El sello gomígrafo

El sello gomígrafo

Durante la dictadura de Trujillo se dictaron  disposiciones  para  lograr que en el país no quedaran oficinas del nivel inferior de la justicia (Juzgados de Paz o Alcaldía Constitucional) sin un representante graduado de abogado.  Se procuraba que cada municipio contara  con un Notario Público.

De no haber ningún profesional que le interesara el cargo, se estableció que el Juez de Paz podía funcionar como Notario o, en su defecto, se nombraba un abogado en ejercicio como suplente del juez de paz, y funcionaba como Notario.  De esta manera, el profesional del Derecho ejercía la profesión libremente, además del complemento de la Notaría.

Yo mismo actué como Notario Público en Samaná y en Hato Mayor, entre los años 1956-1960, dos años en cada jurisdicción.

 Cuando uno era el titular del Juzgado de Paz, empleaba el sello gomígrafo de esa dependencia.

Después de aquellos cuatro  años resolví volver a la capital, mi lar nativo.  Presenté carta de renuncia a don Mario Abreu Penzo, que entonces era el Procurador General de la República, la oficina y manejaba casi todo cuanto estaba  relacionado con la justicia.

 Él me conocía a través  de la familia  mocana de don Bocho Cabrera, y me dijo: No voy a tramitar tu renuncia, pues estoy viendo una oportunidad  que se ha presentado. Ven por aquí a mediados de la próxima semana.

Don Bocho se había trasladado desde el Cibao para establecer una fábrica de salchichón en Hato Mayor. Uno de sus hijos había sido alumno mío en la normal de varones hacía poco tiempo y llevábamos buenas relaciones.  Su nombre es Gustavo, si mal no recuerdo. Lo que sí sé es que es el dueño de Cabrera Motors de la avenida Independencia,  Feria de la Paz por largo tiempo,  y también   en la Winston Churchíll, cerca de los supermercados Bravo y La Sirena.

Yo tenía ya una temporada  de regreso y luchaba por  abrirme  caminos. Cuando volví a visitar al Procurador General, me dijo con cierta pena que lo habían sorprendido entre “home” y “tercera”: del Palacio Nacional mandaron el nombramiento de otro abogado para el sitio que él quería que yo ocupara en la capital.

Le dije: No se preocupe don Mario. A la persona escogida no le ganaba nadie.

El abogado favorecido fue compañero de mi generación (1950-1955) y nos conocíamos muy bien. Por cierto hace muchos años que no lo oigo mencionar.

Seguí en mis aprestos por instalarme como profesional de la carrera.

 Tiempo después visualicé una plaza de notario y presenté mi solicitud. Los años de juez de paz se computaban.

Don Hipólito Herrera Billini,  Presidente de la Suprema Corte de Justicia, satisfizo mis deseos y obtuve el nombramiento como Notario Público.

Ordené hacer el sello gomígrafo imprescindible. El trabajo no podría ser  en otro lugar que en la papelería Stefan, de la Isabel la Católica, cerca de  Santa Bárbara.

Los dueños fueron muy amigos de mi padre y estuvieron unidos desde la niñez (primeras décadas del siglo pasado). Así siguieron las relaciones hasta la desaparición de papá, primero, y  después las muertes de Elías y Lulo Stefan, excelentes amigos, magníficos seres humanos.

Entre algunas de sus muchas historias, recuerdo: vivían entre Santa Bárbara y la calle Mercedes. Salían por las mañanas a cazar ciguas con tirapiedras. La ciudad  era pequeña y muy arbolada y no tenían  que ir muy lejos para hacer la cacería.

Los muchachos regresaban antes del mediodía con sus cargas de avecillas, y la madre de los Stefan les preparaba tremendo locrio y quedaban satisfechos.

Pero, ése no es el tema, como dice Julio Hazim.

Yo había entregado a Salvador Stefan la leyenda para el sello gomígrafo de la Notaría.

Una mañana, cerca de las ocho y treinta, suena el  teléfono y, del otro lado escuché la voz de Salvador. Y comienza a explicarme que el sello tenía un error.

-Cuéntame, le digo.

-Todos los sellos que vienen aquí dicen: Ciudad…

-Espera, espera, Salvador. Yo voy para allá en seguida.

 Y colgué. Nunca había  soltado un teléfono  tan rápidamente.

 Salvador me presentó varios modelos de sellos gomígrafos para abogados, notarios y hasta alguaciles. Una gama. Y todos decían: Ciudad Trujillo.

 Entonces le expliqué: Son dos cosas distintas. La ciudad es el poblado interno. El Distrito Nacional es la jurisdicción con todas las extensiones: municipios, secciones, parajes, etc. Si yo pongo que soy Notario de Ciudad Trujillo, quiere decir que no puedo actuar en Villa Mella, por ejemplo. 

Creí concluir la explicación técnica o profesional.

-Te conozco bien; yo sé lo que tú estás buscando, alegó Salvador.

-Entonces,  si lo sabes, no alborotes las avispas. Déjame el Distrito Nacional y te callas la boca;  por los dos: por ti y por mí.

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