El nefasto continuismo

Ni Leonel Fernández, ni Hipólito Mejía, ni Danilo Medina deberían ser candidatos presidenciales dentro de tres años, es decir en el 2020.

En los ciento setenta y tres años transcurridos desde nuestra independencia hemos tenido cincuenta y seis presidentes, pero siete de ellos han dirigido el Estado durante ciento once de esos años, es decir un 64% del tiempo, casi las dos terceras partes. Pedro Santana (tres veces, once años); Buenaventura Báez (cinco veces, catorce años), Ulises Heureaux (cinco veces, catorce años), Rafael Trujillo (cinco veces, treinta años); Joaquín Balaguer (seis veces, veintidós años); Leonel Fernández (tres veces, doce años) y Danilo Medina (dos veces, ocho años).

Para los de mi generación, hemos sido testigos de cómo tres de ellos, Trujillo, Balaguer y Leonel Fernández gobernaron durante sesenta y dos de los últimos ochenta y siete años, el 71% de nuestro tiempo.

En América Latina la época de presidentes democráticos que se reeligen continuamente ha sido felizmente superada. En nuestro país debe de ocurrir lo mismo. Tan solo quedan como reeleccionistas empedernidos regímenes de izquierda revolucionaria: Evo Morales en Bolivia; Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela. En Cuba es probable que el hermano de Fidel Castro no siga en el poder.

En el 2020 tanto el PLD como el PRM deben de elegir a caras nuevas como candidatos presidenciales, que no hayan sido ya presidentes. Si surge una tercera fuerza también debe ofrecer al electorado una cara nueva. El PLD debe de escoger a personas que no llevan años, décadas, aspirando la presidencia, como los clanes Montás y Pared, familias que llevan mucho en el gobierno. Tampoco el ministro de Turismo, Francisco Javier García, eterno aspirante, entre otros.

Las encuestas recientes evidencian que los votantes están cansados, decepcionados, de la política y de la corrupción que esta estimula, así como del crimen y la delincuencia. Ninguno de los ex presidentes, ni el presidente actual podrían convencer al electorado que harían algo diferente, bueno o malo, de lo que ya hicieron cuando fueron presidentes, o hacen en la actualidad. El alto absentismo electoral se combate con candidatos que no hayan sido presidentes, ni llevan años en el poder. El cisma dentro del PLD, que actualmente impide combatir la corrupción entre los miembros de ese partido, pues se rompería su actual tenue equilibrio, se resuelve con un candidato que no sea ni el actual presidente, ni el pasado presidente, ni Danilo Medina ni Leonel Fernández. El cisma dentro del PRM se resuelve si ningún ex presidente es candidato presidencial.

Con esa solución la polémica sobre el padrón abierto o cerrado sería irrelevante y también se rompería el tranque con relación a la ley de partidos y la ley electoral.

Los primeros años en el poder usualmente son los mejores, o los menos malos, de un régimen. Báez, durante su cuarto gobierno, por ejemplo, firmó la anexión del país a Estados Unidos. Los primeros gobiernos de Trujillo (1930-1934) y Balaguer (1966-1970) fueron los menos malos. A Heureaux y Trujillo finalmente hubo que matarlos. El primer gobierno de Leonel Fernández, con sus reformas estructurales y poca corrupción, fue el mejor de sus tres. Y es que con el tiempo los presidentes devienen menos democráticos y más dependientes de la corrupción.

Leonel Fernández ha anunciado con gran júbilo que el PLD se quedará en el poder continuamente hasta nuestro bicentenario en el 2044, es decir que durará 37 años corridos, en adición a los trece años ya corridos anteriores, para un total de 50 años, media centuria, emulando al PRI mexicano, definido por Vargas Llosa como “la dictadura perfecta”. ¿Es ese un pronunciamiento democrático? ¿Es eso concebible en el siglo XXI en América Latina, o más bien se trata de un pronunciamiento más de acuerdo con las ideas de Maduro, Morales y Ortega?

El país se merece dentro de tres años elecciones libres y ojalá sin crisis económica. Pero con una brisa fresca provocada por caras nuevas.