En la ruta de la carnicería electoral

En la ruta de la carnicería electoral

En una de sus arengas proselitistas, el presidente Medina en ruta hacia su reelección, proclamaba ante una asistencia compacta de uno de los partidos de carpeta aliados, que su triunfo sería arrollador y que nadie soñara con una segunda vuelta. Es casi seguro, que pese a los controles fiscales y de transparencia, el gasto presupuestario se dispararía con el uso de hábiles maniobras contables.
Y habría que darle la razón al presidente Medina de su triunfo arrollador por ser un hábil conocedor de la conducta humana y un experto armador de administraciones gubernamentales y abanderado de las investigaciones sociales.
Contar el presidente Medina con un triunfo asegurado el 15 de mayo es arriesgado pese a todos los indicadores en su favor, ya que la naturaleza humana es veleidosa. Una nebulosa social muy difusa se está configurando en torno al acuerdo entre el PLD y el PRD por la alegre comparsa que se convirtieron las proclamaciones de los candidatos a senadores del PLD, con la asistencia alegre y complacida de los dirigentes del PRD que se dan cuenta que sus fuerzas, de la potencia electoral que eran en el pasado, están muy disminuidas.
Asegurar desde ya un triunfo electoral es un buen ejercicio por la historia de las elecciones. En las elecciones de 1962 invencible doctor Viriato Fiallo, candidato de la Unión Cívica Nacional, se promocionó portando un látigo en cada mano para acabar con los corruptos y trujillistas.
Pero el profesor Juan Bosch del PRD se vendió como el artífice del borrón y cuenta nueva, atrayendo la inmensa masa trujillista que eran la mayoría de los dominicanos y así el PRD logró triunfar abrumadoramente en las elecciones del 20 de diciembre de 1962.
En junio de 1966, después de los hechos históricos de abril de 1965, las elecciones fueron compartidas entre el profesor Bosch, triunfante de la revolución abrileña, y el doctor Joaquín Balaguer, que se vendió como el líder de la revolución sin sangre. Este concitó el apoyo de una población que estaba angustiada por los hechos bélicos tan recientes de abril de 1965, para llevarlo a la presidencia de la República por un periodo de 12 años hasta mayo de 1978. El pueblo estaba hastiado por el gobierno torcer su rumbo por los actos de corrupción y los maltratos políticos que cometían las autoridades. Ese apoyo a la represión para el continuismo se quebró en ese año, dándole el paso al PRD con su candidato Antonio Guzmán.
Cansado de la incapacidad perredeísta, el pueblo volvió en 1986 a caer en manos de Joaquín Balaguer, que era una opción más segura que las de un PRD dividido y en disputa frente a los ojos del pueblo. Se le dio entrada al período balaguerista de los diez años, muy distinto a su primer período de represión e perturbado de mala manera por el malogrado líder del PRD, José Francisco Peña Gómez. Este nunca disfrutó del Palacio Nacional por ser mantenido alejado del poder por las triquiñuelas de las fuerzas poderosas que dominan la política dominicana. De ahí el peculiar resultado de las elecciones de 1996 con el primer triunfo de un pequeño partido marxista y boschista, aupado y fortalecido por la generosidad de la conveniencia política de Joaquín Balaguer.
En las elecciones del 2000, la novedad de un candidato campechano, asequible y repudiando a los peledeístas. Estos se conocían como los “comesolos” y el pueblo se lanzó en brazos del PRD para que en el 2004 desesperadamente sacudirse de la pesadilla blanca que hizo tambalear la economía y arrastró a la quiebra a tres importantes bancos comerciales y acumulación de un déficit fiscal cuyas consecuencias todavía la padece el país. En el 2004 se repudió la reelección de Hipólito Mejía y se retornó a los brazos de los avezados políticos peledeístas que habían aprendido la lección de ser honestos en el primer mandato. Ahora venían con más fe para dejar de lado su cacareada honestidad.
En las elecciones del 2008 y de 2012 no se votó en contra de nadie sino, que con tanto dinero disponible de fuentes oficiales, se pudo asegurar el triunfo peledeísta. El dinero corría a raudales y afianzados en apoyos comprados por una serie de partidos de carpeta vendidos al plan del PLD de dominio por largo tiempo.

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