El Fidel Castro que conocí

El Fidel Castro que conocí

En nuestra condición de subsecretario de Salud durante la primera gestión de gobierno peledeísta 1996-2000 me cupo la honra de formar parte de una comisión oficial que asistió a la Reunión de Ministros de Salud de Iberoamérica celebrada en la ciudad de La Habana, del 17 al 19 de octubre 1999. A las cuatro y cincuenta de la tarde del lunes 18 de octubre habló ante la asamblea el presidente de la República de Cuba, Dr. Fidel Castro Ruz. Se refirió a los efectos de la globalización en la salud y la necesidad de cooperación entre los países hermanos. El martes 19 de octubre acompañamos al Secretario de Salud Dr. Juan Octavio Ceballos en una visita al Polo Científico de La Habana, para conocer el área de producción de vacunas y medicamentos cubanos. A las cinco de la tarde de ese día el Comandante Fidel cerró el evento científico haciendo un resumen de la jornada. Tocó la casualidad que había una cena sorpresa con el Jefe de Estado de Cuba y fui escogido para representar al ministerio de Salud dominicano. Llegamos al Palacio de Gobierno a las ocho y cuarenta y cinco de la noche. Fidel saludaba uno por uno a los ministros, haciendo breves comentarios; al tocarnos el turno, el anfitrión dijo con admiración: “!el representante de Santo Domingo; ustedes están pasando por una etapa económica interesante! Mencionó algunas cifras estadísticas sobre el producto interno bruto de la República Dominicana, la deuda externa y la balanza de pagos del país, algo que yo no tenía actualizado. Luego de los invitados tomar asiento alrededor de una gran mesa semicircular, el mandatario notó que la ministra de una islita caribeña de habla inglesa lucía preocupada por las noticias acerca del huracán José, en las que se anunciaba que traería fuertes lluvias con daños moderados en su nación. Fidel dio a conocer el último parte meteorológico, el cual trajo calma y sosiego a la preocupada dama, explicándole que él estaba siguiendo el curso del ciclón y que no sería tan fuerte como en un inicio se había anunciado. Conversó sobre las medidas que el gobierno había adoptado ante la amenaza atmosférica. Hizo un relato pormenorizado del sistema hidrográfico nacional. Contó la historia de la presas hidroeléctricas; cual ingeniero ducho en el asunto explicaba pormenorizadamente cada detalle de los embalses, su capacidad, funcionamiento, mantenimiento, e importancia para el desarrollo cubano. Los visitantes saboreaban un exquisito vino, en tanto que este servidor, abstemio por naturaleza se conformaba con una copa de agua mineral. Aquel conversatorio se tornó tan ameno que cuando miré disimuladamente la esfera del reloj habían transcurrido ya más de cuatro horas de cátedra sin pausa. Todos estábamos atentos y maravillados con la sapiencia de aquel intelectual de 73 años, artista de la oratoria, quien mostraba gran lucidez en el pensamiento y una enorme firmeza en las ideas. Daba la sensación de ser un domador de vientos y tormentas tropicales. Utilizaba la ciencia para obtener el mayor de los beneficios del agua y evitar los daños que su exceso o escasez pueden provocar tanto en animales como en vegetales.
Mientras observaba de cerca al disertante me preguntaba: ¿Cuál es su magia para haber logrado que la mayor de las Antillas, bloqueada económicamente, tenga hoy los registros más bajos de muertes maternas e infantil, conjugada al mayor promedio de vida de la región?

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