Esa casa desaparecida llamada Argentina

Esa casa desaparecida llamada  Argentina

“Contar la historia con una apacible energía” David Metz.
Que nos sucedió? ¿Por qué una sociedad de joven democracia se fue convirtiendo en esta variación de la infamia? Es una pregunta difícil, incluso para la sociología. Se trata de un verdadero enigma argentino. Arriesgo el principio de una explicación: quisimos pasarnos de listos, consagramos la transgresión a las reglas. Y bajo esa coartada diletante y oportunista, fuimos poco a poco violando las leyes, desdeñando las normas, dudando de los hechos y las cifras, debilitando las instituciones, institucionalizando la excepción, dinamitando lo correcto, desafiando la lógica, perdonando el delirio y la falta de escrúpulos, y naturalizando la desmesura y la aberración”
Jorge Fernández Díaz, periódico La Nación. Argentina. Viernes 22 de enero 2016.
Cementerio indígena, Patagonia, 1879.
Desde hace días sigo en la prensa argentina la aprobación de la ley sobre el aborto en la Cámara de Senadores. Votaron por el no. Los jóvenes que acudieron a la Plaza de Mayo se quedaron perplejos. Pero esa Cámara de Senadores tiene a Carlos Menen, a Cristina Fernández de Kichnner y a Alberto Rodriguez Saa como senadores para ponerlos a resguardo de la Justicia.
Recordé una historia de vida que escribí el miércoles 27 de octubre de 2010.
Cuando ese día cerré la computadora y leí en Internet las circunstancias de la muerte de Néstor Kichnner, con melancolía pensé en “nuestra generación abyecta”.
Pensé que había elegido su muerte de la misma manera que el dirigente montonero Rodolfo Galimberti, pensé en esa necrofilia que caracteriza a los argentinos, esas mascaradas del luto, tan altisonantes, tan fascistas, tan mussolinianas, ese empujón eterno, el degüello, la muerte violenta, la profanación del cuerpo mutilado.
En Argentina no importa el tiempo en que transcurran los hechos o te cortan la cabeza como a los unitarios o federales, o te castran como en “El matadero” y nos convertimos en el mejor ejemplo del cuento latinoamericano, o te matan entre dos hermanos y te tiran a los pajonales como en el cuento “La intrusa” de Jorge Luis Borges, o te cortan las manos como a Perón, o profanan y secuestran el cadáver de Evita y la pasean por Buenos Aires de pie “ como a los machos” y un misógino coronel argentino la orina para humillarla o entregan a Damasita Boedo al general Lavalle para que la viole a cambio de sus hermanos y padre, o te dan una inyección de pentotal después de haber dado a luz, dan tu hijo en adopción al que la torturó y después te tiran desde un avión en el Río de la Plata o en la bahía San Borombon para que desaparezcas y no dejes rastros.
Recordé las seis o siete historias de vida escritas pensando en el matrimonio de los Fernández-Kirchner, lo que Osvaldo Bayer contó del abuelo, el suizo Karl Kirchner, rememoré aquel libro y la película de 1974 que le valió el exilio, pensé en la Patagonia trágica.
Osvaldo Bayer
Pensé en el estudiante de abogacía en La Plata, negociando con los dólares que le mandan los padres para la pensión, lo pensé pactando con los generales del Proceso en Río Gallegos en 1977…
Pensé en esos laberintos ancestrales que muchas veces iluminan para siempre la vida, me admiré de cómo esos laberintos se unen y explican a través del tiempo.
Me asombre de que a veces la gente, la historia, el pasado, la vida se enlaza de tal manera que eso que nos pasó reaparece en toda su magnitud y dolor pero que llega de tal manera que te cura, te pule las aristas de las cicatrices y pone aceite de oliva en esa antigua herida, te quita el dolor de la remembranza porque el paso del tiempo te permite comprender.
Pensé que la muerte de Néstor Kirchner era el broche final para mis historias de vida, como ese epílogo, el cierre de esa larga historia de vida que estoy contando de la generación de 1970, en Argentina, desde hace por lo menos diez años.
En mi mesa de trabajo hay muchos libros sobre el sur patagónico, la campaña del desierto, el mundo de las cautivas, las parcialidades indias, las consecuencias de esos mestizos nacidos en las tolderías, su omisión, la desaparición y el silenciamiento, los alcances y significados de una sociedad que desaparece a sus vencidos. No existen, no se habla, son N.N.
Para ser la Argentina Potencia, la del nuevo rumbo moderno había que clausurar el genocidio de los vencidos y vencidas…No importa si eran los vencidos de la guerra del desierto en 1879 o los de 1976.
General Julio Argentino Roca y el general Villegas. Campaña del desierto, 1879. Argentina.
Lo que más me entristeció en estos días fue un correo que me envió Pedro Ramón López con una reflexión de Camilo Venegas.
Dice así: “Aunque siempre me la paso obsesionado con el futuro de Cuba, nunca paso por alto todo cuanto sucede al sur del Sur. Nunca le he encontrado explicación al destino argentino. ¿Cómo es posible que la patria de tanta gente lúcida y de tantas criaturas brillantes tenga que vivir ese insoportable día a día que es su presente. Hoy, cuando supe de la muerte de Néstor Kirchner, me hice la misma pregunta. En lugar de tratar de responderla, busqué en mi iTunes una de las inspiraciones más rotundas de Fito Páez, esa donde le canta a un lugar impreciso e indescifrable, a una casa desaparecida con nombre de país: Argentina”.
Con mucha tristeza, me di cuenta leyendo al Fogonero que escribo sin pausa desde hace mucho tiempo de un “un lugar impreciso e indescifrable”, escribo con dolor y con pena “de una casa desaparecida con nombre de país: Argentina”.
Si el 24 de septiembre del 2010, mi amigo de la niñez me escribió que ya no estaba “ni el zanjón ni el baldío del fulbito frente a mi casa de Tuyuti 1083”, el 10 de octubre del 2010, nos reencontramos después de cincuenta años.
Mi amigo de la infancia aprovechó un viaje de horticultores a Quito y se tomó un avión a Santo Domingo para venir a ver a su amiguita de los cinco años.
Nos abrazamos, besamos y lloramos largamente. Durante cuatro días, recorrimos la memoria de nuestra infancia y adolescencia, nos contamos lo indecible, paseamos por la ciudad, me pidió que considerara la posibilidad de regresar a Buenos Aires.
Me contó las cosas que las tías habían ocultado, lo que no se hablaba de mí.
En realidad yo era para mi familia “la desaparecida” no se hablaba de mí ni una palabra, era “la innombrable” no por cuestiones políticas o de militancia sino porque mi pecado era la traición de la independencia.
Ahora que Kirchner murió en su ley, yo repienso la infancia de mi amigo, la mía propia, la de nuestra generación, la de nuestros padres y abuelos.
Lo llamativo en esos momentos con su muerte y el velorio es la enorme hipocresía de los que hasta el día anterior eran sus enemigos.
Todos saben que parte de la tragedia argentina es que:
(…) “Néstor Kirchner, el “Montonero Revolucionario” se hizo millonario con la dictadura militar, beneficiario directo de las políticas económicas de Alfredo Martínez de Hoz durante la dictadura, como así también de las políticas de Menem y Cavallo en la década de 1990. Néstor Carlos Kirchner se refugió en su provincia cuando el espectro de la dictadura recién asomaba. Tras completar sus estudios universitarios en La Plata, retornó a Río Gallegos en 1976 y se consagró a su trabajo de abogado en su propio estudio jurídico”.
(…)La actividad de Néstor Kirchner tenía algún antecedente familiar. En “Los vengadores de la Patagonia Trágica”, Osvaldo Bayer narra que alrededor de 1920, cuando los obreros de la Patagonia realizaron boicots contra los propietarios y comerciantes que hostigaban a los trabajadores, el nombre de Kirchner, el abuelo de Néstor, era conocido en la Patagonia por su condición de usurero y delator.
Al día siguiente de su muerte el presidente Leonel Fernández envió sus condolencias y dijo que había sido ejemplar.
Sí. Es un ejemplo de vida. Es un ejemplo de lo que puede pasar con generaciones de tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, padres e hijos deshonestos, prepotentes, mentirosos y corruptos que ignoran que la historia vuelve a repetirse no como cíclica repetición agónica sino como eso que decía Carl Gustav Jung sobre que las cosas ocultas o escondidas en el inconsciente colectivo afloran, vuelven a la consciencia y se expresan como destino.
Un destino que es responsabilidad nuestra, la de las generaciones presentes para limpiar el pasado, llamar a las cosas y a las personas por su nombre, establecer castigos y justicia. Y sobre todo aprender a construir un presente y un futuro trasparente y honrado para nuestros hijos y nietos.
Santo Domingo, domingo 14 de agosto 2018.

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