El embarazo musical

El embarazo musical

Se preguntarán los amables lectores, qué hace un neurólogo escribiendo de embarazos. En esta oportunidad comentaremos la obra “El Embrazo Musical” de la autoría del  argentino Gabriel F. Federico. Debo hacer confidencias con los amables lectores del tema que tratamos. Tenemos en nuestras manos esta obra que enfoca la estimulación cerebral, y el vínculo prenatal a través de la música hasta el nacimiento.

Al hojearla, recordé una de las experiencias neurológicas más gratas que hemos tenido. Mi hija mayor Carolina nació en Inglaterra durante nuestros años de entrenamiento en esta ciencia de las neuronas por la que nos decidimos. Durante el embarazo, su madre hizo una verdadera “adicción” a la música del violinista y compositor, el celebre virtuoso italiano Antonio Vivaldi (1678-1741) y de modo particular a sus  cuatro estaciones. Sabedores de que cuando una dama queda embrazada comienza a transitar el momento más importante de la creación. En esta etapa se tejen  ilusiones, fantasías, emociones y surgen sensaciones muy profundas. Está  construyendo el ideal de madre. Escuchaba con “desmedida” frecuencia los movimientos de los inviernos y las primaveras. 

Las madres en ese estado obligan a los padres a contemporizar con los deseos y “antojos” de las embarazadas, máxime si son primerizas. Les resumo que el concierto de las cuatro estaciones de Vivaldi lo escuchaba tanto que me sabía de memoria cada movimiento y me hice casi  tan experto como el maestro itálico de los  conciertos en tres movimientos. Al  regresar al país luego de los estudios y postgrados de ambos, lo primero que hice fue “extraviar” la música de Vivaldi. Nos instalamos en el país, y ya mi niña con unos tres años me regalan un CD con la música de esa excelsa evocación climática del maestro nacido en Viena pero italiano.

La cuestión es que en una mañana de domingo, mi hija se sienta en mi regazo, estoy en mi cuarto de música oyendo uno de los movimientos de las cuatro  estaciones, y ella me dice con gran dulzura, “Papi, yo conozco esa música, me agrada mucho”, y se quedó  placidamente dormida de inmediato, no sin antes preguntarle yo si se la habían puesto  en el maternal, lo que ella me negó. Me quedé  pensativo por unos minutos y me remonté al periodo de su embarazo en Londres, sin una respuesta adecuada por varios meses. ¿Cómo explicármelo?

Un tiempo después el grupo de neurociencias de la Universidad de Yale tenía la respuesta, demostraba con la Resonancia Magnética y el Pet Scan, que los bebés reconocen melodías desde los primeros meses de embarazo. Luego de ellos, han sido muchas las investigaciones publicadas con este propósito, desde los centros de preeminencia en neurociencias, Princeton, Karolisnka, Queen Square. La lectura de la obra nos repasó todas esas investigaciones. 

La mayoría de las personas todavía creen en la versión popular que dice que el útero materno es el paraíso, el lugar más tranquilo, más cálido, más seguro que hay. También tenemos la errónea imagen de que se flota en una paz total, descaminada, todos esos sonidos, estímulos y vibraciones se perciben y maduran el sistema nervioso. El sonido de la voz que todos más reconocen,  la que más escuchan, la de la madre.

Esta experiencia musical propia, donde nos cuestionamos neurológicamente en ese momento hace ya unos años con nuestra hija, es una de las tantas frustraciones que tiene el hombre de ciencias o con un simple pensamiento lógico hacia la investigación en estas latitudes. Se logra en ocasiones lo más importante ,alcanzar el concepto, una idea, o una hipótesis, pero la verificación científica de esas presunciones queda relegada por las carencias y los avatares propios del subdesarrollo, y por la cruel y sañuda lucha por “sobrevivir”. Penosamente “ciencia” son las evidencias científicamente demostradas. No lo pudimos explicar; lo demás quedó en proyecto fallido, grato recuerdo británico y anecdótico de las Cuatro Estaciones de Vivaldi y nada más.

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