El que quiera azul celeste…

El que quiera azul celeste…

Algún día, en la oscuridad de la prehistoria comenzó la competencia entre los hombres por demostrar quién era más veloz, quién corría más rápido, quién lanzaba más lejos una piedra, quién llegaba más rápido a la otra orilla del río, quién levantaba mayor cantidad de peso, quién tenía mejor puntería para cazar, más fuerza y habilidad para dominar un toro y tumbarlo con fines de beneficiarlo.
Obviamente, todas esas habilidades no fueron puestas en disputa conjuntamente, con el tiempo, formaron un conjunto de actividades que servía para demostrar la superioridad de unos frente a otros.
Con el tiempo, el conjunto de habilidades, destrezas, resistencia y fuerza, se convirtieron en prácticas que se desarrollaban para celebrar la siembra, la cosecha, la llegaba de la estación del seco y caliente verano, la de la caída de las hojas de los árboles, la del frío y la del resurgir de la vida con la primavera son sus olores y sus colores.
Todo ese desarrollo culminó con el conjunto de disciplinas deportivas que se organizaron y manifestaron, en la llamada civilización occidental, a través de la organización de las olimpiadas griegas.
Todas esas actividades se ejercieron sin que las mismas requirieran más que un espacio físico abierto donde llevarlas a cabo.
Con el tiempo, la intervención de la política y la ambición, convirtieron la práctica deportiva en un negocio y un circo.
Ahí comenzó el divorcio entre deporte, cultura e intereses que llevaron al Gobierno de Roma, por ejemplo, a usar los deportes como un elemento de disuasión con el fin de adormecer el pueblo, las masas, entretenerlas para que se alejaran de reclamos indeseados por las autoridades.
La práctica deportiva, desde entonces, se convirtió en un negocio, negocio que desviaba la atención de los pueblos y lograba fanatizar a la gente que colocaba sus mayores energías en victorias que obtenían deportistas profesionales, cuyo oficio era, precisamente, entretener, servir de títeres inconscientes de quienes mantenían la sartén por el mango.
Entonces se organizó la profesionalización de personas que fueron entrenadas, alimentadas, instruidas, enseñadas, para convertirlas en modelos a seguir, en héroes cuyas hazañas recibían más publicidad que los problemas acuciantes y eternos de los pueblos.
Por supuesto, me refiero a los deportes profesionales, a las prácticas donde se emplea el músculo como materia prima para el negocio.
Ese efecto demostración que produce tan buen efecto para quienes lo manejan, para quienes se benefician del negocio.
Ahora que quieren acabar de dañar el pulmón ecológico que fue el Centro Olímpico Juan Pablo Duarte, profundamente mutilado, para construir un estadio para el beisbol profesional, es bueno decirles a los negociantes del deporte dejen el disminuido Olímpico en su sitio inviertan dinero para remozar su negocio.

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