Engaño y realidad

Engaño y realidad

La fascinación de cayenas y pachulí, la sugestión del houngan, el boato de esa minoría impiadosa, provocaba el cruce. Las elites de los dos países, pactaban, omitían pendientes. La represión y el miedo, mantenían el orden. La fantasía de las coco mordan, el encanto del negocio ilícito, la complicidad y los amores turbios de la tiranía, a pesar del corte, marcaron momentos de encuentros y desencuentros, mientras la compra de braceros era costumbre y también el retorno, después de la zafra.
Los prejuicios estaban, afloraban, allá y aquí, entre la burla y la ignorancia. Dos hechos signaban el silencio o la embestida: la ocupación del 1822 y el corte del 1937. La terraza del Oloffson servía para compartir con aventureros y starlettes y negociar con glamour. Mítico espacio, testigo de un esplendor perdido, sus terrazas también servían para planificar un recorrido por las calles de Puerto Príncipe. De la seguridad se encargaba el omnipresente Papa Doc y luego Baby Doc. Fue atractivo para turistas, antes del Club Med, observar, desde la cobija ginger del estupendo hotel, la caravana que protegía la frivolidad y desmesura, de Michelle Bennet, cuando descendía de PetionVille.
La impronta de Jacques Viau sirvió, después de la guerra, para establecer espacios de discusión. Fue el tiempo de los Centros de Estudios del Caribe, de las investigaciones y publicaciones conjuntas. Los acuerdos y sucesivos incumplimientos, el reconocimiento de dos culturas.
Las potencias vigilaban su depredada heredad. Para mantener privilegios, sumaban representantes de la minoría mulata, más cerca de Francia, Canadá y EUA, que de Jacmel o Les Cayes. Poco importaba la solución de los problemas. El esfuerzo estaba en las proclamas no en la acción. Apostaron al éxodo como solución y comenzó el reclutamiento en el este de la isla. Apareció una legión de peones con aspiración de alfiles, prestos a distorsionar la realidad. El diseño del interminable romancero dominico haitiano, ese de mentiras y malinchismo. Representación criolla de nadie. Monólogo de la caridad, sin contertulios, que desmiente protagonistas. Allá dicen, aquí corrigen.
Pasó antes, pasa ahora. Cuando el embajador haitiano en el país, Daniel Supplice, declaró: “Nosotros somos los responsables de lo que sucede con nuestros compatriotas. Si no somos capaces de proveer identificación a nuestros ciudadanos, en nuestro propio país, no veo cómo podríamos haberlo hecho afuera…”, áulicos de organismos internacionales, intentaban interpretar lo dicho. Acomodarlo a los dictados supranacionales.
El coordinador residente del sistema de Naciones Unidas, en el país, afirma que la República Dominicana ha tenido“ un gesto de solidaridad colosal con Haití.” El gesto ha sido rechazado por senadores y diputados haitianos. El rechazo incluye la solicitud de destituir al presidente provisional, por aceptar la entrada de productos dominicanos en el territorio haitiano y permitir la presencia de soldados nacionales. La calamidad no importa. Tampoco la hambruna, menos la advertencia de la OMS. Es la trifulca permanente, sin recato. Aquí, el eco que atribuye al país la culpa de la desventura haitiana, refuta. Alega manipulación.
El sociólogo Auguste Smith, menciona la paranoia anti dominicana de los nacionalistas haitianos. En su artículo: “Serions-nousdevenuscomplexés par rapport à nos voisins dominicains? publicado el 18 de octubre en Le Nouvelliste, subraya el proverbial desdén de la elite haitiana por el destino de su gente. Atribuye la actitud a “nuestra mediocridad, debida a nuestra inestabilidad y esterilidad política”… Dice que: “la cólera contra la presencia de soldados dominicanos, en nuestro territorio, no es más que la máscara de una frustración nacional.” El texto, igual que otros artículos y editoriales, no es deformación criolla, tiene autoría haitiana. El ¿hasta cuándo? No tiene respuesta.
La Academia Dominicana de la Historia tradujo “La Isla de Haití” -1893- de Gentil Tippenhauer, publicado en alemán. Mezcla del Directorio de Deschamps y Cartas a Evelina. Compendio imprescindible para conocer la comunidad haitiana y reafirmar que la realidad no es prejuicio. La saga continuará. Conviene a muchos la cosecha de odios, el perenne desencuentro.

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