Podríamos afirmar que se manifiesta en la República Dominicana un “fenómeno Théodore Chassériau”. Notamos un interés creciente por aquel pintor romántico francés nacido en El Limón, en Samaná, de madre indudablemente criolla, de padre personalmente ligado al Caribe, a Simón Bolívar y a la causa independentista de Cartagena, sin hablar de hermanos y parientes envueltos por nacimiento y/o aventuras en la órbita antillana…
Esta presencia muy discreta en las anteriores reseñas de arte dominicano ha sido resaltada primero por Emilio Rodríguez Demorizi, que narró extensamente –incluyendo documentos– los orígenes de Théodore Chassériau, y lo celebró como la primera gran figura de la pintura nacional. Pocas décadas después, fue acontecimiento la exposición de sus dibujos y grabados, facilitados por el Louvre y la Biblioteca Nacional de Francia, en el Centro León y en el Museo de Arte Moderno.
Muy esperada, próxima pero sin fecha aun, está una muestra de pinturas prestadas por el Museo del Louvre y coleccionistas particulares, mientras en el cine dominicano, el importante documental “República del Color” subraya la impronta de Théodore Chassériau; igualmente lo hace el libro de Danilo de los Santos. Proyectos, de excelentes perspectivas incluyen una asociación de los “Amigos de Chassériau”, y también un centro cultural que llevaría su nombre, en el paraje de El Limón…
Ahora bien, la última manifestación de ese redescubrimiento, de esa acogida e integración artística es el éxito del Concurso Nacional de Pintura Joven “Recrear a Chassériau”, celebrado en ocasión de la Semana de Francia. Lo organizó la Embajada de Francia con la colaboración de la Galería Nacional de Bellas Artes y la participación entusiasta de artistas dominicanos para el futuro, entre 18 y 35 años. Por coincidencia… a los 18 años, Théodore Chassériau era ya un pintor reconocido, y a poco más de 35 –exactamente treinta y siete– el exceso de trabajo y la enfermedad segaron la muy talentosa carrera de quien, formado por Ingres, podía igualar a Delacroix.
Recrear a Chassériau. La propuesta del certamen era “recrear a Chassériau”, o sea, a través de la pintura como medio, inspirarse de su obra y reinventarla. El artista debía adueñarse de su célebre modelo, pero de ningún modo copiarlo –las bases lo prohibían–: culminaba entonces aquella apropiación en un trabajo personal y un espíritu de hoy. La percepción de los concursantes supo liberar esa interpretación e increíblemente establecer correspondencias, dejando casi atónitos a los observadores… Jean-Baptiste Nouvion, descendiente de Chassériau y juez invitado, expresó su emoción.
Diez obras maestras de Théodore Chassériau fueron seleccionadas como fuentes para la recreación: Autorretrato, retrato de la madre y de las hermanas, Otelo y Desdémona, efigies del reverendo Lacordaire y del califa Ali Ben Ahmed, fascinantes criaturas femeninas, míticas y mitológicas. Referencias precisas han permitido la imprescindible labor de consulta y las búsquedas: obviamente, una motivación entusiasta testimonia la validez de esa clase de aproximación, fundamentada en la historia del arte y la investigación.
Hubo denominadores comunes muy interesantes. Los artistas realizaron sus “metamorfosis” pictóricas, dando casi siempre a los personajes una tipología dominicana, antillana y caribeña, acorde además con orígenes y afinidades de Théodore Chassériau. Se aliaron el paisaje tropical y sus moradores. Luego, causa verdadero impacto la comprensión del proceso renovador: en muchas obras encontramos una notable y bienvenida actualización del ambiente, de las actitudes, de las evocaciones. En varias transfiguraciones no faltan los celulares y el atractivo del “selfie”. Así mismo, nobles jinetes y sus monturas hoy cabalgan en “motores”… Si este nuevo romanticismo dominicano puede llegar aun a la provocación y el atrevimiento, jamás llega a los excesos, lo que por cierto corresponde a una tradición en nuestra pintura.
Ahora bien, no comprobamos solamente la recreación a través del concepto y de un protagonismo actual, sino en los aspectos estilísticos y formales. Se modifica la composición original, se moderniza la factura, se mueven los elementos. Cabe señalar también que hubo una perfecta adecuación a las dimensiones estipuladas, las cuales quisieron evitar tanto las miniaturas como los cuadros muy vastos. Esa autodisciplina de los participantes, no tan frecuente, ha contribuido a definir este concurso muy positivamente.
De la premiación. Hemos observado que, en los recientes certámenes para jóvenes, ha habido una gran seriedad y abundancia de obras seleccionadas. Esa categoría se manifiesta nuevamente, hasta el punto de que dos premios especiales se dispusieron, además de los tres instituidos y de las tres menciones de honor. Las múltiples cualidades que demuestran cerca de la mitad de las pinturas concursantes, significan un aliento y un porvenir abierto para el arte dominicano joven, si se reconoce y se incentiva.
Los cinco premios, conferidos respectivamente a Félix Lázala (que obtuvo el primero y uno especial), Miguel Alcántara, Narciso Rincón, Rafael Augusto Hernández, causaron una fuerte impresión en el Jurado, por su dominio académico, su nivel estético, su espiritualidad creativa, en algún caso su audacia contemporánea… Las menciones de honor, atribuidas a Elvin Tolentino, Victoria Horias Zambrano y José Jiménez destacaron sus hallazgos entre actualización, humor y sensibilidad, según variaciones interpretativas.
Durante breves días, pinturas seleccionadas y premiadas se presentarán en la Galería Nacional de Bellas Artes, antes de la entrega formal de los galardones y del inicio de un itinerario nacional –que también aspira a ser internacional.