ENRIQUE PINA : UN ORGULLO DOMINICANO

ENRIQUE PINA : UN ORGULLO DOMINICANO

El arte del Bel Canto ha tomado una preeminencia inusitada en los últimos tiempos con el surgimiento de grandes voces jóvenes en todas partes del mundo, y con el impulso indudable de los megaconciertos de los “Tres Tenores” (Pavarotti, Domingo y Carreras), desde aquel mítico en las termas de Caracalla en 1990. Nuestro país aporta también maravillosos talentos en este renglón, gracias a un puñado de cantantes ejemplares que son un verdadero orgullo nacional. Uno de ellos brilla con fulgurante luz propia: me refiero al gran tenor lírico dominicano Enrique Pina.

Enrique Pina pertenece a ese selecto grupo de músicos dominicanos que, buscando abrirse camino por el mundo en el conocimiento profundo de los entresijos de su arte (Francisco Casanova, Estefani Ortega, Nathalie Peña Comas, entre otros), no han escatimado esfuerzos ni sacrificios durante largos años de paciente y concienzudo trabajo, luchando contra toda adversidad en un arte difícil y exigente que es una especie de sacerdocio, de vida monástica. Un arte lleno también de riesgos y peligros, pues como se sabe, cualquier “cosa”, cualquier eventualidad en el ambiente que para nosotros poco o nada significa–la humedad, los cambios bruscos de temperatura, el polvo o el polen de la foresta, o el hablar mucho, o tal vez el ingerir comidas y bebidas contraindicadas, así como la falta de descanso y el estrés-, para el cantante supone los más graves problemas, pudiendo incluso dar al traste con la más prometedora de las carreras.
Sin embargo, Enrique Pina ha sabido lidiar con todas las dificultades existentes, llevando una vida metódica dedicada al cultivo de su instrumento, al tiempo que se formaba en la mejor de las escuelas de canto posibles: “la gran escuela italiana”. Y no solo eso, sino que tuvo la inmensa dicha de ser sabiamente guiado durante varios años por una de las leyendas de la ópera del siglo XX: el grantenor italiano Franco Corelli, de quien nuestro tenor tomó in situ la esencia de su técnica, la rica y larga tradición vocal, que se remonta al maestro Manuel García, padre de la mítica mezzo soprano María Malibrán, y de cuyo tronco emergieron las importantes ramas pedagógicas canoras como la escuela de Arturo Mellochi (de la emisión con la laringe baja) y la impresionante e irrepetible vocalidad de un Giacomo Lauri Volpi.
Cuando escuchamos cantar a Enrique Pina en cualquiera de las piezas que conforman su variado repertorio (voz, dicho sea de paso, reminiscente de la del tenor boloñés Gianni Raimondi), nos percatamos no solo de su absoluta seguridad y maestría emisiva, de su excelente entonación y certera afinación, sino de algo tan difícil como lo es mantener la homogeneidad del color en toda la extensión de su rango vocal, percibiendo que su instrumento carece de fisuras. Es un todo continuo y sin mácula, cuyas notas del “passagio” (el pasaje o puente de la voz de las notas medias hacia las notas agudas y sobreagudas) están cubiertas a la perfecciónpor lo que los italianos con sabiduría denominan “suono aperto ma coperto” (sonido abierto pero cubierto), siendo este tramo sonoro uno de los más difíciles de dominar por cualquier cantante lírico, muy en particular el tenor (la voz más difícil de producir según Carreras). Digo esto porque ha habido famosos cantantes que nunca lo aprendieron a hacer (Thill, Di Stefano, Valleti), pero en Pina parece algo natural y como sin esfuerzo, como si se tratara de una segunda naturaleza, remontándose con aparente facilidad a unas notas agudas rotundas, brillantes de color y sonoridad, que entusiasman sobremanera al público.
Si a ello le añadimos su clarísima dicción y articulación, que deja entender perfectamente el texto que canta, Pina tiene una de las cualidades artísticas más notables de cualquier cantor, a saber, la de apianar la voz, la de alcanzar un sonido rotundo o voz plena, y mediante la regulación minuciosa del apoyo de la columna de aire, convertir ese sonido en un tenue hilo de voz perfectamente audible, una proeza técnica tan difícil que solo su maestro, Franco Corelli, y un puñado de colegas más, eran capaces de hacer.
Y tanto es así que en un importante libro publicado recientemente por la Bel Canto Society de New York, a cargo del erudito musicólogo Stefan Zucker, bajo el título de “Franco Corelli and revolution in singing: fifty-four tenor spanning 200 years”, el arte y la técnica del tenor dominicano son discutidos en profundidad en un largo diálogo de un capítulo completo.
Pero Enrique Pina no solo es un cantante de muy buena y educada voz, es también un artista de veras comprometido con su interpretación y que con su actividad puede educar a su público, que vive su personaje, un artista que sabe imprimirle sustancia a los caracteres que recrea en el escenario moldeando una actuación de mucha convicción comunicativa, lo que redimensiona y hace que su canto sea una expresión trascendente.
De todo eso pude percatarme personalmente en su magnífico concierto que brindó en el Banco Central de la República Dominicana junto a la exquisita flautista Evelyn Peña Comas, con el notable acompañamiento al piano de Omar Ubrí, en donde el gran tenor dominicano no solo hizo gala de todo su bagaje artístico sino de su proverbial condición de ser una persona de gran calidez humana, sincera humildad y total entrega profesional a su público, un modelo a emular por otros artistas de su área y por la juventud de nuestro país, que tanto necesita de ejemplos dignos a seguir para un futuro más promisorio.

Enhorabuena Enrique!

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