En búsqueda de R. Reagan
Informe especial

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El Times resalta valor de Ronald Reagan
«Estoy dispuesto a ser otro Ronald Reagan”, declaró Bob Dole
 Las ideas de  libre mercado las hizo cuando estaba en General Electric

   WASHINGTON.   NYT. Ahora es parte del catecismo republicano invocar periódicamente el nombre de Ronald Reagan y de envolverse ritualmente en su manto. Todos los candidatos presidenciales republicanos de este año (e incluso uno demócrata, Barack Obama), han conjurado el espíritu de san Ronald de Dixon, Illinois, para que bendiga sus respectivas campañas.

   Pero les costará trabajo superar la máxima adulación que se haya hecho de Reagan, pronunciada en el verano de 1995 por el senador Bob Dole, al embarcarse en su aventura por lograr la nominación republicana de 1996, la cual ganó aunque sólo para ser aplastado en las elecciones generales por el presidente saliente, Bill Clinton.

   «Estoy dispuesto a ser otro Ronald Reagan, si eso eso lo que ustedes quieren», declaró Dole ante funcionarios del Partido Republicano en Filadelfia.

   Pese a todas sus admirables cualidades, Bob Dole no hubiera podido ser otro Ronald Reagan, así como no hubiera podido ser Eleanor Roosevelt. Lo mismo se aplica a la actual camada de contendientes del Gran Viejo Partido, por razones de política, de organización política y de personalidad. La hija de Reagan, Patti Davis, para empezar, piensa que todos deberían dejarse de cosas.

   Es más que extraño, escribió ella en diciembre, observar a los candidatos presidenciales del 2008 tratando de imitar a su padre. «¿Dónde está Lloyd Bentsen cuando se le necesita?», se preguntó en una columna publicada por Newsweek. «Yo conocí a Ronald Reagan, senador (o gobernador); ustedes no son ningún Ronald Reagan.»

   Cada una de las tres primeras contiendas principales en la batalla por la nominación republicana fue ganada por un candidato diferente: Mike Huckabee se llevó Iowa; John McCain ganó en Nueva Hampshire; y Mitt Romney avanzó sin ningún esfuerzo en Michigan, donde creció. Cada uno de ellos eligió una pieza de la coalición tripartita que impulsó a Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1980: conservadores sociales, más halcones de la seguridad nacional, más defensores de la empresa y detractores de los impuestos. Con la excepción de McCain en Nueva Hampshire, ninguno ha atraído a un número significativo de hombres y mujeres de clase trabajadora, los llamados demócratas reaganitas.

   Ninguno ha logrado ensamblar el paquete completo que hizo de Reagan un presidente de dos mandatos y, antes de eso, un popular gobernador de California también de dos mandatos, ni hay indicios de que puedan hacerlo Fred Thompson o Rudolph W. Giuliani.

   Quienes trabajaron en esas camnpañas de Reagan, o las han estudiado, piensan que es improbable que lo logre cualquiera de los actuales republicanos. El mismo Reagan quizá tendría problemas en el ambiente actual, señalan, en el que el Partido Republicano está aparejado con una guerra preocupante, hay una proto-recesión y un impopular presidente saliente republicano.

   A pesar de sus valientes y transparentes esfuerzos, los candidatos republicanos de 2008 han sido incapaces de reproducir la alquimia que transformó a Reagan de un actor de serie B de los años cuarenta en un emblema del Partido Republicano. Y no es sólo que Huckabee, McCain, Romney, Thompson y Giuliani carezcan del encanto de Reagan. Ninguno se ha aplicado por tanto tiempo y con tanta asiduidad como Ronald Reagan a dominar ideas y elaborar una base política, a pulir la ideología de la que se nutren y a alimentar el creciente movimiento conservador de su tiempo.

   De los principales contendientes republicanos, ninguno ha construido un movimiento nacional. Sólo McCain había aspirado antes a la presidencia. Dos fueron gobernadores de estados pequeños y uno el alcalde de Nueva York. Thompson es más conocido como actor en la serie de televisión «Law and Order».

   Como llegados relativamente tardíos a la política presidencial, ellos se han visto obligados a formar una coalición con los dispares grupos que conforman el electorado de las primarias republicanas, en muchos casos amañando sus registros en el puesto, alterando sus posturas para que fueran aceptables para los votantes de las primarias del Partido Republicano y reescribiendo su historia personal.

   Las ideas de Reagan sobre el libre mercado las formuló cuando era portavoz de General Electric en los años cincuenta y principios de los sesenta; su opinión sobre el comunismo estaba arraigada en su propia experiencia como dirigente del Sindicato de Actores de Cine desde los años cuarenta; y su sentido del orden social se desarrolló al ver los desórdenes que estallaron en los planteles universitarios de California en los años sesenta.

   Para 1980, Reagan era un líder político disciplinado y experimentado y quizá el orador político más brillante de la nación, lo que le permitió atraer a diferentes electorados, desde evangélicos hasta los inicipientes neoconservadores.

   Reagan llegó a la campaña de 1980 como un valor conocido, con una congruencia estudiada de opiniones que databan de hacía más de veinte años. Tenía un historial de éxitos electorales en el estado más populoso del país y la valiosa experiencia de haber perdido dos campañas para la nominación presidencial republicana. También tuvo la bendición de tener un oponente impopular, en la persona del presidente Jimmy Carter, la crisis de los rehenes de Irán, una economía nacional estancada y un electorado inquieto.

   Además, Reagan siempre fue subestimado por sus opositores y por muchos analistas, que lo consideraban un actor deslavado, un ignorante y un instrumento de la derecha rabiosa.

   Morton Kondracke, en un artículo para The New Republic al principio de la campaña de 1980, lo llamó «ese viejo arrugado, doblemente perdedor, ese chiste de ex actor de cine». Robert Manning, editor de Atlantic Monthly, lo llamó un «Goldwater de oficina de contrataciones».

   También los expertos de hoy quizá estén subestimando al actual campo republicano. Cualquiera que surja de esta reyerta habrá demostrado cierta medida de persistencia reaganesca y de aceptación por un electorado en las primarias diverso en lo geográfico, lo cultural y lo político.

  A diferencias de los inicios de las carreras de los actuales candidatos republicanos, para cuando Reagan entró en su primera contienda política, la carrera por la gubernatura de California en 1966, él ya era una celebridad nacional y un brillante comunicador. (Hacia fines de los años cincuenta, Reagan era el orador más solicitado después del presidente Dwight D. Eisenhower. Esa distinción no se aplicaría ahora a, por ejemplo, un Mike Huckabee.) Para millones de estadounidenses, él era conocido como actor de la serie televisiva «Death Valley Days» y como vocero de General Electric, que pronunció cientos de discursos por todo el país en lo que él llamaba el «circuito del puré de papás».    Ganó la contienda de 1966, contrariando al gobernador demócrata saliente, Edmund G. «Pat» Brown, con un mensaje minuciosamente adaptado.

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Un héroe

De la noche a la mañana se volvió el héroe de los conservadores con un discurso enormemente efectivo en favor de Barry Goldwater en 1964, llamado «Momento de decisión», que fue difundido por todo al país una semana antes de las elecciones. Goldwater fue aplastado por el presidente Lyndon B. Johnson, pero la estrella política de Reagan  ya estaba en ascenso.    «El pronunció su famoso discurso para Goldwater y después se preparó para el 66, empezando a adaptar su mensaje», señala Dallek. «En lugar de hablar de comunismo, que en realidad no era una plataforma para la oficina del gobernador, empezó a hablar de ley y orden, de decadencia social, de deterioro moral. Sus tres temas clave fueron los estudiantes que protestaban en Berkeley, los disturbios de Watts y las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam. Así que, muy hábilmente, Reagan empezó a explotar una rabia en ebullición, que sentían en especial los californianos blancos de las clases medias y trabajadoras.»    A diferencia de los candidatos de hoy, en su carrera nunca añoró una imaginaria era dorada republicana de veinte o treinta años antes, ni invocó el nombre de algún santo republicano antepasado.

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