A juzgar por cuanto se ha escrito de él, fue una de las figuras más puras de la historia dominicana. El gesto de su vida más recordado es el del firme opositor a la Ocupación Militar Norteamericana de 1916. Pero fue abogado prestigioso, maestro, escritor, político que enfrentó la dictadura de Ulises Heureaux a temprana edad y cuando fue apresado por sus actividades conspirativas se dedicó a alfabetizar a otros presos y continuar sus estudios de derecho.
Todos los artículos que se publicaron sobre Jacinto José Peynado tras su lamentable muerte que enlutó la sociedad dominicana destacan su generosidad, nobleza, gran cultura, desprendimiento…
Se le considera un prócer de la Patria por su obra de liberar al país “de las garras de la intervención” y se le atribuyen perfiles de auténtico restaurador.
Esos comentarios no fueron de sentimiento por el dolor de su partida, como es frecuente, desde siempre se reconocieron en él sus virtudes. La existencia del leal discípulo y amigo de Hostos fue un ejemplo de moral, entereza y entrega a los demás.
“De modesta extracción, supo elevarse a fuerza de méritos, a golpes de ala. Y así fue como adquirió una personalidad vigorosa que se impuso en nuestro ambiente y conquistó una posición envidiable, amasando una cuantiosa fortuna gracias a su laboriosidad incansable”, consignó el Listín Diario.
Agregó que como abogado dejó “uno de los bufetes más bien acreditados que existen actualmente en la República porque siempre actuó en el foro con suma discreción y exquisito tacto. Fue un verdadero jurista, en el más alto sentido de la palabra”.
El patriota, definido por Juan Tomás Mejía con la frase de “donde estaba aquel hombre, estaba el honor nacional”, fue honrado con una calle que al ser tan transitada ha impedido sepultar su recuerdo. También ha permitido que su gloria continúe latente el libro que recoge sus “Papeles y escritos”, labor realizada por el historiador Juan Daniel Balcácer con el auspicio de sus descendientes representados en la Fundación Peynado Alvarez, Inc.
Muchas voces se levantaron luego del fallecimiento de Peynado para que sus restos fuesen llevados al Panteón Nacional. Reposan en la Catedral Primada de América a pesar de que en dos ocasiones se ha decidido por decreto su traslado. Balcácer manifiesta que “permanecen en la Capilla de los Inmortales conforme una solicitud que le formularon al Poder Ejecutivo los hijos de don Pancho”.
Tal ha sido la veneración al llamado “Prócer de la Tercera República” al que se rindieron al morir homenajes correspondientes al de un expresidente dominicano. Don Pancho aspiró a esa posición en las elecciones de 1924 cuando un grupo de políticos “lo obligó materialmente a que aceptara su postulación”, lo que hizo “después de reiteradas y sincerísimas negativas”. La Coalición Patriótica de Ciudadanos lo postuló. Triunfó Horacio Vásquez. Sin embargo, “se negó a aceptar la Presidencia interina cuando lo propuso la comisión que fue a Washington a gestionar la liberación nacional cuando su Plan, conocido como Hughes-Peynado, estaba ya trazado y en vías de tramitación…”
Combatió con vehemencia
Francisco José nació en Puerto Plata el 4 de octubre de 1867, hijo del general Jacinto Peynado Tejón y Carolina Huttingler, hija de un ciudadano alemán. Desde muy joven se estableció en la capital e ingresó a la Escuela Normal que dirigía Hostos. Figuró entre los primeros graduados de maestros normalistas.
A los 14 años distribuía El mensajero, dirigido por Federico Henríquez y Carvajal. En agosto de 1885, cuando se había acrecentado en él la oposición a Heureaux escribió su primer artículo, “Guerra al tirano”, con Miguel A. Garrido, por lo que fueron sometidos a la justicia. “¡Los pueblos vigorosos necesitan o mucha libertad o mucha sangre!”, escribió Peynado.
Dos años después participó en un complot para eliminar físicamente a Lilís. Descubierta la conjura, anota Balcácer, fue hecho preso y encerrado en la Torre del Homenaje.
Dirigió la revista El Quisqueyano, órgano de los normalistas, y en 1887 la Suprema Corte de Justicia le confirió nombramiento y título de abogado de los tribunales de la República, así como el exequátur correspondiente.Formó parte del bufete Henríquez y Peynado, con Enrique Henríquez, punto de partida de su brillante carrera, y poco después fundó su propio bufete, “Peynado y Peynado” junto con su hermano Jacinto Bienvenido. Estaba localizado en la calle 19 de Marzo.
A la edad de 21 años se graduó de abogado en el Instituto Profesional y decidió radicarse en Puerto Plata llevando con él al también abogado Américo Lugo, su amigo y condiscípulo. “Fueron los primeros abogados graduados en ejercer” en esa ciudad.
Su ejercicio profesional fue ponderado tanto allí como en Santo Domingo. El Listín celebraba en 1922 la “poderosa voz tribunicia” de Peynado.
Don Pancho casó con Carmen González, hija del presidente Ignacio María González. Procrearon a Julio Francisco, Margarita, Federico y Carmen.
Francisco José fue presidente del Ayuntamiento de Santo Domingo; formó parte de la Comisión Mixta demarcadora de las fronteras dominico-haitiana; consultor jurídico del Cuerpo de Consejeros de Fomento y Obras Públicas; apoderado defensor de la familia Vicini en la litis Vicini-Estado dominicano acerca de la concesión del muelle y enramada de Santo Domingo, que el gobierno se proponía expropiar en 1910; Enviado Extraordinario y Plenipotenciario en Washington; Ministro de Hacienda y Comercio, entre otros.
En 1921 visitó el país la Comisión Senatorial de los Estados Unidos para investigar las actuaciones del gobierno militar. Lo interrogó sobre si había desempeñado cargo en el gobierno de Francisco Henríquez y Carvajal y respondió: “Sí, el de Hacienda. Tuve la singular distinción de ser el único Secretario del Tesoro en el mundo sin tesoro alguno que administrar”.
Porque combatió la ocupación con vehemencia: en cartas, artículos periodísticos, memorándum, con sus propios recursos económicos, en constantes viajes a Washington donde finalmente se estableció para continuar desde allí su lucha contra el interventor y sus gestiones para que saliera, hasta lograr un entendido con Charles Evans Hughes, secretario de Estado de la Unión, que culminó el 12 de julio de 1924.
Don Pancho murió el primero de enero de 1933 en París, víctima de una neumonía. Apunta Balcácer que “poco antes de morir, en estado de delirio, sus últimas palabras fueron: “Estoy mirando al señor Hostos, como cuando era mi maestro”. Sus restos fueron transportados al país el 22 de febrero de ese año.