Escritores también sufrimos con editores

Escritores también sufrimos con editores

He narrado situaciones jocosas o deprimentes que vivimos los que dedicamos tiempo y recursos al poco lucrativo negocio de publicar libros, pero nunca escribí sobre la relación con mis editores.

Con Nelson Soto, presidente de la Impresora Soto Castillo, mantengo buenas relaciones desde que editó mi primera novela Dos machazos mujeriegos, en la década del setenta.

El eficiente y laborioso empresario es hombre afable, y a diferencia de algunos dedicados al mismo quehacer, posee escasa vocación mercurial.

Pero como las virtudes se convierten en defectos cuando se practican de manera exagerada, la laboriosidad de mi editor es tal, que creo desearía que el día tuviera veintiocho horas, para dedicar catorce de ellas al trabajo.

Mi apreciación se fundamenta en la enorme dificultad que he padecido durante décadas, cuando intento comunicarme por la vía telefónica con el exitoso trabajólico.

Arelis, su leal secretaria, agota con frecuencia su colección de argumentos justificatorios para explicar el escaso uso que le da su patrón al utilísimo artefacto.

Afirma que el exceso de trabajo al que voluntariamente se somete su jefe, le impide sacar tiempo para conversar telefónicamente con su esposa e hijos.

Pido a Dios que el corazón del esforzado impresor no se detenga debido al exceso de labor al que lo condena su portador, para que sus clientes sigamos siendo beneficiarios de sus compensatorias virtudes. El editor del segundo volumen de mi libro de relatos humorísticos Mujeriegos, Chiviricas y Pariguayos, Orlando Inoa, trabaja fundamentalmente para obtener recursos con el fin de disfrutar los placeres de la vida.

Sus ingresos serían mayores si dedicara más horas al trabajo, pero prefiere “sacrificarse” para leer tranquilamente en su casa, escribir sus obras sobre Historia, degustar una copa de vino, y participar en actos culturales.

Como hombre soltero, seguramente sostiene relaciones románticas con representantes del bello sexo, y tendrá su Juanita Morel, o sea, su favorita.

El defecto del presidente de Letra Gráfica, es que actúa con carácter “dictatorial” sobre la impresión y el formato de un libro, sin escuchar, por ende sin ponderar, las opiniones del autor.

Con relación a la publicación de Mujeriegos, Chiviricas y Pariguayos, mi labor se limitó a escribir los cuentos que contiene el volumen.

Para lo demás, acaté “de muy buena gana”, las decisiones del voluntarioso y simpático editor.

Espero que aplique su poder labioso para vender mi obra más reciente en la feria del libro que se celebra los últimos domingos de cada mes en el primer piso de Ágora Mall.

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