El olvido que persigue

El olvido que persigue

El pasado día 8, YlonkaNacidit Perdomo, albacea afectiva y real de Hilma Contreras Castillo, comentaba, en un programa de radio, episodios memorables,vividos por la autora de La Espera. Grande NO fue la sorpresa al comprobar cuan desconocida es la Premio Nacional de Literatura 2002. Algo peor: como sus aciertos, lucen cotilleo vano. Empecinamiento de Ylonka.
Subrayar hazañas, remarcar el contexto que sirvió para el desarrollo intelectual de la hija de Darío Contreras y Juana Castillo, recibe el demérito como argumento. Si el desdén la persiguió durante su vida, el olvido y la tergiversación pretenden sepultarla. Nacida en San Francisco de Macorís un 8 de diciembre del año 1913, su alfabetización en París marcó su ruta.
En el año 2002, el azoro de los conspicuos mandarines de las letras criollas, no pudo disimularse. El tesón de algunas, la condescendencia y el sentido de equidad tardía, de otros, otorgaron el Premio Nacional de la Literatura a una anciana indomable que aceptó el galardón sin entusiasmo. Entonces reclamé, en un artículo publicado en la revista Rumbo, que la dejaran quieta. Tranquila. Esa recompensa, otorgada cuando la escritora era reclamada por la eternidad, confirmaba miserias. El regateo de glorias que nos acosa. La decisión de impenetrables logias que se desvanecen, porque ya no pueden exigir y conseguir más. Esos que convierten pasquines en literatura y extorsionan, con la amenaza de revelaciones acerca de la vida privada, cuando la contundencia ajena los vence. Recordé aquello, a propósito del esfuerzo solemne de Ylonka, para intervenir el olvido. Intento con tropiezos cotidianos y lejos del optimismo.
Hilma vivió 93 años, deslumbró a Juan Bosch en el 1924, con la perfección de sus cuentos “Tarde de Cristal” y “Los Buenos se van”. Renuente a las concesiones que transforman ladinos en importantes, prefirió el silencio y el ostracismo. Después del Premio, las jaculatorias y golpes de pecho, fueron risibles. Deplorables. En el artículo citado, el lugar común de las escritoras con historias esencialmente trágicas, es recreado. Vicios y soledad, locura y suicidio, transacciones.
“Déjenla quieta! No quieran convertir en ternura lo que fue desprecio a una denuncia constante y solitaria. Deténganse ante la realidad que prejuicios y comodidades, principalía con la densidad del confeti, no pueden comprender ni enfrentar y prefirieron ocultar. Es inútil el descrédito porque la edad lo impide, cualquier incriminación infamante sería leyenda. Ya no vale el estigma. En esta tierra, para mujeres como Hilma, la vida es una derrota larga, así lo proclamó Jeannette Miller, en la ceremonia de premiación. Ahora se conocerá su obra. Estudiarán su estilo, evaluarán su depurada técnica narrativa, querrán transitar por su mundo de amarguras e irreverencia. Hilma adoptó esa variante del suicidio que es el silencio. Ojalá no lo rompa, no lo merecemos. Nunca habló, ni para evitar “los pasos torcidos que pudo dar”. La despedida de Alfonsina Storni, inspiró unas estrofas que repetimos como canción: bájame la lámpara un poco más, déjame que duerma, nodriza en paz y si llama él, no le digas que estoy, di que me he ido. Ella se fue antes de morir. Quieren una palabra exculpatoria, no la dirá. Ha sido iconoclasta y la vejez cambia el rostro pero las convicciones no, sobre todo si ha costado tanto vivir de acuerdo con ellas.”Eso fue escrito hace 14 años.
El día 8 su anonimato fue ratificado. El Premio poco cambió, su trabajo es desconocido. Quizás aparezca en las efemérides del próximo enero, murió un 16 del primer mes del año. Solo a Ylonka se le ocurrió intervenir su silencio. Fue su confidente. No detectó rencores sino certezas, cuando valoraba época, amistades, desafíos. Hoy, la inmortalidad no espera a nadie. Cualquier grafía consigue trascendencia. La profética advertencia de Warhol, aquellos minutos de fama,son instantes que la chabacanería logra, con la complicidad de algunos académicos. Es conjura que confunde cuotas con calidad. El olvido que persigue a Hilma, es presagio. Calamidad que acecha.

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