En la Embajada de Francia, obras recientes de Elsa Núñez y Ángel Haché

En la Embajada de Francia, obras recientes de Elsa Núñez y Ángel Haché

POR MARIANNE DE TOLENTINO
Elsa Núñez y Ángel Haché dan un ejemplo en el arte dominicano. Demuestran principios inquebrantables en su vida personal como profesional. No han seguido otro camino que la rectitud y la dedicación. Tampoco conocen la concesión ni el desliz. En una época tan perturbada, es reconfortante encontrar esas virtudes, basadas en la fe y los ideales.

Luego ambos, de una vasta cultura, comparten una misma pasión por las artes  –música, teatro, cine–, y por  la literatura –poesía y narrativa–, que ambos reflejan en la creación plástica (Elsa) y gráfica (Ángel). Su sensibilidad hacia las obras de los demás concierne tanto a los valores dominicanos como universales.

En ese punto, se detiene la común evocación ya que cada uno posee en el arte un sello propio e inconfundible. Los espacios de la Embajada de Francia se prestan para presentarlos en forma resaltada, y el concepto museográfico destaca sus individualidades. Los cuadros de Elsa Núñez –pinturas todas– fueron distribuidos en las dos hermosas salas de la primera planta, según afinidades formales y cromáticas. Los dibujos de Ángel Haché se llevaron al segundo piso, más íntimo, propio para exhibir una colección. El hecho de que las obras reposen directamente sobre los seculares muros de piedra, fortalece el señorío existente en ambas facturas y expresiones.

Antes de que abordemos el comentario acerca de cada artista, queremos mencionar que ellos dedicaron sus exposiciones a seres queridos del mundo del arte, recién desaparecidos. Elsa honra la memoria de su cuñado, el gran maestro de la escultura Luichy Martínez Richiez. Ángel recuerda a un entrañable amigo, ligado al teatro y la literatura, Pedro Pablo Álvarez. La evocación emocionó a todos la noche de la apertura.

Elsa Núñez y sus dimensiones reales-imaginarias

Don Francisco Comarazamy, admirador de la pintora y periodista esclarecido, escribía en un artículo, tan poético como informativo: “Esta sensitiva artista maneja la visión y el espíritu, para que la pintura sea una ilusión grata a los ojos y el alma, una pintura manejará como el ritual de una homilía”. Una década después, perdura el mensaje de Elsa Núñez, la simbiosis de “visión y espíritu” que signa su pintura.

Elsa Núñez presenta 21 pinturas que ella califica como “Mundos abstractos y figurativos”. Esta propuesta nos parece muy interesante por dos razones. La primera es que, si no hemos visto las obras, podemos inducir que, en un mismo lenguaje, evita la escisión tradicional, o sea que la lectura de los lienzos es discrecionalmente abstracta o figurativa.

La segunda interpretación, que corresponde a lo que veremos, se refiere a dos vertientes en el tratamiento pictórico, pero nos hace reflexionar el hecho de que Elsa Núñez, primero dedicada a la figuración, le anteceda la abstracción, que ha conquistado tanto a la autora como a sus seguidores.

Ahora bien, referirnos primero a los cuadros figurativos, se estila, definiendo a la artista desde sus inicios. Elsa Núñez plasma con el aplomo de siempre a sus modelos reales-imaginarios, a vivencias inspiradas por episodios de Antiguo y Nuevo Testamentos, a criaturas perennes, introspectivas e intensas. Nos preguntamos entonces cómo la autora, muy orientada hacia el cuestionamiento de los errores humanos, se desliga tanto de una problemática que analiza a diario. Justamente, representando a seres superiores e incólumes, ella nos sumerge en el mundo de los ideales y enfatiza su adhesión a los símbolos, cuales paradigmas imperecederos en un mundo a la deriva. Una manera de afirmar y contestar.

Las alegorías musicales –hay algo más que personajes tocando instrumentos– conservan su vigencia. Aquí pensamos en el “Violinista en escena”. La elaboración del tema y la factura hunde sus raíces estéticas en el pre-rafaelismo y el simbolismo: el pan de oro comunica a la imagen un toque precioso y sofisticado, ausente en la primera fase expresionista de la pintora.

Aparece un elemento autobiográfico de amor a la música, clásica y barroca, anclado en el lirismo de su personalidad. El incomparable poeta y músico Manuel Rueda lo dijo inmejorablemente: “Descubrir a Elsa a través de Vivaldi es saber escuchar a Elsa y saber mirar a Vivaldi”. No cabe duda de que los poetas son críticos de arte singulares. Sonata, concierto, flauta, o “Las cuerdas de mi guitarra”, cada metáfora pictórica de la música lleva al universo sensorial e intelectual, de las correspondencias baudelairianas.

Por cierto, las estructuras abstractas también se desarrollan como frases melódicas, que contienen un caudal de estremecimiento y emoción, muy especial. El color se enardece, la pasta se vuelve materia incandescente, el trópico emprende una gestación infinita. La “obra abierta’ –concepto que Umberto Eco ponderó e impuso a la crítica– ensancha la contemplación. Elsa invita al viaje, al imperio de los sueños y las utopías. Su paisajismo interior se apartará de la realidad, pero cuán profundamente expresa la vitalidad –impredecible, maravillosa y peligrosa– de la tierra y su recuperación. Sabemos que, en Elsa Núñez, la impronta de la fe acentúa sus sentimientos respecto a la naturaleza, a la omnipresencia de un hacedor sublime. Será una de las tantas lecturas de su obra no figurativa, ahora más misteriosa que nunca.

El impacto y el despliegue del cromatismo, las variantes texturales portadoras de una iluminación densa e irradiante, con azules y anaranjados suntuosos, sugieren la pintura informalista en todo su esplendor, con la exclusión de definiciones lineales. Sin embargo, Elsa Núñez es una magnífica dibujante, y solamente el dominio de las formas, de las proporciones, de la distribución espacial logra infundir a la paleta este potencial de una atmósfera mágica. ¡No se nace abstracto!

Hace tiempo que estábamos esperando una muestra de Elsa Núñez. Al fin la tenemos, conscientes de que esta artista y “gran dama de la pintura dominicana” siempre trabaja durante meses, quizás años, en la intimidad, antes de entregar sus telas a la mirada pública.

Ángel Haché: y sus héroes del canto

Ángel Haché, polifacético profesional del arte, es uno de los dibujantes e ilustradores más serios de la República Dominicana. Revela hoy una secuencia de dibujos sobre intérpretes vocales, que le impresionaron particularmente. Una selección abierta, internacional, diversificada, muestra cuánto él ama “las” músicas y las lleva a la expresión visual. Podríamos calificar la muestra, humorísticamente titulada “Cantantes con Ángel”, como una autobiografía… de cantantes e instrumentistas predilectos.

Nosotros, los espectadores, mirando los dibujos de Ángel Haché, oiremos o no, a sus vocalistas y músicos. Depende menos de él y su logro de asimilación (óptima salvo una excepción, la imagen de Edith Piaf) con sus “modelos”, que de preferencias nuestras. Aquí nos encontramos de frente con el o la cantante, lo reconocemos, lo vemos, lo percibimos actuando –¡si es de nuestros favoritos!–. Un verdadero “tableau vivant” o cuadro vivo. Vuelven los Beatles en sus grandes tiempos, resucita Bob Marley, guiña un ojo Charles Aznavour, atravesamos las edades de Celia Cruz, a ritmos de tango recordamos a Carlos Gardel… Cada uno de esos 23 retratos –algunos colectivos– proyecta la personalidad auténtica según Ángel… y brota el eco sonoro, de la memoria fonográfica y al álbum de CD hasta los escenarios y pantallas.

A pesar del realismo gráfico, tendencia dominante de sus dibujos aunque no exclusiva –el pop-art se asoma–, nunca son imágenes desalmadas.. Ángel Haché escoge a sus “vedettes” con una total autonomía, porque no desea constituir una antología formal. Tal vez se muestra menos sistemático que cuando elaboró su iconografía del cine, pese a que habrá una segunda parte, investigada con igual esmero. De manera personal, nos agrada que el artista haya iniciado esa serie, luego que por amistad hizo un retrato de Bob Marley para la portada de la revista Cariforum.

Las voces, los instrumentos, los timbres le emocionan, y los trazos quieren transmitir los sentimientos, el placer que le procura escucharlos, las composiciones (visuales) que ellos le inspiran. Ángel es en el fondo un post moderno, que para expresar lo moderno y contemporáneo, recurre, libremente, a los cánones de la academia y a sus preceptos neoclásicos. Posiblemente se parezca a varios de sus héroes y heroínas, que se emanciparon de los dictámenes de reglas musicales y armonías tradicionales… pero partieron de ellas para crear un estilo inconfundible.

Mencionamos la composición. Ángel Haché, subconscientemente tal vez, recuerda sus estudios de arquitectura. Cada dibujo es una construcción, y las formas se plantean firmemente en el espacio. Sin improvisar, conceptualiza y va diseñando… en su terreno de dos dimensiones, la hoja de papel Canson, un formato mediano que le conviene. El físico de los protagonistas, sus mímicas, sus gestos, sus ritmos definen la estructura global de la obra, más o menos compleja según lo decida el dibujante.. Juan Luis Guerra enmarca su perfil entre naipes en la pecera de la célebre bachata, mientras Elvis Priestley le sugiere el dibujo más kitsch del conjunto, o Barbara Streisand –una obra muy hermosa–, de la sombra a la luz, destaca su metamorfosis. Las variaciones no tienen fin, la armonía y la libertad espacial se imponen.

Esta colección es el más reciente compromiso de Ángel Haché, instrumentado por una técnica plural –lápiz, carboncillo, tinta, blanco y negro, color, aguadas, pastel–, donde predomina la línea y sobre papel. Nos nos sorprende que su trabajo corresponda a una rica definición del dibujo como categoría artística. Sus obras en los escenarios también nos han enseñado cómo siempre profundiza el género, el argumento y el montaje.

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