El voto por Danilo Medina

El voto por Danilo Medina

En el instante que redacto esta columna, Danilo Medina encabeza, por amplio margen, las simpatías populares para ser electo como el próximo Presidente de la República durante el período 2016-2020. A partir de las encuestas y dependiendo del nivel de abstención, donde puede influir hasta las lluvias, es dable afirmar que, en el peor escenario, cuando se cuenten los votos, el actual Presidente de la nación estaría rondando el 60% de los votos emitidos validos, separándolo más de 20 puntos de su más cercano contendor, Luis Abinader. Con tal situación, parecería innecesario pedir el voto por el actual mandatario, pero, lo cierto es que, no importa cuál es la simpatía política de uno, el voto no solo es un derecho sino también, y sobre todo, un deber. En el caso de Medina, a menor abstención electoral, mayores posibilidades de sobrepasar el referido 60% de popularidad, máxime cuando es la tendencia natural de muchos votantes pensar que su voto no es necesario para lograr el triunfo de su candidato favorito.
El nivel de popularidad de Medina no es casual. Ahí está para hablar por sí sola su obra de gobierno: cumplir con el 4% del presupuesto para educación; llevar cientos de miles de estudiantes a la tanda extendida; construir miles de aulas para poder dar sostenibilidad a largo plazo a dicha tanda; multiplicar exponencialmente el número de proveedores al Estado; sostener la estabilidad macro-económica; mantener a raya el déficit fiscal, aun en situación electoral donde tradicionalmente se ha abusado de los recursos del Estado, y como se demostrará econométricamente tan pronto pasen las elecciones; canalizar la ayuda financiera del Estado a decenas de miles de productores agropecuarios, micro empresas y asociaciones comunitarias; incrementar los niveles de transparencia del Estado, principalmente en lo que respecta al sistema de veedurías estatales y al regimen de compras y adquisiciones del Estado; y, lo que es más importante, acercar la institución de la Presidencia al ciudadano de a pie, al ama de casa, al trabajador, al estudiante, al joven profesional, al agricultor, al jornalero, al taxista, haciendo así realidad un gobierno próximo a la gente, que pone el oído en el corazón del pueblo, lo que permite elaborar políticas públicas no en el salón refrigerado del técnico seco y del experto frío, sino en la arena caliente de la realidad palpitante de nuestros campos y nuestros barrios.
Esa popularidad se fundamenta en una actitud vital de Danilo Medina que resulta atípica desde la perspectiva de lo que ha sido nuestra historia republicana: Medina es el primer Presidente que es medularmente optimista acerca del futuro dominicano. Eso hace que -contrario al tradicional pesimismo postulado por nuestras elites políticas, económicas e intelectuales, tanto de derecha como de izquierda, desde José Ramón López y Américo Lugo hasta Rafael Leonidas Trujillo, Joaquín Balaguer y Juan Isidro Jimenes Grullón, en esa mezcla indisoluble de arielismo, hispanismo, racismo, nacionalismo, teoría de la dependencia y marxismo, que es la jerga común del establishment nacional republicano desde hace más de medio siglo-, el actual y próximo Presidente de la República cree en la gente dominicana, en la posibilidad de sacar millones de dominicanos de la pobreza y en el de fortalecer una clase media tradicionalmente aborrecida por una izquierda que, así como la derecha reaccionaria y conservadora veía a las masas populares como haraganas, brutas e ilusas, ahora, entiende a las clases medias como una “pequeña burguesía” trepadora, intelectualoide y oportunista.
Es precisamente el optimismo de Danilo Medina, articulado a partir de un primer mandato donde se ha cumplido lo prometido en 2012, lo que ha convencido a una súper mayoría del cuerpo electoral dominicano de que, al margen de la incapacidad de unificación de la oposición y de articulación de un discurso realista y sincero de cambio, las posibilidades reales de progreso personal y humano, de transformación social y económica del país y de verdadero cambio institucional radican en Danilo Medina y la coalición de partidos encabezada por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), que han prometido un Gobierno Compartido de Unidad Nacional. Gran parte de ese voto de la continuidad para el cambio social y económico real se expresará en la boleta electoral presidencial marcando 1 arriba y a la izquierda en el recuadro blanco del PRD, organización que superará los dos dígitos en simpatías electorales cuando se realice el conteo definitivo de los votos.
Por eso, quien escribe, orgulloso, decidido y feliz, va a votar por el PRD en todos los niveles presidencial, congresual y municipal, sabiendo que lo hará por un presidente que, como Danilo Medina, no solo ha demostrado que cree en invertir en la gente como nuestro siempre líder el inmenso José Francisco Peña Gómez sino que, además, considera que el país que queremos y merecemos los dominicanos solo lo podemos construir con los esfuerzos de todos, con el respeto a las leyes y a las instituciones, con tolerancia a la diversidad de opiniones, sin exacerbar las contradicciones y pasiones nacionales, con humildad pero con firmeza, consciente de que esta construcción la hacemos no solo para quienes ahora vivimos sino también y fundamentalmente para las próximas generaciones, para los cientos de miles de dominicanos que han abandonado y abandonaran la pobreza y que han pasado a integrar e integrarán una dinámica y vigorosa clase media, una clase social que, a fin de cuentas, ha sido y será siempre el motor de los grandes cambios políticos y sociales del país. Por eso, el 15 de mayo el voto debe ser, temprano en la mañana, por Danilo Medina, garantía efectiva para seguir construyendo una nación más democrática, igualitaria, solidaria, liberal, tolerante y justa.

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