Esa generación

Esa generación

El sonido de algún acordeón lejano, distraía secretarios, jueces, fiscales y hasta la fiereza gris del comandante, sonreía. Obligado el tarareo de villancicos, con apostasías propias del júbilo criollo. La jornada de trabajo era distinta. La mañana, con ese azul limpio de temporada, confundía brisa y rocío. La posibilidad de frío, sacaba de las gavetas atuendos, con olor a naftalina. El jengibre estaba por doquier y esa fantasía de armonía y abrazos modificaba actitud. Noviembre se despedía, con el agravio de Hacienda María y el amén de mariposas. Con el carrusel nefasto que llevó al escarpado patíbulo a tantos jóvenes, que un día como hoy, del año 1963, iniciaron el trayecto fatal. Pero también auguraba el momento más esperado del año. Ese final y principio, recuento obligado de hechos y omisiones, balance de deudas y acreencias afectivas, promesa de cambios que nunca ocurren, de excusas que nunca llegan.
Francia Concepción Martínez-Conchita- paseaba por los despachos judiciales de entonces, una carga de nostalgias. A pesar de su desenfado y talante positivo, la magistrada esbelta y conversadora, escurridiza y pugnaz, no podía ver las lucecitas de navidad, sin recordar a los idos. La confusión de guirnaldas y pesebres, de nieve imposible y abedules plásticos, convocaba la pena, acarreaba el recuerdo de aquellos compañeros de sueños que marcharon sin despedida. Imposible imaginar campaneo y regalos, ponche y pasteles, sin evocar el recorrido de dolor entre neblina, el reguero de cadáveres profanados. Ese ascenso a las lomas, ese registrar rincones, hurgar entre matorros para encontrar despojos, para comprobar el trabajo realizado por la guadaña fúnebre y cobarde que repartió sangre sin clemencia. Tiñó de rojo, el suelo del norte, del sur, del este y el oeste. Abatió rebeldes en El Limón, La Berrenda, La Horma, Enriquillo, Miches. Y en Manaclas, fusiló al líder del levantamiento y a sus 14 compañeros. De nada sirvió la bandera blanca, la asunción de responsabilidad, las leyes y convenciones. De nada. La sentencia de exterminio fue inapelable.
Y ella lo decía. Era portavoz de la pena, acallada durante diez meses, rediviva en noviembre y diciembre. Época de suspender interrogatorios para recibir la visita de camaradas. Sin mencionar el acontecimiento, la impronta de tristeza atravesaba la conversación, evitaba nombres, aunque la mirada llevaba la identidad de los caídos. Ritual reverente y conmovedor, sin fanfarria. Ceremonia de vencidos, conscientes de la osadía y de la oportunidad frustrada, del nunca más de la ilusión.
El recuerdo de aquella generación inmolada, engañada, no podía conjurarse con la algarabía de fin de año. La época que presume treguas y afectos, farras, encuentros, ternuras, risas y excesos entrelazaba sentimientos. 53 años después, volverá la melancolía a congregar esa muchachada que exhibe canas, achaques, arrugas. Generación que relata errores y claudicaciones, como las letanías repetidas, por algunos, en las ceremonias religiosas que convocan. Muchachada que ha visto sucumbir paradigmas, ha sustituido santos y altares. Ha tenido que esconder banderas para, con repulsión y silencio, aceptar las normas que permiten subsistir sin perderlo todo.
Quizás no proceda preguntar qué hubiera sido sí… Cada uno sabe más de lo que dice aunque, a veces, no digan la verdad. Queda, para la generación que combatió adolescente la tiranía y continuó luchando después, el rumor de pena y agobio que asoma imprudente. El anhelo trunco convertido en resabio, la reiteración de equívocos y la soberbia. Generación emblemática con un aporte de cruces y sacrificio, estremecedor. También con sobrevivientes mutantes, cansados de aspirar estrellas, incapaces de percibir que fenecen sin legado. Después de repartir laureles inmerecidos, la confusión es vasta. De nuevo, la mención de meses y la nostalgia. Efeméride y aflicción. Sin temer banalidad, procede reconocer que ahora se trata de recuerdos. Como escribe Juan Luis Cebrián en La Agonía del Dragón: “la historia de los pueblos se escribe más a base de emociones que de hechos y el recuerdo personal que tengamos de nuestro pasado es más importante que el pasado mismo.”

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