El perfil de un resiliente

El perfil de un resiliente

José Miguel Gómez

En cada espacio se experimentan conflictos, crisis, adversidades y frustraciones. El aprendizaje social es individual y grupal. Cada persona a través de su experiencia va construyendo sus propias respuestas psicoemocionales y sociales. Unos son más vulnerables que otros; la vulnerabilidad puede ser desde biológica, psicológica, emocional, social y espiritual.
Cada quien es único e irrepetible como decía el maestro Aristóteles. Es decir, cada persona aprende, se desarrolla, madura y experimenta, experiencias que le fortalecen o le debilitan en su estructura de la personalidad. Sin embargo, no existe nadie que en su desarrollo no tenga alguna dificultad o experiencia que le haya marcado de forma significativa, o experimente algún resultado que le represente miedo, ansiedad, temor, angustia, duda, reflexión, confrontación o estímulo para seguir hacia adelante.
De las vivencias, las caídas, los abandonos, los maltratos, las frustraciones, los desamores y desencantos; también de ellos se aprende, se crece, se aceptan los desafíos. Pero, en algunas personas representan trastornos importantes que marcan las emociones, la conducta y limitan los resultados de vida.
Los factores que inciden en la vulnerabilidad o los predictores sociales que hablan del perfil de las personas que se quedaran atrapados en una condición de limitación de riesgo psicosocial, serían aquellos que representan una condición dual, o sea, riesgo biológico, más la afección psicoemocional, la falta de educación, la ausencia de habilidades y destrezas para confrontar o superar los obstáculos y adversidades que la propia vida les demanda.
Sin embargo, el vivir y desarrollarse en condiciones de pobreza extrema, marginalidad, exclusión social, puede reproducir daños emocionales crónicos, como son: resentimiento y odio social, falta de empatía emocional, indiferencia y apatía social, trastorno de personalidad, suicidios, entre otros trastornos.
En las diferentes circunstancias y ante cualquier adversidad, dentro de los riesgos y las conductas riesgosas, aún en las peores razones de vida, donde se espera que las personas salgan dañadas o desmotivadas; Desde allí, salen personas sanas, alegres, positivas, optimistas, proactivas, seguras, solidarias y altruistas.
Esa condición de soportar y afrontar adversidades, de vencer y superar obstáculos; de aprender de los riesgos, de superarlos y vencerlos, de tener que desarrollar fortaleza emocional, pese a todas las circunstancias desfavorables, y salir exitoso, funcional y adaptativo, a esto se le llama: resiliencia.
El perfil de un joven resiliente o adulto, lo construye la propia persona a través de su consistencia, de la continuidad a su proyecto de vida, del aprendizaje de insistir, persistir y resistir para lograr los objetivos y las metas. Pero el resiliente no es el que logra una oportunidad o una época, un viento a su favor, o una circunstancia favorable. El resiliente va más allá de los propósitos. Su objetivo es de mayor alcance, y su bondad es más fuerte que las toxicidades que ha experimentado.
Ser resiliente, es no quedarse dañado, no dejarse limitar, ni quedar encerrado ni excluido y, mucho menos, repetir los mismos comportamientos ni los mismos hábitos. El resiliente marca la diferencia a través de una autoestima fortalecida, una conciencia asumida, una experiencia nueva y un aprendizaje social y moral que enseña a soportar y no doblarse en las peores tempestades, ni en los tiempos más difíciles.
En cualquier comunidad, sector o familia existen personas resilientes; pero también existen en el trabajo, la política, la religión, el deporte, la escuela, la música o en diferentes actividades donde el ser humano haya socializado. Mientras más competitiva es la actividad, o donde existen prejuicios, discriminación y exclusión, mayor espíritu de resiliente hay que tener.
Las personas resilientes debido a su aprendizaje emocional y social, desarrollan la fortaleza de la historia del “bambú japonés”. A veces crece hacia abajo por un tiempo para fortalecer sus raíces, luego crece más hacia arriba, lo más que pueda para aprender a doblarse; soportar terremotos, huracanes o temblores y quedar derecho siempre, sin quebrarse, ni romperse, ni derrumbarse. Así son las personas resilientes, siguen adelante pese a las adversidades. Los jóvenes, tienen que aprender de sus adversidades, salir fortalecidos y crecidos de ellas. Para ser mejores personas, mejores ciudadanos, mejores padres y mejores hijos.
Ser resiliente es una condición que se aprende y se adquiere a través de las actividades socializantes. Sin permitir que la vida, ni los espacios tóxicos, ni las personas limitadas, le excluyan del derecho a vivir, existir y participar dentro del desarrollo social.

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