EL DOMINICANO Y EL SUJETO COMO PROBLEMA (Soliloquio no tan solitario)

EL DOMINICANO Y EL SUJETO COMO PROBLEMA (Soliloquio no tan solitario)

11. Juan Bosch fue de los pocos dominicanos que hablaron desde su propio yo. Creó una subjetividad y se constituyó en actor. La ética la puso por encima de la política. No podía colocar la política sobre la ética. Y con la estética y la ética se abrazó a favor del proyecto colectivo, desde su propia y contradictoria individualidad. El yo de Bosch siempre fue leído como el yo de un soberbio. Antes que todo, los que nos acercamos a él sabíamos la grandeza de su espíritu y de sus actos. Bosch fracasó como maestro, porque el pragmatismo de ese ser que no llega a constituirse en sujeto o actor, terminó enterrando sus enseñanzas. Bosch fue el último grande inspirado en las ideas de Duarte y Hostos. Vivió en una República intervenida y actuó en busca de una comunidad soñada, abandonada en las mismas prácticas en las que se ha forjado la dominicanidad.
12. No creo que Trujillo haya intentado dar continuidad a las ideas de comunidad soñada. No hubo un plan nacionalista bajo Trujillo. La República ya estaba intervenida y tutelada. Trujillo se aprovechó de las ideas nacionalistas que los últimos positivistas le prestaron (Mateo). Trujillo intentó dominar el individualismo folclórico que tenía su historia en el Concho Primo. Y lo dominó con la misma teoría del poder. Trujillo fue el último caudillo rural y a su sombra vivió Balaguer. Peña Batlle, en los últimos años de su vida, le prestó todo el conjunto de símbolos y representaciones que se generó en la lucha de la ‘Pura y simple’ y a veces, como pensador solitario se dio a la tarea de prestarle una voz al trujillismo, pero el trujillismo sólo hablaba desde el Estado, la violencia y el poder. El nosotros construido bajo el trujillismo no era más que la careta del yo democrático que apenas podía surgir.
13. Joaquín Balaguer es la suma de lo que han sido los dominicanos frente al poder. Su propia individualidad muestra, por un lado, la práctica del sumiso y la del dictador. Balaguer era él porque todo lo que existe es. Y por las prácticas sui generis que estableció. Era un solitario. Como todo cortesano era sumiso y en su sometimiento escondía su yo. Era una tumba de silencio. Usó el poder con fuerza y les atribuyó sus desmanes a fuerzas incontrolables y los azares de la historia a la Providencia (v. Vico, Bossuet, Herder). En la “Odisea” frente al Cíclope, Ulises es Nadie; la estrategia de celada frente al poder del cíclope da origen al juego apelativo. La obra ciclópea de Balaguer es la de un Nadie. No se puede ser sujeto desde el silencio. La política de Balaguer es el silencio del sujeto. El dominio de las emociones y el cuerpo físico como el dominio de las diferencias y el sujeto social.
14. La dominicanidad, como conjunto de prácticas y apelaciones simbólicas, es sumamente ininteligible si no vemos al dominicano en su propio desarrollo o en su tránsito de ser en el mundo como ser folclórico hacia el ciudadano y el sujeto. El mundo rural y de abandono en el que ha vivido, le dio una cotidianidad que caracteriza su estar ahí, su ‘dasein’. Atado a las cosas con pocas posibilidades de usar o desarrollar su conciencia de sí; el dominicano ha sido un ‘ser en sí’ y no ‘para sí’, en la medida en que su mismidad no ha pasado a la forja de una conciencia colectiva. De ahí que el proyecto de la modernidad dominicana esté por realizarse. Esa modernidad tiene que desarrollar al ciudadano, a un ser que deje su mundo folclórico para vivir en la conciencia de un ser social dentro de una ‘ciudad’ pluralista.
15. En suma, la relación entre la dominicanidad y la subjetividad, como condición del sujeto (Céspedes), se está dando de manera muy problemática. El dominicano se construye como ciudadano y como sujeto a la vez. Y en ambos aparece bastante problemático, pero no tiene otra alternativa. Solo construyéndose como ciudadano y como sujeto podríamos hablar de una dominicanidad política. Por ahora, el dominicano cuando se asume como tal no es más que una apelación al folclore y no a la construcción de una comunidad soñada.
16. Creo que la relación que hoy guarda el dominicano con la eticidad es parte de esa misma problemática. La falta de conciencia de sí y de conciencia de vivir junto al otro; la alteridad de su propio existir no presenta a un dominicano que pretende vivir más allá del bien y del mal, sin que esto tenga nada que ver con la filosofía de Nietzsche. De ahí que la dominicanidad sea vista como disociadora y contraria a cualquier otra forma de convivencia social. El dominicano, en sentido general, pocas veces encaja en el otro. Y esto se puede estudiar a partir de los discursos sobre los dominicanos en el exterior. Una eticidad sumamente problemática se practica y se cuela en la impunidad que dan jueces y leyes y en los reenvíos de valores que los federales hacen cotidianamente. No existe una ética política ni una enseñanza familiar de los valores éticos y esto es central para analizar cómo los dominicanos son vistos desde afuera.
17. La modificación constitucional servirá si el dominicano no retoma su proyecto de comunidad soñada, si sigue disgregado en su propia individualidad. Si el Estado no asume el papel que le toca y los dominicanos no emprenden sus actuaciones como ciudadanos, pues la civitas es fundamental para la realización de un proyecto colectivo. La historia nos da variaciones constitucionales de manera reiterada. Solo si hay una nueva educación y una nueva ética; únicamente si ese dominicano originario ‘se muere’ y pasa a constituirse en ciudadano y sujeto, podría, entonces, una modificación de la Carta de derechos llegar a ser significativa.

18. Ser o no ser, ese es el dilema. Andar y no andar con rumbo cierto. Pensar y no pensar lo vivido, soñar y no soñar que se vive. Y ¿vivir para qué? Vivir sin luchar es como no vivir o morir sin haber vivido. Servir y no servir, es también pensar que hay otro que te necesita o hay un lejano que dejas. El dominicano deambula por otras tierras, extranjero es allá y acá… A su regreso, todo ha cambiado. solo la experiencia del caminante le quedará, solo ‘el polvo del camino’ (David). Así, esta reflexión será importante en la medida en que me pone a pensar: ¿por qué no estoy aquí y qué hago con mi allá? Si los que están allá quieren buscar ese allá que es siempre una puerta de salida cuando la verde esperanza es pasto de jumento. Es perentoria (más bien diré: es urgente) una nueva paideia: una pedagogía para reconfigurar la utopía de país.

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