ruptura de una pareja, la separación de una amistad u otra relación significativa, las pérdidas provocadas por la enfermedad y la discapacidad, la destrucción del hogar, el daño a propiedades, el menoscabo de la carrera profesional, entre otras.

El escritor británico Brian Jacques dijo: “No te avergüences de llorar; tienes derecho a llorar. Las lágrimas son sólo agua, las flores, los árboles y las frutas no pueden crecer sin agua. Pero también debe haber luz solar.” El duelo nos confronta con el agradecimiento, pues si nos duele es porque nos hemos deleitado con lo que perdimos. El poeta Kahlil Gibran lo dijo bellamente: “Cuando te sientas dolorido, mira de nuevo en tu corazón y deberías ver que estás llorando por lo que ha sido tu gran disfrute.”

La mayoría de las personas, no sabemos cómo avanzar en el territorio desconocido en el que nos deja la pérdida. Se requiere de mucha madurez emocional para desapegarnos de lo que no puede seguir con nosotros, y ver en el desafio una experiencia de aprendizaje. Adicionalmente, aunque estemos acompañados por personas que nos aprecian, la pérdida es siempre un proceso solitario en el que debemos avanzar por nosotros mismos.

La singularidad de cada persona hace que la manera de elaborar el duelo también sea única. En términos generales, un duelo importante se supera en el término de 12 a 18 meses. En mi experiencia, la gente que se hace amiga del tiempo, y va llevando un dia a la vez, es la que mejor elaboración del duelo hace. Para quien valora el tiempo y lo aprocecha, éste se transforma en un buen aliado.

El novelista brasileño Paulo Coelho dijo: “Morir mañana es tan bueno como morir cualquier otro día”. En la visión indígena, caminamos entre la vida y la muerte. La muerte a nuestra izquierda (representando a la madre) y la vida a nuestra derecha (representando al padre). Cuando avanzamos conscientes de esta verdad, estamos seguros, protegidos y cuidados.

La muerte es inevitable y puede llegar en cualquier momento. Como fuerza, la muerte es amoral y no distingue épocas, sentimientos o circunstancias, sin embargo, parecería que cuando la muerte nos visita en tiempos navideños, la aflicción es más difícil de superar. ¿No es acaso la navidad un tiempo de celebración, alegría, reunión y amor? ¿Qué hace entonces la persona que vive un duelo con la tristeza, el desconsuelo, la impotencia y el vacío que le embarga?

Osho dice que luchar contra la muerte es luchar contra nuestro destino. Oponernos a la acción de la muerte nos sumerge en un enorme cansancio, una gran tristeza y un duelo nefasto. El presidente norteamericano Calvin Coolidge dijo: “La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de la mente. Valorar la paz y la generosidad, y tener merced es comprender el verdadero significado de Navidad”.

Creo que al final, el duelo es la mayor prueba de propio amor a la que nos somete la vida. Una creencia que empeora -y perpetúa- el duelo es la sensación de que sin la persona amada no estamos completos, que sin su presencia no volveremos a estar bien y ninguna felicidad volverá a ser total jamás.

Pensar de este modo, hace sencillamente devastadora la ausencia del ser querido. Si todo en la vida es temporal y pasajero, aferrarnos a que la relación debia ser para siempre es una ilusión. La vida es el arte del hola y el adiós. Quien sabe darle la bienvenida a lo nuevo y se despide con amor de lo que ya no le sirve para crecer, se transforma en un mago, un alquimista, en el director de su propia obra.

En realidad, la pérdida es una maestra que llega para ayudarnos a crecer. Anthony De Mello dijo: “Tanto lo que buscas fuera como aquello de lo que huyes, está dentro de ti”. La superación del duelo siempre implica amarnos más a nosotros que al otro. El dolor nos enseña que podemos acompañarnos a nosotros mismos, hacernos cargo de lo que vivimos y seguir nuestro camino.

Que la navidad sea un tiempo de melancolía y nostalgias, o un tiempo de celebración y milagros, es una elección nuestra. Nos guste o no, la vida sigue adelante y no se detiene a esperarnos porque estamos sufriendo. La autora inglesa del género policíaco Agatha Christie lo expresa hermosamente en una sabia frase: “Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único”.

Sé que el amor del Cristo que mora en el corazón de mi amiga Miosoti y de su familia llenará el vacio que les ha dejado don Chago, buen esposo y padre ejemplar. Él es quien consuela a los dolientes. Tal como dijo el poeta existencialista norteamericano Criss Jami: “Escucha a Dios con el corazón roto. Él no es sólo el médico que lo repara, sino también el padre que limpia las lágrimas”.