Escribir para vivir, escribir para pensar

Escribir para vivir, escribir para pensar

Desde hace siglos la vida intelectual ha sido caracterizada como aquel tipo de vida en el que toda la actividad de la persona está conducida por el amor a la sabiduría, por el amor sapientiae renacentista, por la búsqueda de la verdad. Lo que más nos atrae a los seres humanos es aprender: “Todos los hombres por naturaleza anhelan saber”, escribía Aristóteles en el arranque de su Metafísica. Como el aprender es actuación de la más íntima espontaneidad y al mismo tiempo apertura a la realidad exterior y a los demás, la vida de quienes tienen esa aspiración a progresar en la comprensión de sí mismos y de la realidad, resulta de ordinario mucho más gozosa y rica. No hay crecimiento sin reflexión, y en la vida de muchas personas no hay reflexión si no se tropieza con fracasos, conflictos inesperados o contradicciones personales… Jaime Nubiola
Escribo estas reflexiones en soledad, como es la tarea de escribir, una labor solitaria. Detrás de la ventana, la lluvia se hacía presente, y sin saberlo, me hizo compañía. Me disponía a escribir un Encuentro con el que iniciaría una serie sobre uno de mis historiadores favoritos. Pero al mirar por la ventana, y ver al cielo llorar, recordé un viejo poema juvenil mío que titulé: ¿LLueve o llora el cielo? Inspirada en esa osadía de mis años mozos, decidí cambiar de tema. Y me pregunté entonces ¿Escribes para vivir? ¿Escribes para aprender? ¿Escribes para obligarte a leer?¿Cuál es la razón por la que amas sentarte horas muertas frente a una computadora, frente a unos libros o frente a tu IPad?
Hace varios años, mi amiga Leonor Elmúdesi me regaló un hermoso e interesante libro. Cuando lo recibí, lo devoré y mientras lo leía, lo amé profundamente, tanto, que me marcó la vida para siempre. Se trata del ensayo “Escribir es vivir” de José Luis Sampedro, un pequeño libro autobiográfico, fruto de una serie de conferencias impartidas en la Universidad Menéndez y Pelayo en el año 2003. Su esposa Olga Lucas transcribió las conferencias que publicó luego en un libro. Fue casi su testamento intelectual, pues murió en el año 2013. Dice la prensa española que inició su serie de cátedras magistrales con una frase más que paradigmática: “No he venido aquí a hacer retórica, ni literatura… He venido aquí a VIVIR, a vivir cuando se me está acabando la vida y, por tanto, a disfrutarla más”. El periodista Antón Castro escribió un comentario sobre el libro de Sampedro en el que afirmaba que el escritor afirmaba siempre que los “libros le habían permitido crear y vivir otras vidas. Los libreros viven una extraña y hermosa forma de vida. Son una factoría de cultura y modernidad; encarnan una apuesta por ese laberinto de conocimiento, emoción y viaje…”
Hurgando por doquier, localicé un interesante ensayo del profesor de filosofía de la Universidad de Navarra, localicé un hermoso ensayo titulado “La vida intelectual: pensar, leer y escribir”. Iniciaba su escrito con una cita del filósofo F. Schlegel, sobre la filosofía (1799) que decía: “Vivir es escribir”. Después afirma que el pensar era, es y será siempre la verdadera aventura. La espontaneidad, asegura, es el punto de partida de la vida intelectual, del arte de pensar, pues implica “búsqueda, esfuerzo por vivir, por pensar y expresarse con autenticidad…La fuente de la originalidad es siempre la autenticidad del propio vivir. Transferir la responsabilidad del vivir y el pensar a otros, sean los medios de comunicación social que difunden pautas de vida estereotipadas, puede resultar cómodo, pero es del todo opuesto al estilo propio de quien quiere dedicarse a una vida intelectual… El cultivo de un pensar apasionante alcanza su mejor expresión en la escritura”.
He amado escribir desde niña. Escribía secretamente en un cuaderno pequeño. Con mi letra infantil, plasmaba mis más íntimos secretos. Con el tiempo, y con las demandas de mi vida estudiantil, me esmeraba en escribir mis ensayos. Los que más me gustaban eran los de historia o cualquier asignatura de ciencias sociales. La universidad fue lo máximo. Como estudiaba lo que amaba, plasmaba en mis trabajos toda mi pasión y mis ansias.
El mayor regalo que he recibido en la vida ha sido la oportunidad de escribir durante mi vida profesional. Aprendí el oficio de historiar bajo el manto temeroso de mi amado y temido profesor Ruggiero Romano. Durante estos treinta y un años de ejercicio como historiadora, he escrito mucho. Soy la mayor de mis críticas. Después que leo lo que escribo, una vez publicado, me mortifico pensando que debí escribir de esta manera o enfocar el problema de otra forma. Lo mejor de todo es que escribiendo, leyendo y sistematizando, crecemos y aprendemos. Me reconozco como una eterna aprendiz de la vida. Que mis libros son el reflejo de la Mu-Kien del momento, porque nuevas lecturas, nuevos aprendizajes posiblemente te aportarán perspectivas distintas a las que una vez defendiste y escribiste.
La vida me ha regalado también la oportunidad de escribir artículos periodísticos. Estos Encuentros han sido lo máximo porque he podido vivir la plena libertad a través de mis palabras. Escribo sobre el ser, la lluvia, las lágrimas, la alegría, los libros, los autores… En fin, me he convertido en mejor persona a través de estos años, y de estos pequeños ensayos que plasmo en unas mil palabras.
Escribo porque vivo a través de la palabra. Escribo porque aligero el peso de mi alma. Poder decir lo que siento es una necesidad existencial. Escribo porque mis dedos inquietos no se aquietan nunca. Ellos se mueven al compás de mis ideas, a veces me pregunto cómo se produce el milagro maravilloso de ver plasmados pensamientos de forma tan expedita a través de mis manos, que viven al ritmo de mis pensamientos, mis ideas y mis sentimientos. Escribo porque me gusta aprender. Escribo porque es la mejor forma de obligarme a leer. Escribo porque si no lo hago mi mente, mi corazón y mi alma se destrozarían en mil pedazos. Escribo para vivir. Escribo para no sucumbir agobiada por las dificultades cotidianas. Escribo porque no soy, no puedo existir sin las palabras.

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