Alguien lo bautizó El Quirinazo y así se quedó, pues casi todo el mundo coincide en que la sorpresiva aparición de Quirino Ernesto Paulino Castillo reclamándole una deuda millonaria al expresidente Leonel Fernández fue un golpe bajo a sus aspiraciones de regresar al solio presidencial. Ahora se habla de otro “Quirinazo” a propósito de la fulminante destitución del ingeniero Diandino Peña cuando todavía se encontraba bajo los corrosivos efectos de la peor entrevista de su vida, bellaquería que al igual que la anterior también se le endosa a funcionarios del entorno del presidente Danilo Medina, pues su objetivo invisible es el expresidente Fernández. Un artículo del doctor Franklyn Almeyda, en el que describe la entrevista de Alicia Ortega como el segundo acto de un drama escrito para dañar a Leonel, fortalece esa percepción. Sobre todo cuando se toma en cuenta que, al igual que en el 2015, también está de por medio la reelección del presidente Medina, cuya materialización pasa, necesariamente, por eliminar su principal obstáculo dentro del PLD. ¿Quiere eso decir, como anticipa el doctor Almeyda en su artículo, que el desenlace de ese perverso juego de intrigas y traiciones, de irrespeto a las reglas de juego y los acuerdos que garantizan la cohabitación de los liderazgos que gravitan en el partido oficial, será una crisis partidaria que romperá el juego y también las barajas? Es pronto para llegar a esa conclusión, pero es imposible ignorar las señales que apuntan al deterioro de la convivencia entre danilistas y leonelistas, que vive momentos de gran tensión ante los rumores de que Lucía Medina, ignorando lo acordado en el Comité Político, se reelegirá en la Cámara de Diputados. Si eso ocurre, que podría describirse como una declaración de guerra abierta por parte del danilismo, sabríamos que el doctor Almeyda tenía razón: el PLD está afectado por el fatal síndrome de Chacumbele.