El doloroso y preocupante drama de los feminicidios es una consecuencia directa de la histórica realidad social dominicana.
Erradicar de raíz ese problema endémico – o al menos reducir su prevalencia – requiere de intervenciones colegiadas, apolíticas, diseñadas con planes serios y de largo plazo.
Al escribir estas notas no me mueve otro interés que el de aportar ideas, aunque de antemano sé la indiferencia con que se tratan estos casos.
Es entendible que el “machismo” es comportamiento enraizado en la sociedad, pero es difícil aceptar que un centenar de mujeres pierdan la vida cada año en el país, por la violencia de género.
Los feminicidios dejan un cuadro familiar doloroso, y no pueden continuar siendo caldo de cultivo del morbo de algunos desalmados.
Desde ningún organismo de carácter público, por su manejo interesado, podrán lograrse resultados tangibles.
Las medidas preventivas serán efectivas, si se les despoja del matiz político que se le quiere endosar siempre aquí a toda acción de trascendencia pública.
Los feminicidios tienen causales multifactoriales, eso no se discute. Se requiere, por tanto, un plan con sentido práctico, de resultados inmediatos, para aminorar los lamentables balances de las muertes de mujeres a manos de sus parejas o exparejas.
Los balances trágicos acumulados quizás no representen una alarma para algunos estudiosos del tema. Pero sí lo son.
República Dominicana ocupa el tercer lugar en América Latina en casos registrados de feminicidios, posición solo superada por Honduras y El Salvador.
Entre el 2000 y el 2016 (a noviembre de este último año) más de dos mil dominicanas murieron a causa de violencia de género, según consigna un trabajo de investigación periodística.
No escapará a cualquier persona instruida que las sociedades viven una nueva etapa, moldeada por los avances tecnológicos, que sin dudas influyen hoy en el comportamiento humano. Y ese es otro aspecto a considerar en el estudio a profundidad del problema.