El refrigerador de Einstein

El refrigerador de Einstein

Corrían los alegres  ’20, Albert Einstein ya estaba en Alemania y era famoso. Un día se topó con un periódico berlinés que traía la noticia de la muerte de una familia entera: padre, madre e hijos. Habían sucumbido durmiendo porque el gas venenoso de su refrigerador se escapó del compresor e inundó toda la vivienda intoxicándolos de muerte.

En esos tiempos la mayoría de la gente, para enfriar  usaba cajas más o menos aisladas en las que se mantenía el hielo por varias horas. Los  más adinerados tenían neveras, como la familia fallecida; los gases que comprimían los compresores eran: amoníaco, dióxido de azufre y metilo de cloruro. Todos tóxicos. Einstein pensó que se abriría un mercado inmenso  si se inventaba un refrigerador seguro. 

El gran Albert Einstein, extraña curiosidad, dedicó varios años al diseño de su refrigerador. Para mayor asombro, en esos esfuerzos estaba acompañado nada menos que por Leó Szilárd, a quien muchos consideran el padre de la era nuclear, sólo que en esos días, estaba comenzando su carrera. Años después Szilárd, cruzando una calle en Londres, se le ocurrió que si una partícula subatómica en vez de desalojar del núcleo otra, desalojaba dos y cada una de ésas desalojaba otras dos y así sucesivamente, se tendría la conocida reacción en cadena liberando gran cantidad de energía. En la década de los ‘40, Leó fue la persona que urgió a Einstein  a que le escribiera una carta al presidente Franklin D. Roosevelt, recomendando la construcción de la primera bomba atómica. Sabía, por boca de Niels Bohr, que los alemanes estaban trabajando en ella.

Indiscutiblemente, sorprende el hecho de que dos científicos de las tallas de Einstein y Szilárd se hayan preocupado largos años en resolver problemas aparentemente triviales.

Desde  luego, con esas capacidades intelectuales en juego, iba a ser difícil que el refrigerador se resistiera.

La idea era eliminar las partes mecánicas que se mueven en el “motor” del refrigerador pues como se sabe, las que se mueven sufren desgaste con el tiempo y llega un momento que, desgastadas, dejan escapar gas. Así las cosas, ambos científicos usaron sus considerables conocimientos de termodinámica y pusieron manos a la obra.

Después de algunos tropiezos llegaron al siguiente diseño: sellaron un recipiente metálico en forma de cilindro, antes lo habían llenado de metal líquido y gas refrigerante; en el exterior del cilindro enrollaron un alambre eléctrico en forma de espiral, bobina. Cuando variaban el campo magnético en el alambre (le pasaban corriente eléctrica alterna, la que cambia de positiva a negativa) el metal dentro del cilindro se movía en una dirección o en la contraria. El movimiento del metal líquido dentro del cilindro, alternativamente, comprimía y dejaba expandir al gas. De esta manera lograron un compresor sellado sin partes girando y desgastándose.

Como sabemos, la compresión y expansión de un gas produce calor y frío, tomando el frío, se fabrica la nevera. En 1926, Szilárd, ayudado por Einstein que se sabía el procedimiento de solicitud de patentes de memoria, recuerde, había trabajado en una en Berna, depositaron la primera de muchas (más de 45) solicitudes de patentes. El 31 de julio de 1931, su primer refrigerador funcionó como magia, impecablemente.

Vendieron su patente a las firmas AB Electrolux, sueca, y a A. E. G., alemana, por la suma del equivalente a 750 dólares. Bueno…, y, ¿qué pasó que hoy no los estamos usando? Pues que esas firmas compraron la patente para evitar la competencia con sus propios diseños, por tanto, engavetaron la de Einstein-Szilárd, y, cuando se consiguió un gas no tóxico, freón, el refrigerador de Einstein quedó definitivamente enterrado. El diseño Einstein-Szilárd fue incorporado posteriormente a los sistemas de enfriamiento de los reactores nucleares.

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