En la despedida de Alejandro González Pons

En la despedida de Alejandro González Pons

Mi hermana Sulamita me ha pedido que me dirija a ustedes, en su nombre y en el de las familias González y Puig, para expresar sus infinitas gracias a todos los presentes por estar aquí en este momento de intensa emoción en que despedimos a Alejandro.
Al unirse en matrimonio, Alejandro y Sulamita también estaban uniendo sus dos familias. Los hermanos y hermanas de Alejandro pasaron a serlo de Sulamita, de la misma manera que los hermanos y la hermana de Sulamita pasamos a ser hermanos de Alejandro.
Así ha sido en los hechos y así lo hemos vivido durante cuarenta y tantos años, casi cincuenta. Los lazos se han ido fortaleciendo hasta encontrarnos esta tarde todos juntos, estrechamente unidos en el dolor al despedirnos de nuestro querido Alejandro.
Alejandro González Pons no era una persona cualquiera. No dejaba indiferente. Sobresalía. Sembró en muchas latitudes. Por eso están llegando a sus familiares tantos mensajes llenos de cariño y afecto desde tantos lugares distintos y distantes.
Desde que lo conocí, hace más de cinco décadas, descubrí muchas de sus cualidades y características. Otras, las fui captando con el tiempo.
Alejandro tenía el don de hacerse querer. Como dispensaba afecto, también lo recibía. Como se dice ahora, producía empatía. Lo lograba sin dificultad, tanto en los grandes salones del mundo de la diplomacia como en las casas de la gente sencilla.
Era estudioso, trabajador, tenaz, persistente. No se amilanaba. Enfrentado a situaciones adversas daba la batalla, no se rendía y lo demostró con creces a lo largo de la terrible enfermedad que terminó venciéndolo. ¡No quería irse, quería ganar la guerra y echó la pelea con fuerza y entereza!
Su proactividad la viví a lo largo de nuestra extensa y profunda amistad, cuando nos tocó militar juntos en distintos proyectos políticos. En situaciones particularmente difíciles fue un hombre valiente y de mucho temple. Cuando asumía una responsabilidad lo hacía a plenitud, con pasión, hasta las últimas consecuencias.
Era riguroso, sumamente exigente consigo mismo, lo que le daba aval para serlo con los demás. Aunque esto le llevaba, a veces, a enfrentar personas y situaciones, terminaba ganándose el respeto de aquellos que circunstancialmente le tocaba adversar.
Diplomático de vocación, se destacó en este campo desde antes de ejercerlo oficialmente como tal. Cumplió misiones delicadas en las relaciones internacionales bajo la orientación del profesor Juan Bosch, particularmente en el de los lazos con Cuba.
Cumpliendo funciones oficiales trabajó con rigor, como sabía hacerlo. Con la discreción requerida, pero poniendo siempre los puntos sobre las íes. Si no le hacían caso, exigía la atención debida, imponiendo respeto.
En el trato con sus amigos, colaboradores y con sus familiares, fue siempre solícito y dispuesto. Fue protector; daba aliento, consejo y apoyo, particularmente a los más jóvenes.
Al ser Alejandro una persona de una aguda inteligencia y al mantenerse siempre al día a través de la lectura y la investigación de sus temas predilectos, su conversación era vivaz e informada. Desde cualquier parte en que se encontrara me hacía llegar libros que luego comentábamos en sesiones intensas.
Me hará falta mi cuñado, conversar, analizar y discutir con él. Viajé a Madrid hace dos meses, acompañando a Sulamita, y pude sostener con Alejandro intensas jornadas de conversación, interminables e inolvidables, ¡las últimas!
Nos harán falta sus chistes, sus exigencias, sus gestos generosos, sus muestras de afecto, sus truños, ¡porque cuando se enfadaba se enfadaba de verdad y cuando se le metía algo en la cabeza daba trabajo convencerlo de lo contrario!
Por la intensidad de su personalidad, por su energía contagiosa, su partida deja un inmenso vacío en nuestro mundo, que quedará incompleto sin él. Hará una falta descomunal en las vidas de Maité, Jair, de sus adorados nietos y de mi hermana Sulamita, su compañera de vida. A sus hermanos y hermanas. A todos sus amigos y familiares.
El tuvo siempre a mi madre, Doña Elvia, sobre un pedestal. Ella hubiese deseado sobremanera estar aquí hoy para rendirle este último homenaje de todos nosotros que lo hemos querido y me ha pedido les transmita su pena y tristeza de no poder estar junto con nosotros en este momento.
En fin, Alejandro le hará falta al país, al que sirvió sin descanso, y a mucha gente a lo largo y a lo ancho del mundo que aprendió a apreciarlo y que él apreció.
En nombre de nuestras familias unidas en el dolor, en nombre de todos los presentes, te decimos adiós, o hasta luego, Alejandro González Pons.

(Cementerio Cristo Redentor, Santo Domingo, 29 de mayo de 2019).

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