¿Es la historia, literatura?

¿Es la historia, literatura?

A Frank Moya Pons
Ante la pregunta de si la historia es un género literario, como la oratoria, la didáctica y el periodismo, conviene decir que, en sentido amplio, diríamos que sí; en sentido estricto, pues no. Por lo primero, y atendiendo a la definición que dio Jean Paul Sartre en su clásico libro ¿Qué es la literatura?, todo lo que está escrito y se lee es literatura, es decir, letra. De ahí que es literatura, desde una nota de compra hasta un aviso, en sentido lato, no así en sentido estricto, pues para que se produzca el fenómeno literario tiene una estructura verbal que estar poseída, caracterizada y matizada por la ficción, como piedra angular del arte literario.
La historia, como hecho del lenguaje y de la lengua, se nutre del pasado y de la memoria, y su artífice, el historiador, deviene intérprete de los acontecimientos. Si bien hay literatura histórica, no menos cierto es que existe la historia literaria como disciplina de la literatura. Si la historia es la memoria del pasado, el periodismo es la historia del presente, suele decirse. Lo cierto es que la literatura y la historia tienen vínculos que constituyen un problema metodológico. Para los historiadores clásicos, la historia no es literatura; en cambio, para los historiadores modernos, sí lo es, verbi gracia, Roger Chartier. Ahora bien, ¿qué tipo de literatura es la historia? ¿En qué sentido la ficción literaria es historia? ¿Puede hacerse ficción de los hechos históricos? ¿Dónde cabría la novela histórica o la ficción novelada? ¿Dónde radican el estatuto científico y el estatuto literario de la historia? Ante estas interrogantes, Chartier afirma: “Mi posición es que la historia es escritura y es conocimiento…” La literatura es objeto de interpretación histórica, y en tanto la historia es letra, y se escribe en prosa, se colige que ambas viven en habitaciones contiguas. Aristóteles, que fue filósofo y no historiador, tenía un concepto más verídico de la poesía ante la historia; no así Herodoto, el padre tutelar de la historia en el mundo clásico griego. ¿Qué diferencias existen entre las estructuras narrativas que emplean los novelistas y cuentistas y las que usan los historiadores, aun cuando estos hagan uso de mapas, gráficos y estadísticas? ¿No son dables para el historiador el uso de las metáforas y la ironía como figuras retóricas? Si la tradición literaria se nutrió de la oralidad, es decir, de mitos, leyendas y fábulas, no menos cierto es que la historia escrita también se alimenta de lo oral, o sea, de anécdotas y diálogos. Si el objeto de estudio de la historia es el pasado, o sea, algo que ya no es, que sucedió en el tiempo, por lo tanto es un hecho abstracto, intangible, cuya veracidad reside en la transmisión, a través de la escritura, plasmada por los historiadores. De ahí que la diferencia, en la historia,descansa en la veracidad de los hechos yen la literatura, en la verosimilitud, como ley de la narración, es decir, que el hecho relatado sea creíble. ¿Hasta qué punto podemos extender la ligación entre la historia y la literatura? Si todo lo que está escrito se presta a interpretación y, más aún, si la historia siempre es contada o narrada, ¿por qué ha de haber diferencia con la literatura? Si la historia es la narración de un hecho pasado que ya no existe, ¿por qué no puede ser ficción? Así pues, todo discurso histórico es escritura, la literatura de una representación del pasado temporal. En efecto, en la literatura, el pasado es presente: está presentificado como imagen. Lo cierto es pues que la historia, si es una ciencia social, no es una ciencia dura, como las ciencias naturales. Hay una diferencia entre los tratadistas de la historia, que escribían -y escriben- densos tratados científicos con los historiadores-escritores, cuya prosa y gracia de estilo lo convierten en escritores de la historia. A esta escuela pertenecen, por derecho propio, Roger Chartier, Ernst Renan, Jules Michelet, E. H. Gombrich, Michel de Certeau, Jacques Le Goff, Fernand Braudel y la escuela de los Anales, Charles Duby, etc. Son pues teóricos o filósofos de la historia, que han hecho de esta disciplina humanística una metahistoria, y que han escrito una historia cultural de la sociedad humana. A esta aventajada estirpe pertenecen los historiadores franceses y británicos.
Toda narración histórica de los hechos está permeada por una retórica y un estilo literarios. La diferencia entre un historiador y otro, y entre un científico de la historia y un escritor de la historia, descansa en la vocación de estilo, en la capacidad retórica. Otro rasgo común entre la literatura y la historia es que ambas producen conocimientos. Los historiadores entre sí no se diferencian en la búsqueda de la verdad histórica, sino en su modo de escritura, en su manera de contar los hechos; también, en su concepción y filosofía de la historia. Si la historia produce conocimiento científico, la literatura engendra conocimiento estético, pues hay un saber histórico y un saber estético. En el tratado histórico no hay placer, en cambio, en el ensayo histórico personal, si hay vocación de placer, reside en la prosa y la frase estilística.
Durante muchos años, la historia se desentendió de su dimensión estética o literaria, a expensa del rigor científico. Acaso por su búsqueda de la verdad de los hechos, pues normaba la moral de la historia, vinculada a la vida. En Hegel, como gran filósofo de la historia, esta deviene tratado moral o filosofía moral del pasado. De modo que la escritura de la historia, a partir del predominio del estilo literario, es un rasgo de la modernidad y de los historiadores poshegelianos. La entronización de la ciencia en la historia contribuyó a separar la narración literaria, los mitos y las fábulas, de la disciplina histórica. Con el advenimiento de la escuela francesa de los Anales, liderada por Braudel, surge una concepción moderna de la historiografía como historia no solo social de los hechos, sino como historia general de la cultura y la civilización. Esta visión de la historia tiene vocación de totalidad, la cual le da dimensión global a la microhistoria y la sitúa en los anales de la macrohistoria, de un saber histórico enciclopédico, ecuménico y humanístico. La historia cultural de Marc Bloch o Lucien Febvre, fundada en 1929, que tuvo una filiación con la escuela de los Anales, fundaron una manera de hacer historia con énfasis en el hombre, con sus hechos sociales, económicos y militares, en una especie de historia de las mentalidades.
Entre los novelistas históricos y los historiadores hay una relación con el pasado y una visión de la memoria de naturaleza afectiva y representacional que, en ocasiones, se confunden. Mientras que el novelista transforma la memoria en imagen del pasado, el historiador convierte el pasado en materia prima, en su desciframiento de la verdad social. Aquel relata y este interpreta. El primero fantasea y fabula; el segundo descubre y revela. Historia de las ideas políticas o historia social del arte -o “la historia como hazaña de la libertad”, como la concibió Croce-, lo cierto es que la historia ha de tener vocación estilística para ser un género literario.

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