Entre la ambición prepotente y el miedo

Entre la ambición prepotente y el miedo

Al desdoblar su servilleta un día de 1639, el rey Felipe IV de España se topó con un Memorial que entre otras muchas denuncias y quejas le decía: «A cien reyes juntos nunca ha tributado España las sumas que a vuestro reinado y el pueblo doliente llega a recelar, no les echen gabelas sobre el respirar» …»Contra la que vemos, quieran proponernos, que son paraíso los mismos infiernos las plumas compradas, a Dios jurarán, que el palo es regalo y las piedras, pan».[tend]

Se trataba del estremecedor panorama económico de la España del siglo XVII, que vino después de los Reyes Católicos, cuando Carlos I de España y V de Alemania, gobernaba un imperio en el cual no se ponía el sol, pero en el cual las descomunales riquezas, el oro y la plata a toneladas que llegaban desde el continente americano, no tocaban ni remotamente al pueblo hispano por la abusiva utilización que llevaban a cabo los omnipotentes consejeros de Estado, más bien manipuladores, como Monsieur de Chiévres o Gaspar de Guzmán, Conde-duque de Olivares.

Encima de eso, una brutal carga de impuestos.

Aquí andamos en lo mismo. La riqueza nacional es para el dispendio desorbitado de los absurdos caprichos gubernamentales. El costo de la vida asciende invariablemente cada día, los salarios, al perder nuestra moneda la mitad de su valor a fuerza de disparates e insensateces, no alcanzan para cubrir las necesidades esenciales del vivir modesto. La angustia y la depresión se expanden como un derrame de petróleo en el mar, acabando con la vida, matando su oleaje natural.

Por supuesto que no se trata de la primera gran crisis que padece el país, pero me luce que es la peor, porque no hay un razonamiento, una dirección y una intención, aunque sea malvada, como en tiempos de Buenaventura Báez, de Lilís o de Trujillo. En medio de este desastre de gobierno, con los hospitales desabastecidos hasta el punto de que pacientes mueren debido a la imposibilidad de actuar que tienen los médicos, sea de la Unidad de Quemados Pearl F. Ort (la única del país) o del hospital infantil Robert Reid Cabral, donde dos niños murieron afectados de difteria, una enfermedad evitable por vacuna, o de cualquier centro de salud estatal, se destinan millones a la compra de 20 aeronaves, incluyendo helicópteros y se otorga todavía más dinero del mucho que reciben las Fuerzas Armadas, cuando nuestra única guerra, terrible, espeluznante, es la miseria que muerde ferozmente a la población.

Y todo es obscuridad y pesar.

El presidente Mejía destroza su país y, por supuesto, a su partido, roto en pedazos como nunca, aplastado por el desconcierto. ¿Qué hacer? ¿Adónde pretende llegar un gobernante rechazado masivamente pero empeñado en no dejar lo que él llegó a llamar «un empleíto», cueste lo que cueste?

La Unidad de Inteligencia de «The Economist» sugiere al Fondo Monetario Internacional que no entregue más dinero al gobierno de Mejía, porque lo va a usar para lograr su repostulación. «Será desperdiciado en la campaña electoral del próximo año», agrega limpiamente la prestigiosa publicación financiera.

Se trata de ganar «a papeletazo limpio», comprando votos y opiniones favorables con moneda indexada, para que sea convincente, porque ya cien pesos «no es dinero» –eso sí lo sabe Mejía- y hay que dolarizar la desvergüenza.

En cuanto a sus «compañeros» de partido que han estado muy cerca de él por bastante tiempo, como nada menos que la vicepresidenta Ortiz Bosch, y Rafael Suberví y el mesurado Enmanuel Esquea ¿cómo no tuvieron la percepción de Hatuey de Camps, desconfiando -con base- del señor Mejía?

Yo, como mucha gente apartidista, me pregunto: ¿Es que Mejía los embaucó, los hizo creer que era diferente? ¿Un confiable hombre de palabra?

¿Sería eso, o sería que el poder lo cambió borró al sencillo campesino de Gurabo para darle paso al monstruo de la prepotente, ambición…o del miedo?

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