En defensa de la revolución de 1965

En defensa de la revolución de 1965

Este artículo fue publicado en la revista digital “Con nuestra América” de Costa Rica y en el diario La Prensa, de Buenos Aires, como respuesta a la justificación de la invasión norteamericana a Santo Domingo en 1965 que hizo recientemente en el diario La Prensa el dirigente político argentino Armando Ribas del partido UCD. El autor, Carlos María Romero Sosa, es poeta, ensayista, crítico literario y director de la revista “Proa” de Argentina.

Suelo leer con atención los artículos del doctor Armando Ribas publicados en el matutino La Prensa –de Buenos Aires- y más allá de las infranqueables diferencias que tengo con el ideario del exdiputado nacional por la UCD, el partido fundado por el capitán ingeniero Álvaro Alzogaray, consecuente funcionario de dictaduras militares, son ellos demostrativos de una severidad intelectual y un sustento doctrinario propios de una derecha económica que se reconoce tal y poco tiene que ver con las frases trilladas del tipo de “Estamos cerca de la gente”, “Somos un equipo”, “Los K. se robaron todo”; de las demagógicas timbreadas y del marketing duranbarbiano de la vergonzante y mal disimulada derecha macrista.
Dicho esto debo hacer una aclaración a la nota del domingo 22 de abril del corriente titulada: “Actualidad cubana: crimen sin castigo”. Se dice allí, al criticar la actitud del presidente Kennedy de negarse a prestar ayuda aérea durante la invasión en abril de 1961 –en gran medida mercenaria- a la cubana Bahía de Cochinos, la siguiente frase: “Afortunadamente para los dominicanos llegó Johnson al poder y mandó a los marines a Santo Domingo para destituir al presidente general Caamaño, entonces partidario de Fidel Castro”. La figura del coronel -no general- Francisco Alberto Caamaño Deñó (1932-1973), elegido a los 32 años de edad presidente de la República Dominicana por el Congreso Nacional cuando la invasión de más de 41.000 efectivos norteamericanos a la Isla, declarado Héroe Nacional mediante la Ley 58-99 promulgada durante el Gobierno de Leonel Fernández en 1999 y cuyos restos descansan desde ese año en el Panteón Nacional, es merecedora de respeto y admiración por cuantos creemos en la autodeterminación de los pueblos, la soberanía territorial y tomamos ejemplo de la esforzada y desigual lucha de los patriotas de las diferentes naciones sometidas al poder del imperialismo capitalista. Caamaño cayó asesinado el 16 de febrero de 1973, bajo el Gobierno de Joaquín Balaguer, luego de ser herido y hecho prisionero a poco de desembarcar con un grupo guerrillero en Playa Caracoles.
En cuanto a aquella invasión a Santo Domingo, elogiada por el doctor Ribas, fue la segunda llevada a cabo por los Estados Unidos a la tierra de Quisqueya. La primera duró desde 1916 a 1924 y se inició cuando ejercía la presidencia de la República el doctor Francisco Henríquez y Carvajal, un intelectual al que por cierto sería anacrónico tachar de castrocomunista. Ese mandatario fue padre del ilustre humanista Pedro Henríquez Ureña, quien se radicó en la Argentina a partir de 1924 dejando aquí una pléyade de discípulos. Es aleccionador leer las páginas del argentino Manuel Ugarte contra aquel desembarco, así como las de Ricardo Rojas que en su biografía de Hipólito Yrigoyen: “El hombre del misterio”, historió la orden del presidente radical al comandante del crucero 9 de Julio al pasar frente a la Fortaleza Ozama: “Id y saludad al pabellón dominicano”. (Y no al de franjas y estrellas de los invasores que representaban “El peligro exterior”, así graficado lúcidamente por Alfredo Palacios en un posterior artículo).
La otra intervención armada se verificó en 1965, bajo el pretexto de defender la integridad de los ciudadanos yanquis. En verdad resultó ser una respuesta reclamada por las oligarquías nativas, el remanente del trujillismo, las empresas multinacionales y sectores reaccionarios de la Iglesia católica, a la Revolución del 24 de abril de ese año, que buscaba devolver a la Nación el orden constitucional violado al expulsar del poder el 25 de septiembre de 1963 al profesor Juan Bosch, líder del Partido Revolucionario Dominicano. Esa incursión del País del Norte produjo más de diez mil muertos en la población dominicana, gran parte de ellos civiles y otros militares como el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, masacrado en una emboscada de los marines y también oficialmente declarado Héroe Nacional en 1999. “La moral yanqui es elástica cuando se la aplica fuera de los Estados Unidos”, escribió en su hora Pedro Henríquez Ureña en “La América Española y su originalidad”. Lo cierto es que ante el tenor de los acontecimientos del ‘65 y el repudio mundial al asalto extranjero, la OEA, digitada por los EE.UU., dispuso enviar una “Fuerza Interamericana de Paz”. En la Argentina gobernaba el doctor Illia y su Gobierno se negó dignamente a participar de ella. Incluso, según anota el embajador José R. Sanchís Muñoz en su libro “Historia Diplomática Argentina” (Eudeba, 2010), el Congreso dio a conocer una declaración de condena a la agresión estadounidense, ratificando el respeto de la República Argentina al principio de no intervención.
Me queda por mencionar algo que no resulta para mí un dato menor: me honra con su amistad el señor capitán Francis Caamaño (hijo), con el que nos vinculamos en abril de 2012 en el ámbito de la XV Feria Internacional del Libro Dominicano donde fuimos partícipes ambos, en mi caso en calidad de invitado extranjero. Este militar y licenciado en Ciencias Políticas, es autor de una biografía de su padre que me obsequió entonces con una generosa dedicatoria y que todo latinoamericano debiera leer.

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