El tránsito vehicular como
metáfora del patrimonialismo

El tránsito vehicular como<BR>metáfora del patrimonialismo

DIÓGENES CÉSPEDES
Los diarios, los caricaturistas, los articulistas de los medios, los periodistas, la gente común y hasta los que han dirigido el organismo que regula esta actividad no cesan, no se hartan, de poner el grito al cielo en relación con el deterioro en picada del cumplimiento de la ley que regula el tránsito vehicular.

Hasta en los cursos de crecimiento humano se han llegado a adoptar técnicas dirigidas a los participantes, orientadas a cómo evitar el estrés y a cómo enfrentar a los violadores, sean violentos o no, de la ley de tránsito.  No cesar las exhortaciones de los editorialistas y articulistas a la burocracia de la Autoridad Metropolitana del Transporte a ser más eficiente y a evitar las miles de incomodidades y molestias que los agentes del tránsito causan a los conductores y éstos últimos a aquellos o, incluso, los peatones que se lanzan a cruzar las calles cuando el semáforo marca la luz roja para ellos.

Mi experiencia con respecto al tránsito vehicular fue el de una víctima hasta el momento en que en un curso de tai chi con Sandino Sánchez éste me enseñó a cómo no coger lucha con el tránsito. Esta actitud modificada se convirtió en un hábito para mí cuando hice los talleres de Visión 10.

Con este cambio de actitud, me dediqué a observar y a estudiar el comportamiento de los conductores que violan la ley 241 y a tratar de entender esa conducta. Antes había tratado de comprender las distintas razones esbozadas por los estudiosos del fenómeno que han escrito libros sobre el tema. Luego, las caricaturas mordaces y satíricas sobre el tema y finalmente las quejas de los editoriales y artículos publicados o leídos en los medios.

Cientos de causas han sido dadas como explicación. Las más comunes: la falta de educación cívica, la falta al respeto a sí mismo y a los demás, la prepotencia y el egoísmo, la violencia que lleva en su cuerpo el ciudadano o la ciudadana de nuestro país, la anarquía y el desorden que caracterizan la mentalidad de la mayoría de los sujetos que pueblan nuestro país, la burla de la autoridad y de las reglas de convivencia.

En fin, un rosario y no se termina nunca. Sin embargo, he observado que la ley de tránsito es violada con una especie de complacencia y placer por jóvenes, adolescentes, adultos, gente de tercera edad y hasta ancianos, sin rubor alguno. Es más, he observado que mientras más linajudo y caro es el vehículo, más placer siente quien lo conduce en violar la ley 241.

He observado que mientras más potente y grande es el vehículo, su conductor siente un morbo exagerado en echar del carril a otro conductor para apropiarse de tal carril, si así conviene a su particular razón de Estado personal. He observado cómo el rebase se ha convertido en una práctica temeraria, pues quien lo hace no guarda ni siquiera una distancia de un metro, sino que amenaza con embestir al vehículo que transita en su carril correcto.

Pero he llegado a la conclusión que todas las violaciones que he observado durante estos últimos cinco años responden a una práctica que está muy enquistada en la política dominicana desde la fundación de la República: el patrimonialismo.

Es en la calle donde el sujeto dominicano practica con más conciencia el patrimonialismo. En el ejercicio de la política ve a su compatriota practicarlo exageradamente. Como su propiedad privada, es de la calle que se apropian cada día hombres, mujeres, jóvenes, viejos y ancianos en su calidad de conductores y conductoras de carros, yipetas, autobuses, voladoras, conchos, motoristas, carretilleros, fruteros, vendedores de cualquier cosa, camiones, camionetas, ambulancias y peatones, camiones recolectores de basura, compañías constructoras, vehículos oficiales.

Todos se apropian de la vía pública, de las aceras y de todo lo que sea público. Hay un refrán en nuestra cultura que dice que lo público no tiene dueño. La moraleja es que cualquiera tiene derecho a apropiarse de lo público. Los políticos se apropian el erario; los conductores, la vía pública. Ambos usan la violencia para lograr su objetivo.

No se le busque más vuelta al asunto.

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