En busca de recuerdos suaves

En busca de recuerdos suaves

Bueno, la verdad es que desde hace cierto tiempo vivimos un extraño uso de la libertad. ¿Es que se trata de libertad para delinquir impunemente? Ya sea mediante latrocinios apoyados por una efectiva superioridad estatal, de variopintas vertientes, superioridad que no quiere problemas con sectores de alto poder económico, o, más aterrador aún…, ¿se trata de un monstruoso descenso de la moralidad?

Me temo que es una hidra terrorífica y no tenemos al Hércules que le corte sus múltiples cabezas de un solo tajo como hizo el mitológico griego con la Hidra de Lerna.

En busca de un respiro, un bálsamo aliviador como el que anhelaba Edgar Poe por sus torturantes recuerdos en su poema “The Raven”, yo aspiro a no recibir la respuesta que le graznó el cuervo cuando le dijo: “There’s no balm in Gilead”, y si bien no existe un maravilloso bálsamo sanador de heridas del cuerpo y del alma, me refugio en recuerdos suaves.

A ellos acudo y pretendo aliviar, aunque sea por un instante, las sombrías noticias de crueles crímenes enloquecidos, con estas rememoraciones.

En una familia hay de todo: entre sus miembros hay respetables personajes y tipos que envuelven en una graciosa tela su singular picardía. En una familia capitaleña de sonoro apellido, en la cual se contaban severos ministros de Gobierno, así como catedráticos universitarios, familia que gozaba (y goza) de una buena posición económica, uno del grupo de hermanos no se plegó a la rígida dignidad del apellido… aunque todos tenían apodos “afectuosos”… A uno le decían “Santana” (en alusión a su aparente parecido con la actitud corporal del general Santana), a otro le llamaban “Pilindo”, y así cada uno tenía un sobrenombre.

Uno de ellos, tal vez el más simpático, pero de quien -en verdad- no recuerdo como le llamaban, no era “buena paga”. Un infeliz cobrador de un negocio venía sufriendo un “ven el martes”, para el martes decirle, por ejemplo, “ven el jueves de la semana entrante”.

Así, semana tras semana.

Una mañana, nuestro personaje estaba en el Royal Bank of Canada haciendo efectivo un cheque. Mientras contaba el importante fajo de billetes, apareció su fatigado cobrador y le dijo: “¡Ahora sí!… lo atrapé con un montón de cuartos… ¡no me puede decir que ahora no tiene, que vuelva otro día!”.

–¡Ay, qué pendejo! Así sí es fácil –respondió el personaje–. ¿Tú no sabes que me debes a mí tu trabajo? Sin gente como yo no existirían cobradores… Tú vives y ganas porque gente como yo te hacemos dar viajes… ven el martes, ven el jueves… no tengo, vuelve la semana que viene…

El cobrador se quedó perplejo. Finalmente se fue muerto de risa, comentando en voz baja: “Qué mala paga tan simpático”.

 

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