El psicópata en la vida cotidiana

El psicópata en la vida cotidiana

José Miguel Gómez

Las transgresiones, los antivalores, el delito, el crimen, la corrupción, la violencia organizada y las sociedades sin sistema de consecuencia, están a la merced de las personas con rasgos psicopáticos, de antisociales, de psicópatas desalmados y de monstruos vestidos de señor. Es imposible que se puedan reproducir los delitos de forma recurrente o el negocio ilícito, la violación a la ley, de la ética y de los valores morales de una sociedad, sin que los transgresores no tengan rasgos antisociales o psicopatía.
En cada historia de un adulto con conducta psicopática existe un prontuario de dificultades, desarmonías, maltratos, abandono o carencias afectivas y emocionales, dentro de su dinámica familiar. Desde niños o adolescentes los disociales son descritos como: difíciles, diferentes y de frialdad emocional; pocos expresivos, distantes, manipuladores, hábiles, sagaces, capaces de olfatear a los más vulnerables para controlar situaciones o espacios de otras personas.
La cantidad de adolescentes y adultos tempranos que están activos en la delincuencia, los asaltos, secuestros exprés, bandas de sicariato, robos, o que se encuentran recluidos dentro del sistema penitenciario, o viven bajo condicionantes de pobreza estructural e indicadores temprano de riesgo psicosociales: familias rotas, marginalidad social, abandono temprano de la escuela, deambulación temprana en las calles, maltratos y abusos sexuales, relaciones sexuales a temprana edad, violencia social y uso o abuso de drogas
Por otro lado, se dejan sentir las constantes violaciones a las normas sociales, las conductas temerarias, el desafío al orden y a las normas, la ausencia y la falta de temor o miedo frente al daño social o a la moral pública y privada. Todos hemos reaccionado con capacidad de asombro, frente a las conductas disociales, transgresiones y violaciones en todos los órdenes; pareciendo una sociedad riesgosa e incapaz de someterse a las normas, respetar la convivencia, el trato humano hacia el otro, el altruismo, la solidaridad y la reciprocidad en cada espacio social.
Cuando se registran hechos tan deshumanizados, de cultura del daño, de la planificación para someter a alguien por diferencias personales o de grupos, es evidente que no andamos bien.
Las sociedades que reproducen esos modelos de comportamientos, de impunidad, de permisividad y de falta de consecuencias, están más expuestas a los delitos, a la violencia estructurada y planificada, al delito de cuello blanco, al raterismo y a la cultura de la violencia y de la transgresión como forma de convivencia y de existencia.
En esas sociedades, los disóciales y psicópatas encuentran a una ciudadanía menos protegida, más vulnerable y más impotente. Las debilidades institucionales, la complicidad y la falta de sistema de consecuencia alimentan la recurrencia para violar la ley, someter el caos, crear terror y el pánico social.
Sé que a muchos les preocupa el nivel de recurrencia y periodicidad de los delitos, y de muchos riesgos que se vive en cualquier sector de las zonas urbanas y rurales. Hoy sabemos que las sociedades que crecen, se desarrollan y demandan servicios, también aumentan los delitos y las transgresiones a la convivencia ciudadana; y mucho más, si las oportunidades no son equitativas, de cohesión y de bienestar para los grupos más excluidos y de menos acceso al desarrollo social. Los daños colaterales se registran en los homicidios, la sobrevivencia a como dé lugar, la cultura de riesgo y la violencia organizada.
Los psicópatas han aprendido a vivir bajo la adrenalina, el riesgo, la vulnerabilidad y la imprevisibilidad del día a día, perdiendo el miedo a las consecuencias del daño que les producen a los demás. Estos desalmados sociales nunca se arrepienten, no aprenden de la experiencia, no sienten resaca moral por el daño que hacen, ni cambio en el estado de ánimo por los eventos en que se encuentran involucrados. Los psicópatas han implantado a través de la delincuencia, el bandolerismo y el acceso fácil que tienen a las armas de fuego y drogas, el terror, la impotencia y el estado de paranoia social en que se encuentran los ciudadanos.
No creo que hay que hacer una lista de cuántos atracos, secuestros, crímenes, bandolerismo, delitos, feminicidios, abusos sexuales, agresiones y robos se registran a diario o fines de semana, donde los jóvenes terminan siendo víctimas o victimarios.
El país necesita urgente del control de las armas de fuego, de políticas públicas preventivas a los delitos, de programas de seguridad ciudadana que sean funcionales y eficaces, de aumento de las sumatorias de años y por delitos a los psicópatas reincidentes y que no tienen forma alguna de rehabilitarse e insertarse socialmente. Necesitamos un país de cultura del trátame bien y del buen trato.

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