La globalización de la justicia penal, la extraterritorialidad de la ley y la imprescriptibilidad de la acción pública por violación a los derechos humanos se expresaron en el proceso seguido en España e Inglaterra al señor Augusto Pinochet por hechos cometidos más de veinte años antes en Chile mientras ejercía dictatorialmente el gobierno.
En ese enfoque hay que replantear la posibilidad de un juicio de revisión al proceso seguido hace más de dos mil años a Jesús de Nazaret, por haberlo juzgado durante la noche por jueces parciales, violentando su derecho a la defensa técnica, condenándole a una pena que no estaba prevista en la ley hebrea, por delitos políticos cometidos en otro lugar, sin motivar la sentencia fundamentada en una confesión de culpabilidad que Cristo nunca hizo.
Los hagiógrafos, que son los expertos en historia de los santos, han demostrado hasta la saciedad que el proceso penal seguido al hijo de Dios fue realizado sumariamente en menos de 24 horas entre su apresamiento y la ejecución de la sentencia, por lo que no pudo preparar sus medios de defensa ni fue asistido por un defensor.
Jesús fue condenado por confesar sedición contra el Rey Tiberio, diciendo que él era el Rey, lo cual nunca dijo. Prueba de esto es que, a la pregunta de Caifás que fungía de presidente del Sanedrín, constituido en especie de tribunal colegiado que le juzgó, y luego ante Poncio Pilatos, ¿entonces tú eres el Rey? le respondió mi reino no es de este mundo, y luego agregó: tú lo has dicho.
Con estas sabias palabras el Salvador no afirmó ni negó su condición, hizo acopio de sus palabras pronunciadas en el Sermón de las Montañas de que quien calla una verdad no miente. El Maestro no mintió pero tampoco dijo que era el rey, por tanto la acusación de sedición confesa no le era imputable.
Esto motivó que Poncio no quisiera aplicarle la pena de muerte exigida por los Sanedristas dominados por los Saduceos que eran la clase dominante contra cuyos intereses atentaba Jesucristo al oponerse a los negocios especulativos en el Templo y reclamada por el pueblo judío manipulado por los Fariseos.
Entre la inocencia evidente del acusado y las presiones políticas, el Procurador Poncio Pilatos que no lo encontraba culpable pero debía obediencia al Rey Tiberio, en vez de la pena de muerte optó inicialmente por la flagelación y la coronación de espinas a ver si aplacaba las pasiones populares y finalmente, ante la insistencia del pueblo decidió enviarlo a la cruz que no era una pena de muerte, sino una sanción degradante reservada para algunos infractores como los ladrones.
La ejecución de la sanción fue distorsionada por los Centuriones que lo clavaron con clavos en vez de amarrarlo a la cruz y al no morir uno de ellos le apuñaló en el costado hasta dejarlo desangrar.