El desguañangue fronterizo

El desguañangue fronterizo

Inexplicablemente la frontera ha dejado de ser el supuesto valladar para controlar el tráfico humano sin control. Ahora no hay control existiendo trasiego alegre, sin temores y pintoresco de grupos de vecinos occidentales cruzando para la parte oriental de la isla a buscar mejor vida.
Pese a los desmentidos que ofrecen la jerarquía militar y migratoria alegando que tienen el control de la frontera, nadie les cree. Y es que vemos la realidad de un éxodo masivo de haitianos que vienen a buscar su subsistencia. Ellos reemplazan a los dominicanos que rechazan los trabajos de baja remuneración. Incluso desplazan a los dominicanos de los puestos en los resorts por la facilidad con los idiomas que ellos necesitan para comunicarse con los turistas.
La atracción que siente el personal militar destacado en la frontera por el peaje ha provocado el desguañangue existente de la oleada de inmigrantes ilegales. Y eso, que supuestamente han devuelto más de 150 mil haitianos en las últimas semanas. Tal cosa la ciudadanía no la cree al ver cómo las calles de nuestras principales ciudades en especial Santiago, Higüey y el Gran Santo Domingo se ven repletas de ciudadanos occidentales yendo y viniendo de sus trabajos, buscándolo, mendigando o las mujeres rumbo a los hospitales a parir.
Las Fuerzas Armadas, pese a los bonitos desfiles que organizan para cada 27 de febrero con su despliegue de equipos, hombres y armas, han sido desbordadas desde hace tiempo por una oleada que no quiere morir en su tierra. Y aquí, en Dominicana, al ver a sus conciudadanos que se mantienen trabajando y luego van a su país a llevar sus aportes y exhibir su cambio de situación frente a sus amigos, se estimulan para cruzar la inexistente frontera. Aquí impera el peaje y la atracción para un dinero fácil que permite a los militares hacerse los desentendidos con un flujo humano de impredecibles proporciones y resultados funestos para la dominicanidad.
El futuro de la dominicanidad está en peligro. Tal como nos conocemos e identificamos hoy eso será muy distinto en pocos años. Y es que ese éxodo masivo desde occidente hacia oriente nadie lo detiene. Y es que al no existir la represión tradicional de hace algunas décadas del siglo XX por el cambio de las normas de los derechos humanos y la vigilancia internacional impide adoptar medidas drásticas para contener a miles de seres humanos huyendo de la muerte en su territorio.
Además, la nacionalidad dominicana está muy vulnerada y debilitada por la pérdida de valores y la destrucción de la unidad familiar que antes distinguía a la sociedad dominicana. Ahora todo está sujeto a buscar el bienestar a como dé lugar. No importa los medios que se utilicen para lograrlo. Desde el mundo de la delincuencia pasando por el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero hasta llegar al moderno Bitcoin, que en una forma virtual, amenaza destruir el sistema bancario tradicional.
Ya no es la época de enfrentamientos armados pretendiendo aplastar a los haitianos en recuerdo de aquellos jornadas heroicas de 1844 a 1856 cuando nuestros antepasados le ofrecieron un ejemplo al mundo tal como ocurrió en 1965. Ahora nos abocaremos a concretar una coexistencia pacífica de dos pueblos tan disímiles en sus creencias aun cuando sus rasgos físicos en su mayoría son similares. Si en el país hubiesen políticos serios que no solo estuviesen buscando la forma de enriquecerse a la sombra del poder y militares por igual otras esperanzas existirían para el futuro dominicano.
Podríamos pensar en un futuro más prometedor para la isla. Pero el camino que se ha decidido transitar en las últimos meses con el desborde del ingreso masivo de haitianos ilegales es muy arriesgado. El ánimo de la mayoría de los dominicanos es de aplicar una mano dura a esa presencia que desborda toda la capacidad de respuesta del Estado en especial en el área de la salud. Ahí miles de parturientas haitianas han copado todos los servicios deficientes de maternidad de los hospitales fronterizos, de Santiago y la capital. Estos centros en su mayoría están en reconstrucción y carecen de recursos, por lo cual empeora el deficiente sistema de salud nacional.
Ahora se nos presenta un panorama que no es muy halagüeño para las futuras relaciones de los dos pueblos. Los haitianos no van a dejar de emigrar hacia la parte oriental de la isla. Y los dominicanos no se resignarán a ver su territorios invadido y desgarrado. Se sacudirán de su progreso y comodidades para hacer lo que han hecho en otras ocasiones cuando la nacionalidad se vio amenazada por las hordas de occidente. El futuro se avizora negro y podría ser estremecedor de los valores que nos dieron el orgullo de ser dominicanos.

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