El fundamentalismo en la interpretación de la Biblia

El fundamentalismo en la interpretación de la Biblia

El asunto de la interpretación de la Biblia no es algo nuevo como se suele pensar. Siempre ha estado presente en todo el devenir de la historia del pueblo de Israel y de la Iglesia. En el mismo texto bíblico se señala que su exégesis presenta dificultades.

Como ejemplo, tenemos el caso del Profeta y Ministro imperial Daniel, cuando analizaba los discursos de Jeremías, se interrogaba largamente sobre su sentido y dice que lo pudo entender (Dn. 9, 2). Asimismo, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el etíope del primer siglo se encontraba en la misma situación a propósito de un pasaje del libro de Isaías (Is. 53, 7-8) y reconocía la necesidad de alguien que le ayudara a comprender lo leído (Hech. 8, 30-35). La segunda carta de Pedro declara que «ninguna profecía de la Escritura puede ser interpretada por cuenta propia» (2 Ped. 1, 20), y observa, por otra parte, que las cartas del apóstol Pablo contienen «algunos puntos difíciles de comprender, que los que carecen de instrucción y firmeza interpretan erróneamente, como hacen con el resto de las Escrituras, acarreándose así su propia perdición» (2 Ped. 3, 16).

La historia de la interpretación bíblica, nos enseña que ha habido diferentes acercamientos al texto sagrado. Uno muy socorrido lo constituye el fundamentalista que parte del principio de que, siendo la Biblia palabra de Dios inspirada y exenta de error, debe ser leída e interpretada literalmente en todos sus detalles, tuvo su origen en la época de la reforma, en una preocupación de fidelidad al sentido literal de la Escritura. Después del Siglo de las Luces, se presentaba, en el protestantismo, como una protección contra la exégesis liberal. El término «fundamentalista» se relaciona directamente con el Congreso Bíblico Americano tenido en Niágara, en el estado de New York, en 1895. Resulta ser una lectura más cómoda y menos complicada, e incluso hasta menos comprometedora con las realidades del mundo.

La lectura fundamentalista se estaciona en el texto bíblico, que por esa parte no está mal, pues es una lectura correcta y la interpretación de la Biblia debe partir, circunscribirse al texto, pero no quedarse en ese punto al momento de hacer hermenéutica, debe avanzar teniendo en cuenta que las Sagradas Escrituras proceden y fueron escritas en una cultura muy diferente a la nuestra y en un tiempo muy lejano del nuestro e incluso con una teología muy diferente al quehacer teológico de hoy y por lo tanto amerita el auxilio de otras áreas, para clarificar el sentido y el mensaje que la Palabra de Dios quiere transmitirnos con toda su riqueza.

El problema de base de esta lectura fundamentalista es que, rechazando tener en cuenta el carácter histórico de la revelación bíblica, se vuelve incapaz de aceptar plenamente la verdad de la encarnación misma. El fundamentalismo rehúye la relación estrecha de lo divino y de lo humano en las relaciones con Dios. Rechaza admitir que la palabra de Dios inspirada se ha expresado en lenguaje humano, y que ha sido escrita bajo la inspiración divina, por autores humanos, cuyas capacidades y posibilidades eran limitadas.

La tarea que tiene que realizar el intérprete bíblico consiste en poder transportar el mensaje bíblico de su contexto original, el cual fue dado en un medio ambiente hebreo, de una cultura semítica; así como del mundo greco-romano del primer siglo y que este pueda producir en él el mismo tipo de impacto que dicho mensaje produjo en los lectores u oyentes originales. Entendida en estos términos, la hermenéutica está fuertemente ligada a la situación del intérprete. Tiene que ver con esa Palabra de Dios que solo puede ser comprendida y apropiada o aceptada en la medida en que se hace «carne» en una situación histórica específica, con todas sus formas culturales y todos sus factores políticos, sociales y económicos concretos.

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