En Pakistán, un líder tiene más enemigos y pocos amigos

En Pakistán, un líder tiene más enemigos y pocos amigos

WASHINGTON. Cualquiera que se tome el tiempo de ponderar el destino de los predecesores del Presidente Pervez Musharraf de Pakistán en las últimas tres décadas no encontraría los hechos muy tranquilizadores. Uno fue colgado, otro murió en un sospechoso accidente de aviación, y dos fueron derrocados y permanecen en el exilio.

Ahora, después de cuatro años de gobernar Pakistán con una astuta determinación, Musharraf se ha ganado una larga lista de enemigos, cualquiera de los cuales podría desearlo muerto. Incluyen generales a los que ha hecho a un lado, veintenas de partidos de oposición, una gama de pandillas del crimen organizado que se dedican a las armas y las drogas, las facciones religiosas obsesionadas con la jihad en el país y, por supuesto, India, con el cual Pakistán ha librado tres guerras.

Cuando dos atacantes suicidas chocaron sus vehículos contra la caravana de Musharraf el Día de Navidad, en el segundo intento infructuoso contra su vida en menos de dos semanas, las sospechas inmediatamente se enfocaron en Al Qaeda y sus aliados. Funcionarios estadounidenses compartieron la evaluación, aunque señalaron que en Pakistán muy poca información de espionaje es confiable.

«Nunca es fácil seguir la situación en Pakistán, porque la realidad se mantiene cambiante», dijo un funcionario del gobierno estadounidense con larga experiencia en estudiar la región. «Nunca se puede estar seguro sobre la confiabilidad de su información».

Un cambio violento en el poder en Pakistán es especialmente atemorizante para los formuladores de políticas estadounidenses y otros que temen que las armas nucleares del país pudieran caer en manos de quienes libran la guerra contra Occidente. Expertos a menudo declaran que Pakistán es uno de los lugares más peligrosos del mundo y también uno de los lugares más difíciles en los cuales determinar quiénes son amigos de Estados Unidos.

Musharraf, por ejemplo, es acusado por militantes islámicos en Pakistán de reprimir con demasiada rudeza a Al Qaeda, pero es sospechoso en Washington de hacerse de la vista gorda mientras Osama bin Laden vagabundea libremente a lo largo de la frontera entre Pakistán y Afganistán. Ambas percepciones están arraigadas en la realidad.

Funcionarios estadounidenses dicen que están impresionados de que en los últimos años, por ejemplo, el general haya gastado dinero en carreteras y otros beneficios en las montañosas áreas tribales de esa parte de Pakistán, buscando ganar el favor de los Pashtuns que siempre se han rebelado contra el gobierno central. Es ahí que Pakistán ha dicho que está decidido a ayudar a Estados Unidos a encontrar a Bin Laden. Pero ningún funcionario estadounidense está totalmente convencido de que Musharraf esté tratando tan duramente como podría.

«La imagen que recibimos en Washington es que hay muchas negociaciones en marcha», dijo un funcionario estadounidense. «Ciertamente no es un asunto de fuerza mayor».

Funcionarios del gobierno estadounidense dicen que toman en serio la promesa de Musharraf de no transmitir información o materiales de armas nucleares a otros países, especialmente Irán y Corea del Norte. La semana pasada, el subsecretario de Estado Richard L. Armitage dijo que el general había prometido no hacer esas transferencias «y yo le creo».

Estados Unidos está presionando a Pakistán para retornar a la democracia, pero sus llamados son moderados por el conocimiento de que las pocas eleccioens celebradas en los últimos años han mostrado la creciente fuerza de partidos religiosos que repudian la influencia estadounidense en su país. Los gobiernos locales elegidos de la provincia de Frontera Noroeste están entre los más militantes.

El día anterior a que sobreviviera a su más reciente intento de asesinato, Musharraf llegó a un acuerdo con varios partidos de oposición islamitas intransigentes para renunciar como jefe del ejército mientras siga siendo presidente de la nación. A cambio, los partidos acordaron cambios constitucionales que él había estado buscando los cuales darían solidez al poder de la presidencia y las fuerzas armadas en la vida política.

Todas las enemistades entre las facciones en Pakistán, y el desenfrenado tráfico de armas, drogas y productos de contrabando, han convencido a los formuladores de políticas estadounidenses a través de los años de poner su confianza en los militares. El país ha estado bajo su régimen durante la mayor parte del tiempo desde la independencia en 1947, y los militares son actualmente la fuerza más poderosa en la sociedad.

La fuerza directa, una vez más, explica sólo en parte el papel de la influencia militar. Los tentáculos del ejército se extienden a lo largo de la economía. El ejército o grupos aliados con él poseen muchas empresas, y muchos oficiales militares retirados pueden esperar fungir como directores de empresas privadas. Junto con la dureza y la intimidación, el ejército lleva disciplina, consistencia y sofisticación a muchas partes de la vida paquistaní.

Pero la historia también demuestra que el régimen militar siembra las semillas de su propia caída. El último general que gobernó Pakistán, Mohammed Zia ul Haq, murió en 1988 en la cúspide de su poder, en un accidente de aviación que nunca ha sido explicado. Su muerte dio paso a un ciclo de democracia, aunado con la inestabilidad y la corrupción, que culminó con el golpe de estado de Musharraf en 1999.

Si el pasado es una guía, Musharraf enfrenta la inestabilidad futura, con los estadounidenses esperando que pueda aferrarse al poder el suficiente tiempo para seguir protegiendo los intereses estadounidenses.

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