El pueblo dominicano

El pueblo dominicano

Gracias al valioso aporte a la sociología dominicana hecho por el antropólogo holandés doctor Harry Hoetink, disponemos de un estudio serio y atinado del primer medio siglo de vida republicana.
Resaltaré los aspectos que se refieren al sistema sanitario de dicha época, específicamente al final del siglo XIX. Dice el autor de El Pueblo Dominicano: “Entre 1888 y 1900 el Juro Médico que había sido establecido para ese fin, entregó a 52 personas certificados para ejercer la medicina. De ellos 29 habían recibido su entrenamiento en el extranjero: 6 en París, 7 en Madrid, 6 en La Habana, 2 en Edimburgo, 1 en Dublín, y uno en Barcelona, Nápoles, Maracaibo, New York, Philadelphia, Connecticut y Maine, respectivamente. Los 23 médicos con entrenamiento local habían estudiado en parte en el Instituto Profesional, otros tenían instrucción anterior y dudosa, y títulos como <Profesor práctico de tercera clase>… En 1893 la capital tenía 18 médicos, 4 dentistas y 10 farmacéuticos; Santiago tenía en 1899 respectivamente 7, 3 y 3… así tampoco era de esperarse un efecto positivo en la situación de la salud pública al aumentar el número de médicos y mejorar su entrenamiento; los médicos siguieron concentrándose en las ciudades crecientes y la población rural, así como la población urbana pobre tuvo que seguir recurriendo a los remedios populares, a los numerosos curanderos y algunos practicantes…
En los años noventa Santiago tenía un hospital fundado por el comerciante Glas; Santo Domingo tenía en 1898 un hospital Militar, además de San Lázaro, <Hospital de los elefanciacos>, un manicomio, y varias casas de beneficencia y asilos, los cuales puede suponerse que se ocupaban de manera primitiva de atenciones médicas… El Instituto Profesional tenía un microscopio, pero se decía que estaba descompuesto, y sólo se utilizó mientras estuvo en esta capital un profesor alemán, de apellido Weber, que enseñó a manejarlo… La mortalidad infantil era grande y la muerte de un niño pequeño, un angelito, no debía causar gran pesar.
El cadáver del niño era vestido de ángel con sus alas en actitud de volar. En las ciudades se contrataba para tales entierros de niños una orquesta que acompañaba la ruta al cementerio con alegres piezas, danzas y valses. En el campo la vela del angelito era una grata fiesta, y concurría noche por noche el vecindario a las llamadas velaciones, en las que se bailaba, se cantaba, se jugaba y consumía mucho aguardiente. Para estos casos, el infeliz niño era preparado de la manera más criminal y grosera, de modo que resistiera sin entrar en putrefacción los nueve días de fiesta. Esta preparación a la manera de embalsamamiento era practicada por personas ya duchas en el sistema, a fuerza de sal molida y jugo de limón agrio>>.
Un siglo después y en plena capital dominicana se producía una muerte materna en un hospital de la ciudad de Santo Domingo de Guzmán, siéndole removidos a la fallecida todos sus órganos internos, y su lugar ocupado por papel periódico, sin que hasta la fecha sepamos el paradero de las vísceras, ni mucho menos la causa del deceso. En el año 2016, en La Romana, un detenido es estrangulado en una celda; los medios publican que murió a causa de una sobredosis de cocaína.
Pero como decía Rodriguito: “La vida no se detiene, prosigue su agitado curso”.

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