En la gracia del Presidente

En la gracia del Presidente

Subir, bajar y tropezar con el favor y desgracia del que manda expresan una lógica del poder que en nuestro país adquiere categoría demencial. Anselmo Paulino retrata esa realidad: el 1 de noviembre de 1943 se le designó Ministro de Interior y Policía, el 24 de enero de 1949 asume la condición de General. Aunque un resbalón lo envió en julio al Congreso Nacional como diputado, diciembre de 1951 marcaba su retorno por vía de un decreto que le reponía todos sus poderes hasta que 1954 marcó un destino final que lo llevaría a la cárcel y luego al exilio.
Cuando una sentencia de diciembre de 1954 condenaba a 30 días de prisión y 5,000 pesos de multa, la sociedad pasó del chisme a la confirmación de la llegada de horas terribles del hombre que había sido el preferido y ejercitante del viento favorable de Trujillo. Y como de costumbre, los agraciados de un gobernante no se preparan para los días de infortunio que, casi siempre, lanzan contra ellos todos los odios provocados por competidores con afán de recibir la bendición presidencial, pero al no disfrutarla, dinamitan el terreno de su integridad con dardos venenosos en capacidad de dañar tanto al preferido como su familia.
Es innegable que la jurisprudencia del poder marca una tendencia para asociar proximidad con ventajas de los colaboradores esenciales de un mandatario que sabe perfectamente los manejos de su círculo estrecho debido a la habilidosa maniobra de mantenerlos peleados entre sí. Divididos rinden una mejor labor a su amo. No obstante, el mayor beneficiario de la gracia hace las cosas que su jefe acepta y desdeña dar el frente. Y en ese ejercicio de no enfrentar al estimulador de todo el tinglado, se desarrolla una irresponsable tendencia de cargarle la culpa al “otro” sabiendo la mano que mueve los hilos del gobierno. ¡Piedras para el chiquito!
La imputación a un mandatario constituye el último e indeseado recurso acusatorio debido a la irrefutable tesis de no pelear con el jefe. Por eso, muchos beneficiarios de la gracia presidencial extienden la raya de su influencia para un ventajoso uso capaz de expresar las cuotas de compensación ante golpes e imputaciones recibidas que, en muchos casos, es el primer asalto de una confrontación que anhela quedarse en ese grado y no ir más allá.
Joaquín Balaguer lanzó al castigo y distanciamiento al emergente abogado que sus innegables talentos sirvieron para llevarlo hasta Ministerio de Educación, pero una pasión amorosa liquidó sus potencialidades cuando la sangre de su amada se derramó en un hotel capitalino. Antonio Guzmán supo borrar de su entorno al colaborador que la compra de pupitres lo disminuyó hasta la insignificancia y olvido. Jorge Blanco dejó deambulando entre España y Miami al zorruno turco que hizo de la ley PL-480 fuente de burla y escarnio a toda una administración de manos limpias. En el tramo de 1986, la salida del poder hizo añicos en la justicia a un truculento servidor capaz de modificar tierras de potencial turístico en botín de reforma agraria. El ascenso al poder de los “nuevos” cambió las horas y retórica ética del maestro que, desde el más allá, observa en el cementerio de La Vega meteóricos ascensos con la habilidad de hacer de un asiento en el senado instancia de impunidad.
Ahora, el rumor y ojo público otean en el panorama a los agraciados de turno. Lo mucho hasta Dios lo ve! De ahí, cuotas de importación validadas por ejercicios comerciales previos al poder que aumentan sospechas en la medida en que negocios de seguros asociados a familiares “consiguen” tantas pólizas gubernamentales. Adicionen la suerte para hacer crecer negocios privados que vuelan de inimaginable solvencia, y en capacidad de beneficiar con contratas, a vecinos de su edificio empresarial que hablan de manera entusiasta del futuro promisorio de un ilustre hijo de Barahona. Es evidente, no?

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