El magnicidio del presidente Antonio Guzmán

El magnicidio del presidente Antonio Guzmán

En la madrugada del 4 de julio del 1982 recibí una llamada del destacado periodista Ercilio Veloz Burgos, recién electo diputado del Partido Reformista Social Cristiano, para informarme del infausto magnicidio del Presidente Antonio Guzmán Fernández, un gobernante y excelente estadista que había democratizado el país, y quien sería sustituido en pocos días por otro gran líder perredeísta Salvador Jorge Blanco.

Consternado por esa enorme tragedia y por las implicaciones políticas que podían derivarse de ella, Ercilio y quien suscribe salimos apresurados hacia la residencia del ex presidente Joaquín Balaguer en la avenida Máximo Gómez, para recibir las instrucciones de lugar del extinto caudillo reformista y ver las reacciones de su alta dirigencia:

Como si se tratara de un preludio espantoso o de un azaroso designio del destino, en ese momento tan trágico las calles de la ciudad Capital lucían desiertas, tétricas y desoladas, lo cual nos permitió arribar al santuario o casa del líder en cuestión de minutos.

El ambiente allí era conspirativo, se hablaba de golpe de Estado, de asonada militar, el llamado reformismo de la sombra, bautizado de manera genial por el Dr. José Francisco Peña Gómez, se había dividido en regiones la geografía nacional, civiles y militares esperaban el visto bueno del ex presidente Balaguer para desconocer el orden constitucional, aprovechando el vacío político dejado con la muerte de Antonio Guzmán.

Ercilio y yo, atónitos con lo que estábamos presenciando, tratábamos de refutar tales intenciones, quizás, para ser honestos, entre otras razones, porque habíamos sido elegidos en el plano congresional y municipal, respectivamente, en las elecciones del 16 de mayo del 1982.

Como del Dr. Balaguer se había vendido hasta la saciedad la especie de que era un político antidemocrático, esperábamos lo peor, pero afortunadamente no fue así y Balaguer se cubrió de gloria.

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