Dicen que nada une mas que la común desgracia, y no hay peor desgracia, para un político, que perder unas elecciones mucho a poco, aunque la justificación o el consuelo sean un “fraude colosal” o la insalvable inequidad que la causa reeleccionista (nunca se olvide que en el oficialismo se reelegía prácticamente todo el mundo, incluidos los que no eran candidatos) le impuso, como un sello distintivo, a este proceso electoral. Esa infeliz circunstancia, y mas que nada los alegatos de fraudes e irregularidades de los que alegan fueron víctimas sus candidatos, han logrado unir, alrededor de un mismo propósito, a los candidatos presidenciales de la oposición. ¿Podrá esa unidad que hoy se exhibe como una señal de fortaleza llegar hasta mas allá de la circunstancia de haber sido derrotados por el mismo adversario? ¿Servirá esta lección, tardíamente aprendida, para construir una relación mas sólida y duradera que sirva de contrapeso a la formidable maquinaria construida desde el poder por el PLD? Esa es la gran interrogante y también la gran inquietud, pues si algo explica el largo reinado peledeísta, que el expresidente Leonel Fernández acaba de proyectar hasta la celebración del bicentenario de la república en el 2044, es la ineficacia de una oposición virtualmente inexistente por dispersa y atomizada. ¿Serán las cosas distintas de ahora en adelante? Eso solo puede decirlo el tiempo y, por suspuesto, también la oposición, que tiene por delante un gran reto: evitar que se cumpla el funesto vaticinio del expresidente Fernández.